Nos la arrebataron / Eduardo Torres Alonso

Cristina Rivera Garza escribió un libro a cuatro manos, aunque sólo ella lo firma. Quienes hemos escuchado las voces que habitan en las páginas nos sentimos parte de esa historia, acumulamos emociones y abrazamos a las autoras. Cristina, presente; Liliana, en otro plano.

México vive un clima de violencia en aumento: la batalla por las “plazas” para la venta y distribución de drogas sin importar lugar u hora, los feminicidios, los secuestros, robos y homicidios, en fin, las desapariciones hacen que nadie se sienta seguro al caminar. Ni siquiera en la propia casa. Los seres humanos estamos atravesados por una ola de violencias que destruye al prójimo y, poco a poco, nos desnaturaliza. Cada día hay números de sangre. Las víctimas son cifras, no personas. Las familias enlutadas son invisibles y las que sacan valentía y coraje, se quitan el velo que las oculta y salen a exigir justicia. Hay desconsuelo y orfandad, por doquier.

Huérfano y huérfana son palabras para designar la condición de una hija o un hijo sin madre, padre o ambos. Es una palabra dolorosa, aunque no necesariamente puede restringirse a la ausencia física de los progenitores, sino que puede extenderse a la de otros seres amados. La muerte de una hermana puede dar como resultado la orfandad: la ausencia del amor filial, de la complicidad y del cuidado mutuo. Cristina se volvió huérfana el 16 de julio de 1990 cuando su hermana, Liliana, fue asesinada.

No conozco el dolor de perder a una hermana, ni siquiera me lo imagino, pero resulta imposible no sentir un terremoto en el corazón al leer el libro de Cristina. El contenido no es una denuncia, es un grito por llamar las cosas por su nombre: feminicidio. Matar a una mujer por serlo, es odio. ¿Cómo el humano puede sentir tanta aversión hacia alguien que llega hasta desaparecerla?

El título de la potente obra reconocida con el Premio Xavier Villaurrutia se debe a Camus: “En lo más profundo del invierno aprendí al fin que había en mí un invencible verano”. Liliana le envío estas palabras a una amiga con problemas de amores.

Cristina conversó con su hermana al leer su diario, su correspondencia personal, sus notas. Así surgió el libro que espero un par de décadas para ser escrito. Una conclusión a la que se llega al cerrarlo es que sus páginas pueden salvar la vida de alguien. Aquí no hay una ficción; tampoco, un reportaje. Es un torrente de energía.

A Liliana, con 20 años de edad, nos la arrebataron, así, en plural: a Cristina, su hermana; a su familia; a sus amigas y amigos, a sus lectoras y lectores. Los responsables también deben nombrarse en plural: el sistema indolente de procuración y administración de justicia, la incapacidad estructural de las policías para evitar que estos hechos ocurran, la complicidad perversa de algunos hombres que protegen a los violentadores, la sociedad que finge que todo va bien, cuando no es así. Claro, el feminicida, el actor intelectual y material, el monstruo, que, después del crimen, está libre. También lo están los feminicidas de muchas, cientos, de mujeres.

Este es un país ensangrentado. Cristina nos obliga –y se agradece– a recordarlo.

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