Mexico, campo de huesos y lagrimas

Los procesos de tortura en el periodo de la Guerra contra el Narco hicieron que los huesos de sus víctimas sean irreconocibles. De los restos que se recuperan, sólo entre el 3 y 5 por ciento, son identificados, los demás quedarán en el anonimato, en la orfandad, porque la saña, el odio, el ácido, el fuego, destruyeron su vida, su identidad, hasta la última célula

Agencias

[dropcap]»[/dropcap]¿Dónde estamos?» «Aquí es donde se realizará la trituración del hueso, la pulverización del hueso, cuando se trabaje con restos óseos», dice Édgar de la Rosa Alvarado, el coordinador del Laboratorio de Genética Forense, químico farmacobiólogo de profesión, con especialidad en genética.
Esos huesos serán los huesos que hasta hace muy poco estuvieron en Patrocinio, Estación Claudio, Santa Elena, San Antonio de Gurza, El Venado, San Antonio el Alto y Flores Magón, esparcidos, abandonados, olvidados, huérfanos, los huesos que nadie veló ni enterró, pero que alguien sí lloró y sigue llorando…
Esos huesos, que por años, estuvieron en el mutismo y no tardarán en llegar acá, a este laboratorio, y entonces hablarán, gritarán de quien fueron, a quién le pertenecieron, reclamarán una plegaria y una sepultura, para descansar en paz.
Pero antes esos huesos, hasta ahora de nadie, tendrán que pasar por una fría prueba en una máquina de lisado de tejidos, donde serán congelados, a menos 180 grados, con nitrógeno líquido y triturados por un balín grande. Después, ya en el área de análisis del laboratorio, develarán su secreto, el ADN, dirán entonces quiénes son, quiénes fueron, que existieron, que vivieron, hasta que alguien con odio, con saña pretendió borrarlos de la faz de la tierra.
«Es una labor muy, muy difícil. En ocasiones la gente observa un hueso, un resto óseo, y tiene la esperanza de que sea un familiar desaparecido. Desgraciadamente esos restos óseos están muy deteriorados y no obtenemos un resultado, no obtenemos un perfil».
Esto se debe a la degradación celular. A final de cuentas esos huesos sufrieron quemaduras, reacciones químicas, deshidratación y el tiempo en el que estuvieron expuestos al medio ambiente deterioró las células. Ya no obtenemos una muestra celular viable para un estudio genético y es difícil explicarle a la familia que de 300 restos que encontraron solamente dos son viables para estudio», dice De la Rosa Alvarado.
Los procesos de tortura en el periodo de la Guerra contra el Narco hicieron que los huesos de uno de sus desaparecidos sean más difícil de identificar que Lucy un esqueleto homínido de 3,5 millones de años de antigüedad. Así se mide la barbarie.
Otra mañana, al término de una graduación de Agentes de Investigación Criminal, José Ángel Herrera, fiscal de Desaparecidos, dirá que de los 103 mil fragmentos de restos óseos, producto de más de 300 operativos realizados durante la pasada y la actual administración por el Grupo Vida, acompañado de la Fiscalía General el Estado, sólo entre el 3 y el 5 por ciento serán susceptibles de obtener un perfil genérico.
Sólo entre el 3 y 5 por ciento, los demás quedarán en el anonimato, en la orfandad, porque la saña, el odio, el ácido, el fuego, destruyeron su vida, su identidad, hasta la última célula.
Los mataron, los callaron para siempre y muy seguramente no habrá para ellos una tumba, un lugar de reposo, de descanso, de paz, donde ser recordados, llorados y eso… es algo que molesta, indigna.

