Público y Privado / Édgar Hernandez

El otro #tresdetres

¿A qué se sientan en un restaurante el hombre más rico de Chiapas, el doctor y político panista que estuvo a punto de arrebatarle al gobierno la alcaldía tuxtleca, y el legislador que por sus posturas críticas con frecuencia parece tener un pie fuera del PRD? ¿A hablar de los últimos modelos de autos Chevrolet o Nissan o de la majestuosidad de Ka´An Luxury Towers, de la prosperidad del Sanatorio Rojas, o de las chamánicas delicias de «El elixir de los terrenales»? Tal vez de eso y algo más importante, la política. A los tres –Rómulo Farrera, Paco Rojas y Zoé Robledo– los une un deseo: la gubernatura de Chiapas. En diferentes momentos cada uno ha manifestado públicamente su deseo por alcanzar la máxima representación popular de nuestro estado. Alguna «química» debe haber entre ellos porque no es la primera vez que se juntan. Ya en julio del 2015 dieron mucho de qué hablar cuando participaron en «la marcha del silencio» para exigir el respeto al voto que, aseguraban, había favorecido al aspirante panista y no al candidato oficial Fernando Castellanos en la disputa por la alcaldía capitalina. Sobre el motivo del más reciente encuentro, que deliberadamente tuvo una intención mediática, el senador Robledo dijo que fue para «intercambiar diagnósticos sobre las problemáticas del estado», porque –agregó– «las soluciones a los problemas de Chiapas no las tiene una sola persona. Es en el diálogo democrático y plural como se pueden encontrar. Acá o luchamos juntos o perdemos solos». La última frase dice mucho, la posibilidad de una alianza para la sucesión en la gubernatura del 2018 está más que cantada. Faltaría definir la modalidad de participación, si será por la vía independiente o con el apoyo de varios partidos, pero eso se establecería más adelante, de acuerdo a cómo se den las circunstancias políticas locales y nacionales. Y en este escenario, ¿quién sería el candidato? Los tres, sin duda, tienen gran potencial para encabezar un proyecto político de largo aliento; sin embargo, el nombre en estos momentos es lo de menos. Lo importante en esta coyuntura crítica para Chiapas es construir un proyecto de trascendencia, viable, al cual pueda adherirse la mayoría de los ciudadanos. Cualquier proyección exitosa que se plantee, ellos lo saben, tiene que pasar necesariamente por la construcción de un programa de grandes alcances que convenza de que un presente y futuro mejores pueden ser posibles. Pero sobre todo, deben propiciar las condiciones político-electorales, institucionales y ciudadanas para que esa victoria sea posible en el mejor entorno democrático. Será una empresa extraordinaria, pero está visto que estos tres tigres ni están tristes, ni comen en tres tristes trastos en un trigal. «Diabólicas» alianzas.- Aciagos deben estar los tiempos si para mostrar que gozas de buena salud política debes retratarte con el «Diablo». Los enemigos podrían sentirse intimidados ante esa azufrosa alianza e incluso profesar respeto frente a quien busca su cobijo. A los seguidores de «Satanás», en cambio, se les debe estar dibujando en el rostro su más acabada sonrisa diabólica, esa que refleja la satisfacción de haber sometido con maquiavélicas artes a quien se creyó todopoderoso. Desde cualquier ángulo que se le mire es una mala idea. Se infiere que en el juego de la política debes fotografiarte con quien te reditúe una mejor imagen o un mayor prestigio, sobre todo cuando la legitimidad del gobernante está bastante estropeada. Posar muy sonriente con un exgobernador comiteco que detenta el título de «poder tras el trono» y con una probada capacidad para desestabilizar al estado, no puede ser otra cosa que una ostensible muestra de debilidad. Sin una justificación convincente de esa reunión, más allá del «compartir ideas y puntos de vista», el mensaje es claro: no pasa nada en el «infierno» chiapaneco. Sin embargo, el «Diablo» no es un personaje cuyo comportamiento se caracterice por su rectitud o cualidades éticas o morales, sino más bien es un dechado de pragmatismo y perversión. En este sentido, acercarse mucho a las llamas nunca deja de ser peligroso.

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