Al llegar al primer bicentenario de la federación de Chiapas a México se hace obligado reflexionar sobre la manera en que la entidad ve hacia el futuro. Qué problemas persisten, cuáles se han agudizado y de forma se han superado otros más.
Está acreditado el ejercicio plebiscitario que, con la caída del primer imperio, el de Agustín de Iturbide en 1823, Chiapas tuvo la alternativa de mantener su independencia o unirse a algún otro país que le resultara conveniente. Se trataba, en ese momento, de una decisión política y pragmática. Después de hacer las consultas necesarias, explorar las perspectivas de futuro y los arreglos sociales, así como de los costos, se resolvió convertirse en el estado número 19 de la República Mexicana. A partir de ese momento, su destino y el de México quedaron enlazados.
La conmemoración de tan importante efeméride hace que el sentimiento por la patria chica se exalte. Se han erigido monumentos, escrito libros y dictado conferencias, ninguno de ellos sobra, mas a la par de la exaltación por el sentimiento chiapaneco, se requiere una atenta y cuidadosa tarea de construcción de futuro con y en México que responda a los problemas pendientes y a otros nuevos que, con el paso del tiempo, han aparecido.
En 2024, al menos, dos son los temas que merecen atención por parte de las autoridades, las organizaciones de la sociedad civil y de la ciudadanía que, sin signos, sellos o colores partidistas, deben de dar respuesta. No son nuevos, pero su magnitud ha crecido y, con ello, sus lamentables consecuencias.
Desigualdad y pobreza
Casi ocho de cada diez personas que viven en Chiapas lo hacen en condiciones de pobreza. Esta cifra escandaliza hasta el más conservador o ultraliberal. ¿En dónde ha estado el Estado mexicano y las autoridades locales para revertir esta lastimosa situación? De forma paradójica, Chiapas ha recibido transferencias de recursos provenientes de la federación por miles de millones de pesos y autoridades de los niveles de gobierno con el acompañamiento de organismos multilaterales han diseñado políticas públicas con el fin de sacar a la gente de la postración económica. Poco se ha logrado. El Producto Interno Bruto por habitante de la Ciudad de México es seis veces mayor que el de un habitante chiapaneco.
Las condiciones de desventaja no sólo se reflejan en los ingresos personales, sino en el acceso a los servicios públicos y la calidad de los mismos. Salud y educación son las áreas más sensibles, y las consecuencias de la pandemia por COVID-19 se sentirán por muchos años.
La pobreza es caldo de cultivo para que las filas de los grupos delincuenciales crezcan. No hay mejor política de seguridad pública que la política social efectiva, integral y consciente. Si más jóvenes encuentran mejores condiciones de vida, ya un paso hacia adelante en el combate a la delincuencia.
Violencia
Para nadie escapa que la penetración de los diversos grupos del crimen organizado en la entidad es cada vez más inquietante. Los conflictos velados entre grupos antagónicos que se peleaban la plaza o mantenían una tensa calma han quedado en el pasado para mostrar su poder en combates en espacios públicos afectando la normalidad de la vida comunitaria. Además, la diversificación de las actividades ilegales es tal que los negocios, sean grandes o pequeños, sin importar el giro, viven la exigencia de una cuota para dejarlos continuar con sus actividades. A eso hay que sumar las desapariciones forzadas, los asesinatos, la expulsión y despojo de territorios, y los desplazamientos.
Frente a esto, a muestra de ejemplo, cerca de 15,000 personas convocadas por las diócesis de Tuxtla Gutiérrez, San Cristóbal de Las Casas y Tapachula salieron a marchar para exigir un alto a la violencia. Como en el pasado no muy remoto, en Chiapas las comunidades religiosas se organizan para protestar y denunciar. En 1994, la Iglesia católica mostró los excesos gubernamentales en el conflicto zapatista; 30 años después, vuelve a ser un actor principal para señalar la indefensión de las comunidades.
El bicentenario de la federación debe ser una fiesta, pero también ser la ocasión propicia para redoblar los esfuerzos para hacer de Chiapas un mejor lugar para vivir. No se aguantan más discursos vacíos, construcciones a medio terminar o apoyos económicos que son paliativos.
Como cuando se optó por unirse a México, las condiciones en la entidad son tensas, inciertas y violentas. Hay que actuar.