Crnica: Tiempo sin luz

Las ventanas vibraron. El ruido del trueno duró unos tres segundos y, exactamente después de que terminó, en la casa de Osvaldo todo se quedó a oscuras

Óscar Aquino / Colaboración

[dropcap]A[/dropcap]quel jueves de octubre, Osvaldo Lagunas conoció el verdadero significado de la palabra oscuridad. Ese día, esperaba en su casa la llegada de un amigo con quien quedó de verse ahí mismo.
Por la mañana, los noticieros de televisión advirtieron a los ciudadanos por la presencia de una tormenta tropical con posibilidad de convertirse en huracán, que estaba pasando cerca de ahí. Pidieron tener precaución y estar pendientes a las actualizaciones de noticias.
En la sala de su casa, Osvaldo leía un libro, una novela de ficción. Eran casi las 18 horas. El cielo comenzaba a oscurecer con la puesta del sol y por las espesas nubes grises que acechaban la ciudad en ese momento. El amigo de Osvaldo se comprometió a llegar antes de las ocho de la noche, así que todo era cuestión de esperar. Y, mientras tanto, seguir leyendo.
Al cabo de unos minutos, la calma fue interrumpida por un trueno en las alturas. Era el sonido de un rayo que cayó en algún lejano lugar y que dejó su eco retumbando en el nublado cielo de aquella tarde.
Conforme pasaron los minutos se volvieron más frecuentes los relámpagos, los rayos y los truenos. Pasando las siete de la noche, un viento fresco se sintió por la casa de Osvaldo; la brisa lo hizo levantarse del sillón y salir al patio frontal. Respiró profundo el aire fresco. Se quedó un momento afuera, hasta que escuchó tres estruendos casi consecutivos.
-Ya no tarda en llover- pensó.
Regresó a la sala. Volvió a tomar su novela y continuó la lectura. Cayó la noche, pasaba de las 19:30 horas.
Por un momento perdió el sentido del tiempo; pensó que era más tarde y se alivió al ver que aún faltaba poco menos de 30 minutos para la hora en que, supuestamente, llegaría su amigo.
A las 19:47 horas comenzó a caer una lluvia ligera acompañada de un viento más fuerte que hizo a Osvaldo salir de la sala.
-Espero que esta lluvia no se vuelva un aguacero- dijo Osvaldo con un tono impersonal. Lo dijo en voz alta, aunque estaba solo.
Unos instantes después, la lluvia arreció.
Tulio Chávez es el nombre del amigo al que esperaba Osvaldo. Esa tarde, cuando comenzó a llover ya iba en camino a la casa. Manejaba su coche compacto. La lluvia desató la locura vial en la ciudad. Se complicó la circulación en la avenida donde estaba Tulio. Sin embargo, salió del atolladero y llegó al lugar de reunión con su amigo.
Lo que fue una llovizna 20 minutos antes, creció, se desarrolló hasta convertirse en una tormenta eléctrica. Tulio bajó del coche, Osvaldo había dejado abierta la puerta de la casa para no tener que salir a abrir y mojarse cuando llegara el visitante. Tulio empujó la puerta, ésta se abrió, él entró corriendo; de un envión cerró. Se escuchó primero el portazo y después un nuevo retumbo entre las nubes grises.
No se mojó mucho. Entró corriendo a la sala, ahí saludó a Osvaldo. Tulio se fue hacia el baño, se secó las gotas que le cayeron en el paso de la puerta a la sala.
Osvaldo y Tulio eran amigos desde hacía 10 años. Ese día acordaron verse simplemente para ponerse al día con las nuevas noticias en las vidas de cada uno. Pensaron en la posibilidad de ir a un bar. Pero la tormenta eliminó automáticamente esa opción. Decidieron quedarse en la casa a dejar que pasara el temporal.
Los rayos seguían; salir a la intemperie era peligroso. Una ráfaga de viento azotó el lugar intempestivamente. Los chorros de agua que caían del cielo se esparcieron por todo el ambiente. Las gotas se deshicieron con el viento que pasó cortándolas.
Un destelló hizo brillar todo el cielo. La luz dejó ver el grosor de aquellas nubes. Se veían densas, cargadas de agua y electricidad. Fue solo un instante, pero con lo que vieron, Osvaldo y Tulio pudieron calcular mentalmente las dimensiones de la tormenta.