Cultura de la muerte
«Las sociedades se van construyendo a través de creencias y valores, a veces religiosos o espirituales, que dan sentido a la vida, pero también dan un significado a la muerte. Entonces tenemos las culturas de la prehistoria, el cómo construían sus tumbas, sus rituales, a través de ceremonias…», dice David Morales González, académico de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, de la UNAM especialista en patrimonio cultural.
En la antigüedad las personas que morían no eran abandonadas dentro tráileres sin refrigeración en zonas habitacionales por ningún Instituto Jaliscience de Ciencias Forenses, sino honradas en cuevas, en pedestales, en templos, en pirámides, donde eran elevadas para que su espíritu alcanzara un nivel superior.
«Eran culturas que rendían culto a los muertos o que concebían a la muerte como la transición hacia otro estado, como los egipcios o la cultura Mechica, que concebía este paso de la vida a la muerte como algo transicional y muy importante en el viaje al Mictlán, este «lugar de los muertos», reinado por Mictlantecutli donde iban los muertos y tenían que librar en el camino varios obstáculos. Y surge toda esta concepción de que tenían que ir acompañados por un perro, de que tenían que llevar agua porque tenían que cruzar grandes valles…», dice Morales González.
¿A dónde fueron o a dónde irán esos más de 26 mil muertos que, según Plataforma México, permanecen amontonados en las morgues y en las fosas comunes de todo el país, sin que alguien les lleve una flor o les dedique siquiera una oración?, nadie lo sabe.
En los pueblos más antiguos de México, como resultado de la fusión entre paganismo y cristianismo, las familias acostumbraban prepara a sus difuntos con aceites, vestiros de blanco y calzarlos con zapatos especiales, «para decir que el espíritu no va a ir descalzo y que lo van vestir de blanco porque significa la pureza», dice David Morales.

Recuérdame…
Los muertos de hoy, los que dejó la guerra contra el narco declarada por Calderón a finales de 2006, van desnudos, vulnerables, en bolsas negras de plástico o, en el mejor de los casos, metidos en fundas de naylon con un papel que dice «señas particulares».
En casa sus familias los aguardan, los quieren de regreso para honrarlos, para llorarles, para velarlos, para rezarles, para enterrarlos, y entonces sí descansar, quedarse en paz y que sus muertos no anden penando.
«Quieren tener esa presencia corpórea, ver al muerto, porque es su único referente material de saber, de tener la certeza de que ha muerto. Si no, es la incertidumbre, la esperanza que va en esa consigna de «vivos se los llevaron, vivos los queremos». Quieren ese referente, quieren hacer ese ritual porque ese ritual les llena de tranquilidad, de paz, de decir «yo le hice un funeral digno y le di cristiana sepultura, le organicé una misa». Por eso ellos tiene la esperanza de un día encontrar, de que sí es el cadáver, de decir «le voy a hacer una ceremonia, un ritual para pedir por él, para que tenga una vida eterna», dicen los cristianos, para pedir por su salvación…. Un ritual donde alcance una resignación, ya lo vi, estoy convencido de que murió y decir «tengo a quien llevarle flores, tengo a quien ponerle su ofrenda, sé dónde está su cuerpo». Esa es su esperanza. Somos sociedades rituales, tenemos una gran tradición y una cultura del rito, sobre todo de ritos funerarios», dice David Morales.

Huesos: los testigos mudos
Ignacio Vallejo González es un paleoescultor y explorador que he dedicado 30 décadas de su vida a la búsqueda de restos de dinosaurio en Coahuila, y dice, con la experiencia que le dan los años, que los huesos son testigos mudos.
«Se puede determinar si un hueso es reciente o si es un resto fósil. Los huesos son testigos como lo fueron en la prehistoria y nuestro trabajo es se inferir, tratar de reconstruir qué pasó con ese animal, si iba sólo, en manadas, si quedó sepultado en el sitio al momento de la muerte, si fue devorado por animales, porque hemos encontrado dinosaurios con huellas de dentelladas, con los huesos mordidos; si fueron cazado por cazadores».
A lo largo de su trayectoria Ignacio, que además posee conocimientos de anatomía humana, ha aprendido a leer en los restos óseos el sexo y las causas de la muerte.
«Se puede inferir si es hembra o macho o un juvenil. Cuando es un niño los huesos están tiernos, tienen más colágeno. Por eso te digo que son testigos, porque puedes saber si esos restos pertenecieron a una persona adulta o muy adulta o muy mayor. Se puede inferir le edad y el sexo también. Los cráneos de las mujeres son más sutiles, más suaves, los huesos del hombre son más rudos, más sólidos», dice.
Y cuenta que hace años, mientras exploraba por el rumbo de las Barrancas, un sitio localizado al norte de Saltillo y que ahora es asentamiento de fraccionamientos residenciales, se encontró con la osamenta de un indio.
No era un desaparecido.
«Era un indígena. Anteriormente esos lugares eran asentamientos de primitivos Entonces con mis conocimientos de anatomía vi que los huesos tenían enfermedad, patología, como osteoporosis, porque los huesos estaban muy dañados, muy fusionadas algunas vértebras, como si fuera artritis, escoliosis, (curvatura de la columna vertebral). Se puede inferir, a simple vista, alguna enfermedad».

