Teatro de la Catastrofe

Tal como en la tragedia griega, la catástrofe como punto más importante del drama, obliga al protagonista a reconocer su propia verdad, lo que lo hará transmutar en un ser nuevo: consciente y libre

PORTAVOZ STAFF

La catástrofe como oportunidad para el cambio

[dropcap]L[/dropcap]os huracanes, terremotos, incendios, tsunamis, inundaciones, ciclones y cualquier fenómeno natural no sólo sacuden la Tierra de manera violenta, también trastocan la vida de sus habitantes. No obstante, en la catástrofe radica también el poder de la transformación.
Tal como en la tragedia griega, la catástrofe como punto más importante del drama, obliga al protagonista a reconocer su propia verdad, lo que lo hará transmutar en un ser nuevo: consciente y libre.
Michel Fariña habla sobre esto, en su texto: «El teatro como vía de elaboración de las catástrofes sociales». «Respecto de la función social y comunitaria del teatro, ya Aristóteles definió a la tragedia como «la mimesis de una praxis para producir una catarsis», es decir, la representación a través de los mimos (actores) de una experiencia práctica humana sustancial (praxis), para generar en los espectadores un proceso de purificación o elaboración de sus conflictos (catarsis)», explica.
Por su parte, el crítico teatral José Gabriel López Antuñano argumenta —en «Desde la Faltriqueña»â€” que este concepto teatral, «en la temática busca situaciones liminares (muertes violentas, infanticidios, violaciones, despotismo en el ejercicio del poder, anulación del más débil, manifestaciones de lo más denigrante de la condición humana, explotación de las personas, etcétera)», propuestas ubicadas en lugares que podrían denominarse «pos-apocalípticos», con la intención de universalidad pero dejando trazos de reconocimiento, de traslación de la escena a la realidad.
Reconoce también el carácter abstracto del teatro de la catástrofe que se vale de «la utilización de un lenguaje más metafórico y con resonancias fonéticas, que naturalista, para alejarse de lo cotidiano y percutir».
Asimismo, comenta, se aborda la reinvención porque en medio de la colectividad, de «la polis», existe el individuo que adopta una posición ante los acontecimientos, aunque puede ser arrastrado por ellos.
Por su parte, el dramaturgo Howard Barker, en «Arguments pour un théâtre et autres textes sur la politique et la societé», apunta con incisión que incluso el teatro de la catástrofe es propio de la contemporaneidad, no obstante, debe estremecer a quien lo presencia.
«Un teatro contemporáneo que provoca en el espectador emociones que van más allá de las pasivas-contemplativas, que le generan incomodidad, dolor o cuestionamiento de sus propios valores, sería el denominado teatro de la catástrofe», escribió.
El estudioso José Antonio Sánchez, en su artículo «La estética de la catástrofe», identifica a Albert Boadella como uno de los primeros en poner en escena esos sucesos, con su espectáculo «Laetius». Mostraba en forma de reportaje la aparición y evolución de un nuevo ser después de una guerra nuclear, en un montaje que se desarrolló después de la Guerra Fría y la catástrofe de Chernóbil, en 1986.
Al final, la propuesta de este tipo de teatro es exponer la capacidad de resiliencia de la humanidad; aprovechar la catástrofe y la adversidad como impulsor de un nuevo protagonista, tal vez no mejor, pero definitivamente alejado del planteamiento inicial; y lo más importante, busca que el espectador se cuestione a sí mismo a través del sobrecogimiento.

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