Enseguida se escuchó un trueno. El más fuerte hasta entonces. Las ventanas vibraron. El ruido duró unos tres segundos y exactamente después de que terminó, en la casa de Osvaldo se fue la luz. Todo se quedó a oscuras.
Primero, Tulio se rió, lo tomó con mucha calma. Osvaldo también se quedó sereno, con la esperanza y casi la certeza de que la energía eléctrica sería restablecida esa misma noche.
Pasaron 15 minutos. Todo seguía oscuro. Osvaldo llamó a las oficinas de la empresa de luz para reportar el apagón en su colonia. La operadora contestó que ya tenían un reporte anterior por el mismo apagón, que el cuerpo de técnicos ya había salido a la dirección indicada y que en cualquier momento llegaban. Osvaldo agradeció la atención y colgó sin haber dado la ubicación exacta de su casa.
-Seguramente algún vecino reportó antes que yo- pensó.
Se quedó en la sala donde estaba también Tulio.
-En un rato vienen- comentó Osvaldo a Tulio, al que no podía ver, pero sabía dónde estaba sentado.
Más de treinta minutos pasaron sin que llegase el equipo de electricistas a arreglar lo que parecía ser un corto circuito en el transformador que suministraba energía eléctrica a todas las viviendas de esa colonia.
La tormenta se calmó ligeramente, pero seguía lloviendo. Tulio se desesperó; a oscuras se levantó del sillón. En la penumbra, habló en dirección a donde estaba Osvaldo.
-Los de la empresa de luz no van a venir hoy-. Dijo Tulio.
Osvaldo respondió –Yo creo que sí vienen, tarde pero vienen-.
-Van a venir mañana en la mañana, mejor vámonos a mi casa, allá sí hay luz- propuso Tulio.
Después de analizarlo, Osvaldo aceptó la invitación. Ambos salieron de la casa bajo la lluvia y subieron al auto. Tulio arrancó. Lidiando con la poca visibilidad que había por la caída de tanta agua, llegó hasta una vía rápida. En algunas partes del trayecto, el nivel del encharcamiento alcanzó a tapar la mitad de los neumáticos. Avanzar se puso difícil. Además, en la avenida por donde iban, más adelante había un lugar en el que siempre se hacían encharcamientos con la lluvia.
Osvaldo sugirió tomar un atajo por otras calles. Tulio accedió y viró hacia la derecha. Bajaron una pendiente de ocho cuadras. Al llegar a la octava esquina, doblaron hacia la izquierda. Avanzaron seis cuadras por esa avenida. Antes de llegar al cruce de la séptima avenida, Osvaldo notó que en la esquina se había formado una pequeña laguna de aguas negras estancadas, salidas del río que pasa por ese sitio. Le dijo a Tulio que no siguiera porque el agua estaba muy alta para la altura del coche. Ambos vieron a un señor caminando con el agua hasta el pecho.
Tulio no entendió lo que le dijo Osvaldo. Siguió la marcha sin reducir la velocidad. El auto llegó a la esquina. El coche se sumergió en las aguas negras. Por suerte, Tulio y Osvaldo habían cerrado las ventanillas. El agua cubrió todo el cofre del coche; por dentro comenzó a llenarse de ese líquido turbio que en su paso arrastró hojas, ramas de árboles y basura. El coche se metió tanto que comenzó a flotar. Se balanceaba por la fuerza del agua, era como un pequeño barco a la deriva. La corriente arrastró al auto con sus pasajeros hacia un árbol. Chocaron con mediana fuerza. Tulio, a punto de caer en pánico, hizo un último esfuerzo por sacar el auto de esa laguna. Casi milagrosamente, el motor encendió. Tulio pisó a fondo el acelerador, sacó el embrague, sintió cómo patinaron las llantas en el suelo mojado hasta que por fin pudieron salir. Tulio se dirigió hacia un lugar más seguro. Detuvo la marcha y se bajó a ver las consecuencias de lo que acababan de pasar.
