La Poesia / Rodrigo Ramn Aquino

Disfruto mucho y recomiendo con suma regularidad la poesía de mi admirado Efraín Bartolomé, un poeta extraordinario que pudo nacer en París o en Holanda, pero nos nació aquí en Ocosingo, Chiapas. Y con más regularidad parafraseo al enorme cuentero mayor de nuestro terruño, Eraclio Zepeda, cuando digo: celebremos que en Chiapas nos nació un gran poeta.
Releyendo sus poemas, algunos de mis favoritos como Casa de los monos, Corte de café, Cartas desde Bonampak, Donde habla la ceniza, Cielo y Tierra, El oro más pulido, Trozos de sol, o el magistral Fuego en voz alta para encender la primavera, entre otros más, recurro a la lectura depurada, exquisita, una selección por demás decantada incluida en el pequeño gran libro de bolsillo: La Poesía (Práxis, 2001), con ilustraciones de José Luis Cuevas.
Este pequeño artefacto de arte (pepita de oro en el pecho de su generación, le llamaría el propio Bartolomé) nos ayuda a conocer, y en el mejor de los casos, comprender, la concepción de poeta y poesía que tenían los grandes autores universales. Un atajo luminoso para llegar al vientre del atanor de las grandes cantoras y cantores de la Diosa Blanca.
Pero además de este guiño con el lector, el vate de Ocosingo nos permite aproximarnos a sus lecturas más íntimas, aquellas atesoradas por el filtro de su corazón para ser consideradas dignas de nombrar por primera vez las cosas.
Estamos ante la presencia enorme de la poética, generosa contribución de EB a iniciados como aficionados, de figuras universales como Aristóteles, Charles Baudelaire, Jorge Luis Borges, André Bretón, Charles Bukowsky, William Blake, Luis Cardoza y Aragón, Álvaro Mutis, Pablo Nerurda, Fernando Savater, y otros de igual estatura.
Mantenga, pues, este tesoro en su mente, pero, sobre todo, al lado del corazón, como un devocionario, para hacer frente a la hordas, cada vez más poluposas (de polupar como nucú), de poetastros reproducidos por generación espontánea bajo las rocas.

Ágora

Prólogo (Efraín Bartolomé): Pez de ojo admirable que vive en lo profundo y atrapa resplandores, destellos, rayos débiles: escasísimos vástagos de luz que llegan hasta el fondo. Su ojo los concentra. Después da leve luz al hondo Abismo. Así el poeta.
¿Por qué?
¿Qué tienen los poemas?
¿Qué es la poesía? ¿Para qué sirve a los hombres este oficio, prueba suprema de la existencia humana?
¿Qué hacen los poetas?
¿Qué seña los distingue? ¿Cómo discriminamos con el poder de un verso, el metal pobre del oro verdadero?
Este libro es la casa donde un grupo de hombres se ha reunido para tratar de responder.
Pocas palabras: la forma perfecta es el contenido puro.
Lo demás ya lo dijo Quevedo: Dios te libre, lector, de prólogos largos y de malos epítetos.

Corrillo

Unas joyas de muestra:
Nadie sabe de dónde puede salir la buena literatura. Aunque usted regale fincas a diez mil poetas, es muy improbable que de ellos salga un Horacio (Augusto Monterroso).
Medusas, testas desdichadas de cabellera violenta: de la tormenta enamoradas, os parecéis al poeta. (Guillaume Apollinaire)
La experiencia me ha enseñado, cuando me afeito por las mañanas, a estar pendiente de mis pensamientos, porque, si una línea de poesía anda por mi memoria, mi piel se eriza de tal manera que la navaja deja de servir (Alfred E. Housman).
Como dijo Dios, cruzándose de piernas: «veo que he creado muchos poetas, pero no tanta poesía» (Charles Bukoswky).

Contacto:
roraquiar@hotmail.com
9611395592
7B613225

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