El viernes fue 13 de mayo. Un día más en el calendario gregoriano, el centésimo trigésimo tercero. Fecha considerada de mala suerte por algunos. Incluso, esta superstición puede devenir en temor angustioso a esa unión entre el día de la semana y el número: la parascevedecatriafobia. Ciertamente, el 13 de mayo no es un día cualquiera, tiene su relevancia. No es como el 12 ni como el 14. En el 13, la palabra tiene principio y fin.
Las personas son una construcción, tal vez, hasta una ficción: cuentan, dicen y recrean lo que quieren y como quieren. Poco o casi nada puede ser expresado con tal fidelidad que la verdad sea justa, exacta y precisa. Sólo en el momento mismo del hecho queda registrada la acción, el dicho o el pensamiento. Si las personas son, entonces, una elaboración, ¿por qué no elegir, sustituyendo la irremediable fecha accidental del nacimiento, un día distinto como principio de la vida autónoma fuera de otro ser? Y si ya se cambia la fecha, ¿cuál podría ser la objeción para hacerse de otro nombre, uno más sencillo, más ilustre o más estrambótico?
Lector de teología y amigo de Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia, sus inseparables afectos. Miembro del «grupo sin grupo», Los Contemporáneos. Su padre, un desconocido imaginado: un gambusino rubio irlandés, del que, la verdad sea dicha, no se tiene registro. Nacido en El Rosario, Sinaloa; estudia en el Estado de México y se forma en la capital del país. Enamorado del imposible y de la imposible Clementina Otero, su musa joven, seductora y altiva. Casi con un cuarto de siglo en su andar, se va del país. Le dio un «sarampión marxista» que le duró un tiempo, como él mismo escribió. Acomodado y bebedor. Atormentado.
Aunque dijo que nació el 4 de febrero, día de los Gilbertos, en realidad, lo hizo el 13 de mayo de 1905. Gilberto Estrada mudó a Gilberto O. Estrada; después, a Gilberto Owen E. y terminó siendo Gilberto Owen, el poeta de las pasiones y de la realidad. «Por la carne también se llega al cielo», escribió.
José Vasconcelos fue un tornado como secretario de Educación Pública y sólo una persona ha estado a su altura en ese ministerio. Hijo de catalán y peruana. Fervor, su primera obra; fervoroso, su compromiso con el deber. También integrante, como Owen, de Los Contemporáneos.
El escritor fantasma del último presidente militar, Manuel Ávila Camacho, y alto funcionario en Relaciones Exteriores, Jaime Torres Bodet fue designado como titular de la SEP por el poblano en donde, como su antiguo jefe, emprendió una campaña alfabetizadora bajo el lema «El que tiene la fortuna de saber, tiene el deber de enseñar». Eran esfuerzos epopéyicos para construir un país. Años más tarde, por acuerdo de Adolfo López Mateos, volvería a ocupar dicha secretaría en donde formuló el Plan de Once Años.
Segundo director de la UNESCO, entre 1948 y 1952, en un momento de definiciones globales. Renunció a ese encargo porque nadie quería financiar la organización. Parecía ser que, como ahora, la ciencia, la cultura y la educación eran irrelevantes. ¡Qué equivocada ha estado la humanidad!
Si esto ya es mucho para un hombre, no lo era para Torres Bodet quien, sin dejar de serlo, era más que eso. Redactó el nuevo artículo tercero constitucional y creó la Comisión Nacional de Libros de Textos Gratuitos. Las niñas y los niños del país, ricos y pobres, de la sierra o de la planicie, desde entonces, tienen los mismos contenidos educativos. Era –y sigue siendo– una política igualadora hacia arriba. Su obra institucional fue enorme y la literaria vasta y milimétrica.
Consciente de su condición física, en su despacho, terminada la redacción del último tomo de sus memorias, había que dar un paso a un lado. Lunes, 13 de mayo de 1974. Concluida la obra, concluida la vida.
Owen y Torres Bodet, unidos por las letras, por el trabajo en el exterior, por la membresía a un grupo, por sus pasiones y, además, por el uno y el tres.