Había agua negra encharcada en todo el piso del automóvil. Tulio y Osvaldo tenían mojados los zapatos y los pies, pero habían salido bien y aunque seguía lloviendo, con menos fuerza, era hora de continuar rumbo a la casa de Tulio a terminar el día.
A la mañana siguiente, Osvaldo regresó a su casa. Al llegar pudo ver que adentro de su hogar también se había metido el agua. En la sala vio hojas de los árboles de la acera de su casa, que seguramente volaron por todos lados con los vientos más fuertes. Había también tierrilla. En la cocina quiso probar si la luz había vuelto. Oprimió el apagador en la pared y no pasó nada. La casa aún estaba sin energía eléctrica. Siguió revisando la casa, las habitaciones estaban tal y como quedaron una noche antes. Todo estaba igual, simplemente no había luz. Osvaldo llamó de nuevo a la compañía, le dijeron que en las primeras horas de ese día, un equipo de técnicos llegó a la colonia a solucionar el problema.
-Pero en mi casa aún no tengo luz- dijo Osvaldo a la operadora del servicio telefónico.
-Todas las casas de la colonia tienen luz menos la mía- insistió.
La mujer que atendió la llamada, pidió a Osvaldo volver a comunicarse por la tarde a ese mismo número. Seguramente para ese momento ya tendrían una respuesta a su situación.
Enojado, Osvaldo colgó la llamada. Se quedó viendo a todos lados de su casa sin saber qué hacer. Hacía mucho calor, se sentía mucha humedad en el ambiente y en su hogar no podía encender el ventilador. Encima tenía que esperar unas cinco horas para volver a preguntar si ya tenían la solución de su caso.
Sobrellevó las horas como pudo y a las seis de la tarde volvió a llamar al número telefónico de la compañía de luz. Le contestó un hombre. Osvaldo le explicó toda la situación, le dictó el número de orden que le dieron en la primera llamada de ese día. El operador le pidió aguantar en la línea un momento mientras verificaba los datos. Cuatro minutos después, el operador volvió a la llamada. Dijo que efectivamente existía el reporte, el cual había sido atendido satisfactoriamente por los técnicos de la unidad U-315 M desde una noche antes.
Osvaldo subió de tono al responder –Mire, señor, no sé de qué se trata lo que están haciendo, pero en mi casa todavía no hay luz y me urge que vengan a conectarla-.
El operador respondió –Claro que sí, señor, en ese caso le voy a generar un nuevo número de reporte. Su solicitud será atendida en un plazo máximo de cinco horas. Por favor, si en cinco horas no ha llegado el equipo a su casa, vuelva a comunicarse y nos da este número de reporte que le acabo de dar-.
Osvaldo, más molesto que antes, contestó: -¿Y qué hago si no vienen? ¿Paso a oscuras y con calor toda la noche?
El operador le aseguró que esa misma noche quedaría resuelto el problema y le pidió paciencia pues muchas unidades habían tenido que acudir a atender la caída de postes y árboles que dejaron incomunicada a una comunidad cercana, a consecuencia de la fuerte lluvia.
Osvaldo, casi incrédulo, aceptó el argumento del operador. Colgó. Guardó el papel con el número de reporte. Se quedó sin saber qué hacer.
Pasaron tres horas. A las nueve de la noche decidió llamar por teléfono a un vecino suyo, quien trabajaba de electricista particular. Le explicó a detalle el problema y le pidió su ayuda para reconectar la luz en su casa. El electricista accedió a la petición y llegó a casa de Osvaldo 20 minutos después.
Como por arte de magia, en menos de media hora reinstaló la luz, se encendieron los focos e incluso se activó un radio del cual sólo salía el sonido de la estática.
Osvaldo respiró profundo. El electricista le explicó cuál fue la falla y cómo la solucionó. Por fortuna no fueron necesarias refacciones en ese momento. Osvaldo pagó lo acordado. Entró en su casa.
Más tarde se durmió. Antes encendió el ventilador, lo dirigió exactamente hacia su cuerpo. Así, mientras dormía, el ventilador se encargaba de la lucha contra los feroces mosquitos que abundaban en esa época del año.
A las siete de la mañana con seis minutos, el timbre sonó en la casa. Osvaldo despertó. Se vistió y salió a abrir la puerta.