Instrucciones para llorar
Pero en el Laboratorio de Genética Forense lidiar con los huesos de alguien es más complejo de lo que parece.
«En el caso de personas desaparecidas vamos hacer un perfil genético de los familiares y corroborar o hacer match, un cotejo, identificar la relación entre el perfil obtenido de los familiares, contra algún indicio, un resto óseo que se haya encontrado en algún lugar y tratar de identificar, de esta manera, a las personas», explica Édgar de la Rosa, el coordinador del laboratorio.
Afuera de la oficina de Édgar, escritorio, archivero y un estante que guarda recuerdos familiares: la foto de sus hijos, el portarretrato de su hermano fallecido en un accidente de moto, hay una sala con una silla de laboratorio, su descansabrazos, una mesita con cajones, la silla por la que, dentro de muy poco, desfilaran las familias de los desaparecidos para dejar unas cuantas gotas de esperanza, como si no hubieran recorrido ya todas las dependencias buscando a sus seres queridos.
Ya van ocho veces que María de la Luz López Castruita, la representante de la Asociación Internacional de Búsqueda de Desaparecidos en México, capítulo Coahuila, va donde las autoridades a dejar su muestra de sangre para el ADN, pero no se rinde.
Ella es la mamá de Irma Claribel Lamas López, 17 años, quien desapareció de Torreón en agosto de 2008, después que salió de casa, sin permiso, con una amiga rumbo a una discoteca de Saltillo y ya no regresó.
Antes de dejar su muestra sanguínea, Lucy entrará en ese edificio cuadrado con caseta de vigilancia, estacionamiento y puerta de cristal: el edificio de la Dirección General de Servicios Periciales de la Fiscalía del Estado, plantado en la calle Alameda Zaragoza, 166, de colonia la Saltillo 2000, donde funciona el Laboratorio de Genética Forense.
Llegará hasta una recepción con escritorio, ordenador y secretaria, la secretaria le pedirá que se registre en un cuadernillo, alguien vendrá por ella, porque así lo dicta el protocolo del laboratorio, y subirá con ese alguien una escalera laberíntica hasta un segundo nivel, donde la aguardará otro escritorio con ordenador y cuadernillo de registro, Lucy se registrará.
Caminará luego por un pasillo ancho y largo de oficinas enfrentadas, otro escritorio y al fondo una puerta de cristal: la puerta del laboratorio a donde Lucy nunca entrará porque es área restringida.
En cambio la llevarán hasta una sala donde hay una silla laboratorio, la sentarán, le pincharán un dedo de la mano con una lanceta, dos o tres gotas de sangre serán suficientes.
Mientras le pinchen el dedo, Lucy pensará que le tiene pánico a las agujas, que no le gustan las inyecciones, que sufre mucho, pero cuando recuerda a su hija desaparecida, se le quitará ese pánico y dirá «por ella todo».

Morir en vida
María Hortensia Rivas Rodríguez, era una madre trabajadora y ama de casa de Piedras Negras que llevaba una vida sin sobresaltos, hasta una noche de verano de 2013 que el Gate, (Grupo de Armas y Tácticas Especiales), se llevó a Víctor Manuel Guajardo Rivas, su hijo, y no volvió a saber de él.
Desde aquella noche Hortensia recorrió delegaciones de policía, bases militares, destacamentos de la Marina, Ministerios Públicos, baldíos y cárceles de todo el país, buscando a su hijo.
Y nada.
En esos cinco años de búsqueda incansable, ininterrumpida, su salud ha mermado, pero ella, dice, que no tira la toalla.
«La salud de uno se va deteriorando, pero eso no me detiene ni a mí ni a muchas madres que estamos enfermas y andamos en la búsqueda, que tenemos la necesidad de encontrar a nuestros hijos. Estoy aquí, porque Dios aquí me tiene, porque la verdad ni debería estar aquí, haga de cuenta que estoy muerta en vida, pero Dios me tiene aquí por una misión que es ésta; ayudar a encontrar a nuestros desaparecidos…», dice un sábado por la tarde a la salida de una reunión de líderes de colectivos de familias de desaparecidos con la Comisión Estatal de Atención a Víctimas, (CEAV).

