Verdazos / Rodrigo Ramn Aquino

Tras la agotadora jornada electoral (tres meses de discursos, fotos y cochinada y media), podemos sentarnos ya con más calma a teclear la columna que, bendito sea el Dios que más le caiga bien, nos han solicitado reiteradas veces.
Aquí no le expondré lo que usted ya sabe y de sobra. Esta ha sido la elección más cínica de todas. Excesos y faltas a la ley como granos de arroz en una boda sorpresiva, una mañana, en la Catedral de San Cristóbal (no me obligue a explicarle el chiste, pues).
Ayer, por ejemplo, fue evidente la cascada de críticas orquestada contra el gobernador Manuel Velasco Coello en la prensa nacional.
No hacen falta más de dos rayitas de sentido común para saber que dichos comentarios no son producto de la generación espontánea ni exclusivamente contra el fantasma del fraude electoral o la elección de estado. No. Son contra uno de los eventuales aspirantes a la presidencia de la República más populares del país.
Si de entrada tenemos claro el fin de estas críticas, podremos reparar, ya sin tanta ingenuidad, en lo que al proceso electoral se refiere.
Ciro Gómez Leyva dice de López Obrador en su Historia en breve: «Podríamos seguir y se podrían decir muchas cosas (ya dichas aquí) sobre los métodos del gobernador Manuel Velasco para ganar elecciones. Chiapas es una vergüenza para un país que se presume democrático. Pero, al final, quedan los números. Muy malos. Chiapas 2015 sería para López Obrador y Morena, lo que las elecciones de 1990 en el Estado de México fueron para Cuauhtémoc Cárdenas y el naciente PRD: el PRI los arrasó entonces 122 a 0 (El Universal, 28 de julio)».
Fray Bartolomé, en Templo Mayor, sugiere que «Pálidos se pondrán los verdes cuando se enteren que Manuel Velasco… ¡se les va! Cuentan que en cosa de días, el gobernador de Chiapas romperá con el PVEM por una simple y sencilla razón: ya no quiere seguir cargando con la mala imagen pública tanto del partido como de sus dirigentes. Al menos eso es lo que se comenta por aquellos rumbos. (Reforma, 28 de julio).»
Y finalmente, sumemos el recuento de la «nítida desfachatez» que extrañamente hace el televiso Carlos Loret de Mola en su Historias de reportero: «Un INE local amaestrado, golpeadores, dobles actas, boletas impresas por los dos lados, folios de boletas encontradas en casillas que no les correspondían, se cayó el sistema y el PREP no funcionó, la persona que registró el dominio del sitio web del candidato del PRI-Verde es ¡el de Sistemas del INE local!, un derroche en gastos de campaña apenas comparable con el derroche desde el gobierno del estado (que hasta pintaditas de verde tiene todas las escuelas, como si no hiciera falta ponerles baño primero), urnas robadas, pase de lista de votantes, transporte público exclusivo para el acarreo el día de la elección, propaganda política disfrazada de «informes legislativos», casas de seguridad donde daban dinero a quienes llegaban con una foto en su celular con la boleta marcada a favor del candidato oficial. (El Universal, 28 de julio).»
Por lo que a mí concierne, no puedo dejar de apuntar que los principales perdedores (no diga que la democracia ni la ciudadanía, no sea. Pues curiosamente, estos conceptos jugaron un papel de mayor relevancia en esta ocasión, al menos en la capital del estado) fueron los que detentan el poder y el dinero. La maquinaria oficial con su inocultable intento de avasallamiento no pudo en las urnas conejas y terminó dependiendo de la complicidad de las autoridades electorales.
Como sea, ya hay un ganador, impugnable y todo pero ganador al fin. Un presidente electo que vio frente a sus ojos la marcha fúnebre de su carrera política. El adiós al proyecto sucesorio. Y que, no obstante, aún respira, obligado a replantearse su ruta crítica: hacer un extraordinario papel al frente del ayuntamiento, apostarle a la memoria a corto plazo de muchos de los tuxtlecos y hacer changuitos para tener alguna posibilidad de ser considerado en 2018.

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