Eran tres sujetos, técnicos de la empresa de electricidad, quienes dijeron estar ahí para atender una solicitud recibida el día anterior en la central telefónica.
Amablemente, Osvaldo agradeció su presencia, pero les dijo que ya no era necesaria porque la luz ya estaba restablecida.
El jefe de los técnicos le preguntó si algún otro equipo de la empresa de luz había reconectado la energía en su casa. Osvaldo respondió que no y agregó el hecho de que tuvo que pagar a un electricista privado para que hiciera el trabajo porque el problema ya había sido reportado dos veces sin que fuese atendido.
El técnico quitó de su cabeza el casco amarillo. Le dijo a Osvaldo con tono serio:
-Eso es un delito, señor. No puede reconectar por su cuenta la luz, tiene que esperar a que lleguemos nosotros. Es un delito y es un riesgo. Eso amerita una multa. Me voy a comunicar con la central y que ellos me digan qué procede-.
El electricista se fue hacia la unidad. Osvaldo se dio cuenta de que no era la misma camioneta que llegó el día del apagón a reconectar todas las casas de la colonia menos la suya, de la cual apuntó los datos cuando se los dio la operadora telefónica de la compañía.
Después de 12 minutos de conversación entre el electricista y un hombre cuya voz se escuchaba en los altoparlantes del radio de banda civil, el técnico llegó a la puerta y le dijo a Osvaldo.
-Me informan de la central que tenemos que desconectar la luz de su casa. Usted tiene que llegar a las oficinas centrales de la compañía. En el área de aclaraciones le atenderán con gusto y le dirán cuál es la situación-. Después, les dio la orden a sus compañeros de cuadrilla. Entre dos desconectaron cables del medidor, otro de sus integrantes subió a la azotea, desconectó cables, los enrolló, bajó de la azotea, subió todo y subieron todos a la camioneta y se fueron de ahí. Eran casi las ocho de la mañana.
Osvaldo se quedó sin entrar en su casa por un rato, pensando en el problema. Algunos minutos después, ingresó en la sala. De inmediato percibió un olor a quemado en la cocina. Curioso, se acercó a esa parte de la casa. Entonces pudo darse cuenta que en la parte posterior del refrigerador, salía un delgado hilo de humo. El aparato acababa de tener un corto circuito en la conexión eléctrica a consecuencia del corte. Al parecer, se presentó un cambio de intensidad en el flujo de corriente y eso fue lo que detonó el corto.
Osvaldo, enojado a rabiar, se dio cuenta del lío que se estaba haciendo. Una hora más tarde salió de su casa rumbo a la oficina central. Llegó a la ventanilla de aclaraciones. Una mujer joven lo atendió. Osvaldo le platicó todo desde el día en que cayó el aguacero por el que casi naufragaron en el coche de su amigo Tulio, después de que se cortara la luz en medio de la tormenta eléctrica. Todo se lo contó pacientemente. La mujer lo escuchó hasta el final, después le pidió la dirección de la casa; ingresó los datos en la computadora, leyó el estatus del caso y dijo:
-Aquí me dice que usted tiene una multa de 12 mil pesos por reconexión ilegal del suministro sin solicitar ayuda a esta compañía. Su servicio será restablecido una vez que usted salde esa multa-.
Osvaldo, notablemente impacientado, respondió:
-Señorita, cómo dice usted que yo no solicité ayuda. Les hablé dos veces y llegaron hasta después de que se venciera el plazo de la segunda llamada. ¿Qué quería, que me quedara sin hacer nada mientras ustedes no atienden mi solicitud?-.
La señorita respondió: -Lo siento señor, son las políticas de la empresa y son las leyes de este país, yo no puedo hacer más por usted. Pague la multa y tendrá de vuelta su luz-.
Osvaldo salió de esas oficinas con humor trágico. Sin palabras, sin respuestas y sin dinero para pagar esa multa. Volvió a su casa al filo del medio día. El calor y la humedad se sentían con fuerza en todos los rincones de la ciudad. No había cómo esconderse del clima tropical. Al entrar sintió un olor fétido en el interior de la casa. Otra vez, el aroma salía de la cocina. Otra vez del refrigerador, pero ahora era un platillo de atún que unos días atrás el mismo Osvaldo dejó a medias y puso los restos a refrigerar para comérselo después. El alimento se descompuso rápidamente. Osvaldo tuvo que sacarlo del refrigerador descompuesto y tirarlo a la basura, aguantando los aromas desagradables.