Una tarea titánica
De vuelta a su oficina del laboratorio, Édgar de la Rosa cuenta que el proyecto del Laboratorio de Genética Forense, cuyo costo fue de entre 30 y 33 millones de pesos, nació hace tres años, cuando el gobierno se vio rebasado ante la gran cantidad de personas desaparecidas y de fragmentos óseos encontrados por Grupo Vida, esto tras la ola de violencia que dejó la llamada guerra contra el narco a finales de 2006.
Pero reconoce que el trabajo de hacer hablar a esos huesos, de devolverles su nombre, será arduo:
«Porque sacar el ADN de un hueso implica una tarea lenta, laboriosa, minuciosa, difícil y nos puede llevar entre 45 días y seis meses».
Silvia Ortiz, la presidente de Grupo Vida, se pregunta, ¿cómo le va hacer laboratorio para procesar los más de 103 mil restos óseos que ésta organización ha recuperado en los últimos años de los campos zeta de exterminio en la Laguna de Coahuila?.
«Por el problema tan grande que tenemos en el estado. Todavía falta mucho por hacer para poder lograr resolver la gran problemática de restos, de fragmentos por identificar. Es muy difícil, muy complicado, Se requiere un laboratorio que cumpla con todos los requisitos para la identificación de todo esto. Se requiere de más tecnología y de más ciencia para poder acotar los tiempos».
De lo contrario esos huesos, que fueron personas, que son personas, que tienen derechos: el derecho humano a la identificación, a no ser desparecido, según los tratados y convenciones internacionales, se quedarán ahí, abandonados, olvidados en alguna osteoteca, sin que nadie los reconozca, les rinda culto y veneración.
El laboratorio, que empezó a trabajar el 24 de octubre pasado, ha recibido apenas unas 85 muestras de sangre provenientes de familiares de desaparecidos.
«El laboratorio está recién desempacado, acabamos de abrir. Primero estamos con la obtención de los perfiles de las familias para después empezar a trabajar indicios, los restos óseos», dice Édgar de la Rosa Alvarado, el coordinador.
Y dice que el laboratorio, cuyos peritos genetistas, seis, están certificados por la International Criminal Investigative Training Assistence Program (ICITAP), está en proceso de acreditarse ante la instancia de calidad ANSI – ASQ National Acreditation Board, lo cual dará seguridad a las familias de los desaparecidos que las cosas se van a llevar bien.
«El laboratorio está en la fase final de la acreditación, la fase de implementacón. Esto es que en los siguientes tres meses tenemos que estar trabajando con nuestros procedimientos y protocolos, verificando que todo lo que dijimos y escribimos esté funcionando como debe de funcionar. Viene una auditoria interna para revisar todo lo que estamos haciendo, una auditoría externa y si no existe ninguna corrección a los procedimientos se da la acreditación a nivel internacional. Estamos pensado que para febrero o marzo del año que entra el laboratorio pueda estar acreditado».

México: el país que también es cementerio
Pero es que además de la gran cantidad de restos óseos recuperados en distintos lugares de Coahuila el número de desaparecidos que en México y en Coahuila.
El informe más reciente de la Fiscalía General del Estado habla de 2014 personas ausentes en la entidad.
Según el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), en el país hay más de 37 mil 400 personas reportadas como ausentes. Es decir, la misma cantidad de habitantes que tiene Mónaco.
El sistema de Plataforma México tiene un inventario de 36 mil desaparecidos y 26 mil huellas necrodactilares de personas que están sin identificar en fosas comunes y morgues de todo el territorio nacional.
Y En Coahuila son 824 cuerpos en calidad de «n» «n».

Piden decreto de emergencia a AMLO
Blanca Martínez, la directora del Centro Diocesano para los Derechos Humanos «Fray Juan de Larios», dice que por eso se está pidiendo al, desde ayer, presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que decrete una emergencia nacional por identificación forense.
«Le estamos proponiendo que, mientras se fortalecen las instituciones y se hace un nuevo sistema nacional pericial, se instale un mecanismo extraordinario de identificación humana para personas cuyos cuerpos están en cualquier lugar del país, sin identificar. Que decrete un mecanismo extraordinario para la identificación forense, con la participación de la comunidad internacional. Que se haga convenios con laboratorios de todos lados. Cuando las Torres Gemelas, donde hubo aproximadamente tres mil víctimas, Estados Unidos contrató cerca de 200 laboratorios de todo el mundo para que hiciera las identificaciones».

