Mi regreso a clases presenciales

Con mis estudiantes de sexto cuatrimestre de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Salazar.

Después de 15 meses de impartir cátedras en línea, regresé a la universidad

Sandra de los Santos / Aquínoticias

El 19 de marzo del 2020 fue el último día que asistí a la universidad a dar clases de manera presencial. Fue un jueves,  y la Secretaría de Educación Pública (SEP) había anunciado la suspensión a partir del 20 de marzo.

Estábamos por terminar el segundo de los tres parciales del cuatrimestre, todo fue muy atropellado, pero con tres de los cuatro grupos que tenía clases, en ese entonces, pude platicar, y con uno de ellos nos tomamos una fotografía bromeando que serviría para ir eliminando a las personas que se quedaran en el camino durante la pandemia (no teníamos ni idea de lo que nos íbamos a enfrentar).

La fotografía que nos tomamos el último día que tuvimos clases presenciales en la universidad.

Una amiga cuenta una anécdota de una familia que tenía una academia de secretarias en un municipio de Chiapas. Cuando llega un día el señor a la capital, su tía le pregunta sobre su esposa y él  le dice: «se quedó dando clases de inglés a las muchachas». La señora asombrada le cuestiona si ella sabía bien el idioma y el hombre sin ruborizarse le contesta: «Pues, ahí anda aprendiendo con las muchachas».

Esta anécdota illustra lo que nos pasó a las y los docentes al irnos a dar clases en línea «ahí fuimos aprendiendo junto con las y los chavos». No estábamos preparados para cambiar de un día para otro así que seguimos estudiando en el camino. Sería hipócrita decir lo contrario.

La curva de aprendizaje para cambiar de sistema no ha sido fácil, en el trayecto se han quedado docentes y, lamentablemente, también estudiantes. No es un fenómeno exclusivo de una institución o de un nivel educativo. Esta pandemia nos vino a pegar muy duro tanto en la salud como en la educación.

Para mí, trabajar desde casa no es algo nuevo, desde hace años dejé las redacciones de los medios de información y trabajo en línea lo que se refiere a la edición del portal de noticias. De vez en cuando extraño el «clack, clack» de los teclados de las computadoras, el poder rebotar con las y los compañeros la noticia del día, el escuchar las noticias de fondo mientras en la redacción se teclea; pero me he acostumbrado a realizar también esta labor en solitario. Las reuniones virtuales tampoco fueron cosa nueva, si me apuran hasta las prefiero.

Sin embargo, el impartir clases en línea sí es otra cosa, me ha costado más de lo que quiero reconocer. Me trato de convencer de todos sus beneficios, que los tiene, pero la verdad es que prefiero mil veces el  convivir de manera presencial con las y los estudiantes.

El pasado martes 08 de junio fui por primera vez de nuevo a la universidad a dar clases a mis estudiantes. Ellos desde el cuatrimestre pasado  regresaron a tener algunas prácticas así que, aunque para mí fue la primera vez después de un año y tres meses, para el grupo no fue así.

Desde que me desperté estaba emocionada con regresar a las aulas, aunque realmente a donde volví fue a la cabina de radio. Desempolvé mi lonchera, que seguro pensaba que me habían corrido del trabajo, y guardé mi comida.

Para llegar a la universidad tengo que atravesar literalmente toda la ciudad. Nunca ha sido algo pesado porque el trayecto lo hago en el transporte de la escuela y es un momento que atesoro  porque aprovecho para dormir, leer, escuchar podcast o simplemente ir observando la ciudad; pero está vez tuve que hacer el camino por mi cuenta porque como no hemos regresado al 100 por ciento, «los camioncitos» no regresan a su ruta.

Llegué a la universidad, y a la primera que me encontré fue a mi compañera Claudia Camejo a quien no veía también desde hace más de un año, aunque conversamos de manera habitual por teléfono o mensajes. Algo se siente diferente cuando una puede tocar a la otra persona, verla de cuerpo completo, escucharla de manera clara.

Durante las horas que tuvimos clases con las y los estudiantes estuvimos trabajando en la cabina de radio. Me dio gusto que ninguno tiene resistencia al uso del cubrebocas, nunca tuve que recordarles su uso (en las tres horas que estuvimos), se ponen gel antibacterial por su cuenta, y siguen lo mejor que pueden los protocolos de seguridad.

La verdad es que fue como que si nunca nos hubiéramos dejado de ver de manera presencial, como que si los 15 meses en los que solo nos vimos en línea jamás hubiera pasado, fue una clase como cualquiera que hubiera tenido sin que existiera pandemia de por medio.

Me di cuenta que algunos estudiantes tienen miedo de regresar a clases presenciales y no es para menos. Hace, precisamente, un año muchos tuvieron que despedirse de familiares y amigos cercanos. Pero, también es visible  que están dispuestos a romper sus miedos, que saben que tenemos que seguir caminando, que poco a poco nos iremos acostumbrando a esta nueva normalidad.

¿Es hora de regresar a clases? No me atrevería a responder esa pregunta con un sí o un no. Creo que como muchas otras interrogantes la respuesta tiene que ver con el contexto. El ambiente en el que me desenvuelvo es el universitario y en una institución particular que tiene las instalaciones y los protocolos necesarios para poder retornar, pero sé que esta realidad no es la de todo el estado ni tampoco en todos los niveles educativos.

Estoy convencida que la escuela es un gran lugar para transmitir y generar conocimiento, pero no es el único espacio que podemos crear. El ser capaces de adecuarnos a las realidades que vivimos es también un enorme aprendizaje que hay que valorar. Estoy segura que durante estos 15 meses hemos desarrollado habilidades que en ningún otro contexto hubiera sido posible, pero esperamos que pronto lleguen las horas serenas que nos permitan regresar a vernos, tocarnos, el poder disfrutar el aprendizaje con la compañía presencial de las y los otros. Un paso a la vez.

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