El resto del día se quedó en casa. Sin luz eléctrica. Leyó fragmentos de varios libros cuando la luz natural se lo permitió, ordenó las habitaciones, la sala, la cocina, limpió por dentro el refrigerador y lo cerró para siempre. Por la tarde, compró tres veladoras con los últimos catorce pesos que tenía en la bolsa y que eran los últimos pesos de una liquidación ínfima recibida un mes antes al ser despedido del lugar donde trabajaba. Estaba solo, desempleado, a oscuras y sin un solo peso para subsistir. Tampoco tenía comida y si la tuviera, no podría conservarla mucho tiempo en buen estado ante la falta de refrigerador.
En la noche, puso una veladora encendida en el piso de la sala. La segunda fue colocada en el comedor y la tercera en el baño. Esta última sería la única que Osvaldo podría mover de un lugar a otro, las otras tenían que quedar en su mismo sitio. Así lo planeó.
Casi a las diez de la noche, entró a dormir en su cuarto, pero antes apagó la veladora de la sala y la de la cocina. Con la veladora movible llegó a su alcoba, se acomodó en la cama, tapó su cuerpo de pies a cuello con una sábana con la que pensaba evitar las picaduras de mosquitos. Apagó la flama con un soplido y se dispuso a dormir.
Por algunos días, la dinámica de Osvaldo cambió. En las mañanas se dedicó a arreglar todos los desperfectos que había en el inmueble. Arregló todo lo que no tuviera que ver con la energía eléctrica. En las tardes se las ingeniaba para tener comida y trataba de conseguir dinero para la multa. En las noches apagaba una por una las veladoras y después entraba a dormir.
Una mañana de esas, Osvaldo salió a vender algunos libros de los que tenía en la sala de su casa. Con el dinero obtenido fue al mercado a buscar alimentos. Ahí se encontró a una amiga suya, a quien le contó lo que le estaba sucediendo.
La amiga, quien se dedicaba a estudiar temas metafísicos, vibraciones energéticas, feng shui y demás ciencias milenarias, le dijo a Osvaldo:
-Se nota que estás en la oscuridad. Tu semblante lo refleja y tu energía está muy baja-.
Cuando se despidieron, ella le dio una tarjeta con el número telefónico de una persona que se dedicaba a hacer limpias energéticas en casas y a personas. Le recomendó hacerlo y se ofreció a pagar los honorarios.
Osvaldo agradeció la amabilidad del gesto y con la tarjeta en la mano regresó a su casa. Pensó por un rato y se decidió llamar a la persona que le indicaron. Platicaron de la problemática, ella le dijo el costo del trabajo que incluiría la presencia de un cura con quien se comprarían hierbas y se conseguiría el agua bendita.
Al escuchar el precio, Osvaldo se arrepintió. No quiso comprometer a su amiga a pagar esa cantidad por algo que quizá no era necesario.
Esa tarde, el cielo comenzó a nublarse. Osvaldo quiso bañarse, pero de la regadera no salió ni una gota de agua. Su reacción fue inmediatamente tratar de conectar la bomba de agua para llenar el tinaco. Pero no tenía luz. Era imposible. Además, el suministro de agua en la ciudad se mantuvo muy bajo durante toda esa época. Eso obligó a Osvaldo a tener abierto el aljibe de la casa para tratar de captar la mayor cantidad posible de líquido con el cual resolver las cuestiones más básicas de la casa. Se bañó con algo de agua extraída del aljibe.
En la noche, la lluvia cayó con fuerza durante más de una hora y media. Osvaldo pensó que se pudo haber reunido suficiente agua en el tanque. Permaneció adentro de la casa, con las tres veladoras encendidas hasta la hora de dormir. Se fue temprano a la cama porque tenía pensado al día siguiente continuar con las reparaciones en su hogar. La lluvia paró por completo cuando Osvaldo ya estaba plenamente dormido.
