Este año es la antesala de la gran elección en México. La renovación del Poder Ejecutivo de la Unión en 2024 generó, desde ya mucho y largos meses, una expectativa sobre quién será la persona que suceda a Andrés Manuel López Obrador. Su figura y estilo de gobierno han dejado una profunda huella en la historia política del país; por ello, la elección presidencial genera mucho interés.
Pero esa elección se empieza a decidir con algunos otros años antes, fundamentalmente, la del Estado de México. Esta entidad federativa se distingue, en términos electorales, porque tiene la lista nominal más grande del país, lo que significa una bolsa de potenciales votos más que importante. Dicha lista está integrada por cerca de 12 millones de personas que poseen su credencial para votar vigente; es decir, alrededor del 13 por ciento de la lista nacional.
Otro aspecto que la hace “especial” es que no ha ocurrido una alternancia partidista en su gubernatura. Siempre la ha ganado el Partido Revolucionario Institucional. Dicha permanencia se puede explicar, entre otras razones, por el “control de límites”, una teoría de Edward Gibson –que bien podría ser una teoría del conflicto político–, en donde perviven, en contextos nacionales democráticos, enclaves subnacionales de corte autoritario.
En la elección de 2023, el partido más fuerte a nivel nacional, Morena, intentará, con toda su maquinaria, arrebatarle ese estado al PRI. Es una cuestión no sólo simbólica sino de perspectivas. Si no gana, quedará demostrado que la oposición “moralmente derrotada” no lo está en el terreno de la operación y movilización electorales y que Morena puede perder la Presidencia de la República si el PRI y la coalición hacen su trabajo.
Es un hecho y como tal debe ser mencionado: el clientelismo tendrá un protagonismo en esta elección local. Quien perfeccione las artes del sufragio a cambio de una dádiva, tendrá una estrategia probada para la elección de 2024.
Finalmente, la elección del Edomex tiene una significación especial que se desprende de que de ahí proviene Enrique Peña Nieto, el antecesor de López Obrador. Mucho se ha dicho de que entre ambos hubo (¿hay?) un acuerdo para que al ganar el segundo, Peña gozara de tranquilidad. Hasta ahora, salvo algunas carpetas abiertas por la Unidad de Inteligencia Financiera y declaraciones de integrantes del gobierno federal, el expresidente no está bajo la lupa realmente. Por supuesto, esto no es comprobable y bien puede formar parte de la abundante narrativa fantástica que hay en la política mexicana.
El Edomex es la antesala de la elección presidencial. Ahí se escribe el futuro aunque, evasivo como es, nada está definido.