Tubo de ensayo / Rene Delios

Si mal no recuerdo fue Fredy López Arévalo el que investigó y publicó años ha el caso de la detención y proceso de un indígena que había asesinado a su padre, pero éste lo visitaba cada fin de semana, y aun ese testimonio físico, la autoridad no lo liberaba.
La noticia de la detención arbitraria y autoincriminación bajo tortura no son cosa nueva en México; incluso se ha documentado vía celular en las redes sociales, dentro de la misma procuración de justicia, como sucedió en Xalapa en tiempos del temible Fidel Aguirre.
Chiapas no ha sido la excepción de la regla; los casos no son pocos y desde luego, se siguen registrando, y mientras tanto los inculpados tienen que demostrar desesperados que no son culpables de los cargos que se le imputan, y más si en su historial hay antecedentes penales, como hay un caso en Tapachula.
Desde luego que para desmentir o echar abajo la incriminación que presenta el ministerio público al poder judicial, hay mucho camino, y éste se hace menos transitable sino hay dinero para «todo el papeleo» que se demanda en el juzgado, dinero para el abogado, para el actuario, secretario o juez, que ha dejado muy mal ante el criterio público la labor de la administración de justicia, que en México compromete la libertad, un ambiente de vida por la que ha luchado la humanidad desde tiempo inmemorial, y que MP y jueces les importa poco.
El caso es que el Estado mexicano –va para un año éste 14 del actual- en voz de la Subsecretaria de Gobernación para Derechos Humanos, Lía Limón García y el gobernador del estado de Chiapas, Manuel Velasco Coello, ofrecieron una disculpa pública a Ananías Laparra Martínez y su familia por el encarcelamiento injusto de 12 años y los daños físicos y materiales que le fueron provocados.
Esa vez en la Palapa de la Casa de Gobierno, funcionarios estatales y federales se dieron cita para realizar el reconocimiento internacional de responsabilidad, el reconocimiento de inocencia y la disculpa pública.
Me regreso: ¿Quién fue el agente investigador de ese caso? ¿Quién el juez de la causa?
Ambos debieron de perder su cédula profesional.
No se supo nada.
Recién, el caso de la joven mexicana procedente de Colombia, a la que le sembraron en el aeropuerto de la ciudad de México bolsas de cocaína, se volvió viral, y una joven con todo futuro corre el riesgo de que le arruinen la vida, nada más porque unos malditos sin escrúpulos quieren tener puntos en su hoja de servicio. Es obvio que ese equipaje pasó la inspección de la aduana colombiana, a la que por ciento dejan en evidencia y protestó por eso, enviando filmación del escáner en el cual la maleta estaba sin «responsabilidad» alguna.
A las autoridades federales –sucias, corruptas- del aeropuerto no les importó; en Colombia ya saben cómo se las gastan las policías mexicanas, contaminadas, asalariadas por el narco, que prefirieron no subir de tono las cosas, pues finalmente se trata de una mexicana, no se una de sus paisanas.
Se repite hasta el cansancio que no es nuevo eso de que la propia autoridad siembre, invente, fabrique culpas a una persona íntegra. Esa autoridad no lo ha hecho una vez; por cientos se registraron hechos similares durante el gobierno negro de Calderón, en que personas fueron detenidas y procesadas por nexos con el narcotráfico y por cientos siguen peleando su libertad señalando que no es cierto.
Eso vale la libertad en México: la decisión de un corrupto ministerio público, deshumanizado juez, e indiferentes instituciones de derechos humanos más oficiales que la palabra, con fachota de independientes y autónomas.
Cualquier día de éstos va crecer el caso de Martín Alonso Orozco y otras personas, acusadas de asaltar migrantes, y detenidos según esto en el lugar de los hechos, cuando en realidad fueron sustraídos a golpes a las cinco treinta de la mañana –sin orden de juez alguno- de su domicilio en Huixtla, muy distante del lugar de los hechos, y media hora después de la declaración de los migrantes afectados que reportan ser asaltados a las cinco de la mañana.
Así como la supe se las endoso.

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