Sabines fuera de la politica / Rodrigo Ramn Aquino

Era de esperarse que después de seis años de meternos al enorme Jaime Sabines hasta en la sopa (jodido colocho que nos empalagó), la intensidad de los homenajes en su honor disminuyera considerablemente, pero uno lejos estaba siquiera de imaginar que definitivamente desaparecerían.
Al conmemorarse los 16 años de su desaparición física ni las agrupaciones culturales ni los promotores ni otros poetas (que no está demás decir, tanto lucraron en su nombre) organizaron algo. Digamos algo más o menos decente, un pequeño guiño a la estatura artística del vate tuxtleco.
Está bien que ya no sea el personaje del sexenio (hoy lo es el doctor Manuel Velasco Suárez, y qué bueno), que políticamente no sea correcto quemar incienso a santos de otras capilla, que los funcionarios que tanto presumían su amor y admiración, recitando en voz alta a la «Tía Chofi», para que el que era su patrón los escuchara, cuiden su chuleta, pero se pierde completamente el tino, porque Jaime Sabines es y seguirá siendo Sabines, el gran poeta, aunque le cuelguen sobrinitos (o hijos, que pal caso es lo mismo).
Este comportamiento de la fauna cultural y política también lo padeció el poeta:
Estoy metido en política otra vez.
Sé que no sirvo para nada, pero me utilizan
Y me exhiben
—Poeta, de la familia mariposa-circense,
atravesado por un alfiler, vitrina 5—.
(Voy, con ustedes, a verme)
Por eso, quizá, el gran tuxtleco se consideraba simplemente un peatón:
Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.
Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!
Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.
¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.
Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.
Quizá por eso le gustaba la honestidad, y cultivó un sentimiento alegre hacia quienes viven el día a día sin pretensiones ni poses:
Canonicemos a Las Putas. Santoral del sábado: Bety, Lola, Margot, vírgenes perpetuas, reconstruidas, mártires provisorias llenas de gracia, manantiales de generosidad.
Das el placer, oh puta redentora del mundo, y nada pides a cambio sino unas monedas miserables. No exiges ser amada, respetada, atendida, ni imitas a las esposas con los lloriqueos, las reconvenciones y los celos. No obligas a nadie a la despedida ni a la reconciliación; no chupas la sangre ni el tiempo; eres limpia de culpa; recibes en tu seno a los pecadores, escuchas las palabras y los sueños, sonríes y besas. Eres paciente, experta, atribulada, sabia, sin rencor.
No engañas a nadie, eres honesta, íntegra, perfecta; anticipas tu precio, te enseñas; no discriminas a los viejos, a los criminales, a los tontos, a los de otro color; soportas las agresiones del orgullo, las asechanzas de los enfermos; alivias a los impotentes, estimulas a los tímidos, complaces a los hartos, encuentras la fórmula de los desencantados. Eres la confidente del borracho, el refugio del perseguido, el lecho del que no tiene reposo…
Y en este recuento de poemas que es mi homenaje a sus versos, he aquí uno de mis poemas favorito:

Me tienes en tus manos
y me lees lo mismo que un libro.
Sabes lo que yo ignoro
y me dices las cosas que no me digo.
Me aprendo en ti más que en mi mismo.
Eres como un milagro de todas horas,
como un dolor sin sitio.
Si no fueras mujer fueras mi amigo.
A veces quiero hablarte de mujeres
que a un lado tuyo persigo.
Eres como el perdón
y yo soy como tu hijo.
¿Qué buenos ojos tienes cuando estás conmigo?
¡Qué distante te haces y qué ausente
cuando a la soledad te sacrifico!
Dulce como tu nombre, como un higo,
me esperas en tu amor hasta que arribo.
Tú eres como mi casa,
eres como mi muerte, amor mío.

Contacto:
@roraquiar
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