El ascenso a Copoya

La mañana de este domingo se realizó la tradicional subida de las vírgenes de Copoya, con esto finaliza el festejo de origen prehispánico, propio de la cultura Zoque, del centro de Chiapas

Texto: Óscar Aquino
Fotografías: Jacob García

[dropcap]S[/dropcap]obre ellas tres pesa una historia rica en datos y una tradición que ha perdurado por generaciones. Ayer regresaron a su santuario, a su hogar en Copoya, pero antes fueron despedidas por los mayordomos que las recibieron en su casa, en Tuxtla y por los priostes que las veneran y las protegen.


Desde muy temprano, los mayordomos en turno abrieron las puertas de su casa, listos para recibir a los fieles que fueron a ver a las madres santísimas, para después acompañar la procesión que las llevaría de vuelta al templo que es su hogar. Al entrar se ven las dos carpas que fueron dispuestas para proteger del intenso sol tuxtleco a los devotos asistentes. En las mesas, el ninguijuti, que es uno de los platillos típicos zoques, estaba listo.


En el fondo del patio se aprecia el somé, en él hay arreglos con formas de flores hechas con mazorcas, los tradicionales trastos de plástico colgando del techo junto con paliacates rojos y algunas piezas de pan. Momentos después de las ocho de la mañana, los ocho músicos comenzaron a tocar los tambores y el carrizo.


Uno de los priostes tomó en sus manos a la virgen del Rosario, la llevó por el patio para ser despedida por todos los fieles. En seguida, la metieron en la urna de madera donde siempre la guardan durante todo el recorrido, que comienza desde los últimos días de cada enero cuando las tres imágenes divinas son bajadas a Tuxtla desde Copoya.
El mismo procedimiento usaron con las tres para después cubrirlas con trapos, enrames y flores adentro de las urnas, con tal de evitar que las imágenes se golpeen en el camino. Cada una es cubierta con un petate y adornada con flores de colores. Los más longevos de todos los priostes se acomiden en fijar bien todas las ataduras. Cuando las tres urnas están listas, encienden el incienso y velas al frente del altar. Durante todo ese tiempo, los músicos no se han detenido, siguen tocando, cambian de ritmos; el ambiente se llena de misticismo.


Mientras eso sucede, afuera de la casa se han reunido los grupos de parachicos que acompañarán con sus danzas el camino desde Terán hasta Copoya, todos a pie, pero sólo unos pocos afortunados tienen el privilegio de cargar a las virgencitas.
Según datos históricos, en la época colonia, la virgen de la Candelaria fue encontrada en una zona cercana al lugar que actualmente se conoce como Copoya; en tanto que la virgen del Rosario fue dada a conocer por frailes dominicos habitantes de esos sitios y la virgen de Olachea, que fue donación de una familia que llevaba ese mismo apellido.
Antes de su regreso, las vírgenes han visitado numerosas casas en diferentes zonas de Tuxtla Gutiérrez, entre sus anfitriones han lavado sus ropas y han protegido a las imágenes, las mantienen seguras, a salvo. En todos esos sitios se organizó fiesta para recibirlas, se preparon platillos, se repartieron cervezas, refrescos, se vivió el fervor católico.
Por este año, el peregrinar de las tres virgencitas de Copoya ha llegado a su final. Desde ayer están de nuevo en su templo de siempre, el de nuestra Señora de Candelaria. Los peregrinos que las acompañaron en la tradicional subida, se despidieron de ellas, les agradecieron por sus bendiciones y pidieron con fe por que protejan a todos del mal.

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