Campo de exterminio, horror zeta
Es una tarde de otoño en el ejido Patrocinio, municipio de San Pedro, Coahuila, y un aullido que no se sabe si es del viento, de un coyote o acaso de un muerto, rasga el silencio.
Aquí, en este solitario pellejo de tierra, que antes fue un fértil algodonal hasta que se acabó el agua, no queda nada, sólo arbustos quemados, algún canal seco y huesos, muchos huesos.
Fue aquí, donde hace algunos años el Grupo Vida, descubrió uno de los campos de exterminio de los zetas más grandes de Coahuila y algunos dijeron que del mundo.
Caminamos, el fotógrafo y camarógrafo Omar Saucedo y yo.
De vez en vez topamos con montones de ropa; un pantalón, una camisa, unos tenis, un calcetín de bebé y yo me digo que si esas prendas hablaran que historias no contarían.
Más allá se ve algo así como un campamento, latas de atún, envases de coca cola, envolturas de papas, debajo de un árbol flacucho que apenas y da sombra.
La gente del pueblo dice que eran los campamentos de los zetas que todas las noches pasaban en sus camionetas con su cargamento de víctimas rumbo al monte, sin que nadie les dijera nada.
En las entrañas de llanura de Patrocinio, un chivero cuenta que él vio los tambos, pensó que serían de gente que venía a asar carne, a pasar el día de campo, pero no.
Ya luego los chiveros de Patrocinio que pernoctaban en el monte con sus rebaños comenzaron a escuchar los gritos. Eran alaridos de dolor, de angustia. Las víctimas de los zetas, pensaron ellos y se desterraron para siempre del llano.
Después se supo lo de los huesos. La gente lo miró por la televisión.
De regreso al pueblo, anocheciendo, la gente teme hablar, dice que no sabe nada, que se acuesta temprano, que no se mete en lo que no le importa, que ellos no estaban, que tienen miedo…
La esperanza cabe en un laboratorio
A las 10:00 de una mañana fresca Édgar de la Rosa, el coordinador, presume las instalaciones del Laboratorio de Genética Forense, que a decir de verdad, no se parecen en nada a los tráileres sin refrigeración donde, a mediados de septiembre, el Instituto Jaliscience de Ciencias Forenses abandonó 157 cadáveres de personas sin identificar en la colonia La Duraznera de Tlaquepaque.
«Aquí tenemos el Área de Selección», dice Édgar y señala desde un muro de cristal una sala donde hay varias mesas con lámparas, una cámara de secado, una estufa de secado, refrigeradores, congeladoras. Máquinas futuristas, como de ciencia ficción.
Es el área donde se realizará la selección de indicios para chequear cuáles son las muestras más viables de estudio.
«De este lado, – sigue Édgar y se dirige a otra sala donde destaca una isla de ocho módulos con instrumental de trabajo para los peritos – empezamos con la extracción y purificación de la muestra».
Y acá – dice De la Rosa e indica una pieza al fondo del laboratorio donde se ve una especie de gabinete – se van a resguardar los indicios en proceso».
Lucy, la mamá de Claribel dice que aunque hasta ahora la identificación por parte de las autoridades ha sido nula, el nuevo laboratorio es una esperanza de poder encontrar a muchos, de poderlos regresar a casa con su familia y darles una sepultura digna.
«Obviamente nadie los queremos encontrar muertos, pero ya de encontrarlos muertos a nada, pues… nos llena de esperanza… de alguna manera…».

Los alcances del horror
Los procesos de tortura en el periodo de la Guerra contra el Narco hicieron que los huesos de uno de sus desaparecidos sean más difícil de identificar que Lucy un esqueleto homínido de 3,5 millones de años de antigüedad. Así se mide la barbarie.
Los muertos que no tienen tumba
824 cuerpos en calidad de «n» «n» en Coahuila
6 meses el tiempo estimado de análisis de restos óseos.
85 muestras de sangre de familiares de desaparecidos.
40 mil desaparecidos hay aproximadamente en México…

Con información de Sin Embargo

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