En la mañana comenzó a trabajar. Haciendo una de las faenas, fue hacia el tanque a sacar algo de agua en un balde. Al introducir la cubeta en el tanque, Osvaldo vio una silueta en el fondo del agua, sin distinguir de qué se trataba. Volvió la mirada hacia adentro del tanque. Descubrió con terror que era el cuerpo sin vida de un gato negro que, al parecer, murió ahogado ahí adentro. Osvaldo sintió pánico ante el descubrimiento.
Sólo hasta más tarde recordó a un amigo suyo, quien era conocido por adoptar perros y gatos de la calle. De inmediato, Osvaldo fue a buscarlo para contarle lo que estaba ocurriendo. Su amigo, de nombre Claudio, aceptó ayudarle a sacar el cadáver del gato. Ambos volvieron a casa de Osvaldo y comenzaron el trabajo. En menos de quince minutos, el cuerpo del felino fue sacado, chorros de agua escurrían del pelambre, luego fue puesto adentro de una bolsa que Claudio se llevó a enterrar en un lugar lejano.
Resuelto ese asunto, el problema fue que hubo la necesidad de tirar toda el agua del tanque como medida de precaución ante la posibilidad de que la presencia del gato muerto hubiera contaminado el líquido. Así que la casa ahora estaba sin luz y sin agua.
Osvaldo volvió a llamar a la persona de las limpias energéticas. La contrató para el trabajo en su casa. Después llamó a su amiga, quien ofreció pagar los honorarios. Todos se pusieron de acuerdo. La conjuradora se comprometió a llegar dos noches después a casa de Osvaldo, con ella irían el cura Moisés y Patricia, quien se encargaría de leer las energías en el interior del inmueble. Para esa fecha, la casa de Osvaldo había pasado 26 días sin luz.
La conjuradora, Patricia y el cura Moisés llegaron tal y como fue acordado. Los tres bajaron del coche. Cada uno bajó algo de la cajuela donde había un sahumerio, una bolsa de carbón, una gran bolsa negra en la que guardaban velas, otro sahumerio y dos botellas de plástico llenas con agua bendita. Patricia llevaba en sus manos un manojo de albahaca.
Entraron en la casa. Desde el primer momento, Patricia se puso nerviosa.
-Aquí se siente algo muy feo. Qué hay aquí. Parece que aquí hicieran brujería-.
-Es por lo oscuro que está todo aquí en la casa. Me cortaron la luz hace casi un mes y aún no me resuelven. Pero hace unos días murió un gato ahogado adentro del tanque de agua- le explicó Osvaldo mientras señalaba el tanque con su dedo índice.
Patricia respondió: -Yo no quiero entrar. Siento que me está doliendo la cabeza. Ya me dio miedo-.
La conjuradora, llamada Gloria, pidió que todos mantuvieran la calma. Aceptó que Patricia no entrase a la casa. Se quedaron todos en la antesala.
El cura Moisés ya tenía listos y encendidos los dos sahumerios. Tenía listas las botellas de agua bendita y las ramas de albahaca.
-Podemos comenzar- afirmó.
Gloria sacó un papel de su bolsillo. Pidió que todos se pusieran de pie y formaran un círculo tomados de las manos, para hacer la oración antes de comenzar la limpia. Patricia insistió en que le dolía la cabeza. Gloria prefirió no contestar.
Todos, tomados de la mano, cerraron los ojos a orden de Gloria. Ella, con voz delgada y tenue rezó dos salmos y pidió al «divino creador de la tierra» que los protegiera a todos en caso de encontrar alguna presencia maligna adentro de la casa. Terminó con un padre nuestro y junto con el cura pidieron a Osvaldo que los guiara por todos los espacios de la casa a oscuras.
Entraron hasta el fondo, al patio trasero y ahí comenzaron la limpia. El cura Moisés puso uno de los sahumerios en el suelo. Con las botellas comenzó a rociar agua bendita por todas las esquinas del lugar mientras rezaba un salmo. De la brasa que ardía en el sahumerio comenzaron a saltar chispas. Gloria dijo –Aquí hay energías negativas, por eso chispea el carbón-.
El mismo procedimiento ocurrió en los baños, en las recámaras, en el patio, en la cocina, en el comedor y por último en la sala. Al terminar en ese punto el recorrido por la casa, Gloria pidió que se quedaran los tres en la sala. Antes de continuar, sacó otra hoja de papel del bolsillo trasero de su pantalón. Puso cuatro racimos de pequeñas velas blancas, atadas todas por el mismo pabilo, las colocó en forma de cruz encima de una tabla. Les encendió fuego. Comenzó a rezar el salmo, leído del papel.
-Arcángel Miguel delante de Osvaldo-.
-Arcángel Miguel detrás de Osvaldo-.
-Arcángel Miguel a la derecha de Osvaldo-.
-Arcángel Miguel a la izquierda de Osvaldo-.
De esa manera continuó la lectura del salmo, al tiempo que los cuatro racimos de velas blancas comenzaban a encenderse.
Gloria estaba leyendo el salmo por tercera vez, tenía que hacerlo en total nueve ocasiones. El largo pabilo que unía a los cuatro manojos de velas, comenzó a arder. Gloria jadeó al momento de la oración. El cura Moisés estaba de pie enfrente de Gloria al otro lado de la flama. Osvaldo estaba a un costado de Gloria. Todos pudieron ver cómo el fuego comenzó a crecer adentro de la sala. Gloria siguió rezando trabajosamente, comenzó a sudar. Se le escuchaba agitada. En la quinta lectura del salmo a San Miguel Arcángel, la llama dio la impresión de moverse en dirección de donde estaba Gloria. La sala se iluminó por la potencia de la llama. Osvaldo sintió miedo. Gloria terminó las nueve repeticiones de la oración. El fuego comenzó a disminuir. Todos salieron a la parte frontal de la casa, donde Patricia los esperaba sentada.
Gloria, Patricia y el cura Moisés le explicaron a Osvaldo que posiblemente había alguna presencia inexplicable en la casa y que eso podría estar causando toda la sucesión de problemas en el último mes. Sin embargo, dijeron confiar en que la limpia ayudaría a sacar por completo las malas vibras. Los tres visitantes se fueron de la casa. Osvaldo no quiso dormir ahí. Pidió alojo en el departamento de una amiga, quien lo recibió de buena gana y lo dejó dormir en el sofá de la sala.
A la mañana siguiente volvió a su hogar. Lo encontró con un aroma distinto. La mezcla de albahaca con carbón quemado y fuego dejaron su estela aromática durante varias horas por toda la casa.
A partir de ese día y a lo largo de un mes, Osvaldo volvió a ir en siete ocasiones a las oficinas centrales de la compañía de luz. Cada vez fue atendido por personas diferentes. Cada persona le dio una respuesta distinta a la misma pregunta. Nadie le ayudó a resolver nada.
Sin embargo, después de pasar dos meses a oscuras en su casa, por fin encontró la manera de negociar la multa con la compañía de luz y consiguió el dinero para ello. Con el pago que realizó, la empresa autorizó la reconexión de la energía eléctrica en el domicilio.
El equipo de técnicos llegó tres noches después. Osvaldo estaba en la sala, esperando con ansias a los electricistas, alumbrado tenuemente por la veladora asignada a esa zona de la casa. Cuando llegaron los técnicos, los recibió con agrado. Eran tres, todos uniformados, a bordo de una unidad con grúa.
Osvaldo firmó el papel de autorización. Los técnicos comenzaron a movilizarse y en menos de media hora dijeron que estaba todo listo.
-Ya puede subir el switch-.
Osvaldo obedeció. Al subir la pastilla de corriente, un foco en la antesala se encendió. Al ver la luz, también se iluminó su rostro.
Los electricistas se fueron al comprobar que la corriente estaba correctamente restablecida. Osvaldo cerró la puerta, se dirigió hacia la sala. En la entrada oprimió los apagadores de las luces, éstas se encendieron.
Osvaldo sonrió a solas. Se sintió realmente aliviado. Todavía tenía dudas por todo lo que le dijo Gloria el día de la limpia en la casa, pero en ese preciso momento lo más importante era que ya había luz otra vez. En todo eso pensó Osvaldo, mientras recogía las tres veladoras encendidas.
Antes de apagarlas, viendo los vasos, pensó: –Menos mal que volvió la luz, porque estas veladoras ya están a punto de acabarse–.

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