Cuando era una niña escuchaba repetidamente el último discurso de Salvador Allende en un disco de 45 revoluciones que mi madre tocaba unos años después; guardo en mi memoria esa voz impasible en medio del ataque al palacio presidencial, por la capacidad de expresar palabras de aliento y esperanza en medio de la angustia y el ruido de las bombas lanzadas desde el aire. “Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza” afirmaba el valiente político antes de morir.
A las once de la mañana del 11 de septiembre de 1973, dirigió su último mensaje al país a través de una cadena radial antes de que los cohetes de los aviones Hawker Hunter atacaran ferozmente La Moneda con el mandatario dentro. Deponer a Allende y acallar a las emisoras afines eran dos de los objetivos del funesto golpe militar que este lunes cumplirá 50 años.
El quiebre democrático consumado contra el gobierno de la Unidad Popular, una coalición de movimientos y partidos de izquierda ligados a la clase trabajadora dejó una profunda herida en la sociedad chilena que padeció durante 17 años la bota militar y la muerte y desaparición de casi 3 mil personas. Brasil y Argentina estuvieron gobernadas también por juntas militares, pero las atrocidades y atropellos cometidos contra la disidencia durante la era de Augusto Pinochet, superan por mucho el manual de gobiernos castrenses.
La nación sudamericana sepultó el capítulo más oscuro de su historia en el plebiscito de 1988 para decidir si el dictador continuaba en el cargo de presidente; 56% votó por el No y el restante 44% lo hizo por el Sí, una magra diferencia que mostraba las venas abiertas en esa sociedad. Como resultado del referéndum inició la transición a la democracia y se convocó a elecciones generales en 1989. Desde entonces se han sucedido ocho gobiernos (Bachelet y Piñera fueron electos en dos periodos) y el debate sobre la dictadura militar está vivo entre detractores y nostálgicos.
En Chile sorprendentemente no existe consenso social para condenar el golpe de Estado de Pinochet. El actual presidente Gabriel Boric quien nació trece años después de la asonada militar, ha convocado a un gran acuerdo nacional por la democracia y respeto a los derechos humanos que ha sido rechazado por todo el arco político de derecha, una de cuyas diputadas afirmó recién que las denuncias de violencia sexual durante la tiranía eran parte de la “leyenda urbana”, cuando consta la depredación sexual con la que los militares actuaron.
Chile vive una encrucijada. Hace un año el 62% de los electores rechazaron la propuesta de nueva Constitución (la actual data de 1980), y en mayo la extrema derecha consiguió la mayoría de apoyos para integrar el Consejo que redactará otra propuesta. Y como siempre ocurre en estos casos donde el dolor no sana y las heridas no se cierran, la justicia llega tarde: el 28 de agosto la Corte Suprema de ratificó las condenas contra siete exmilitares acusados del brutal asesinato del compositor Víctor Jara ocurrido días después del golpe militar.
Salvador Allende fue uno de los presidentes más notables de izquierda en América Latina. Durante los tres años de su gobierno, encendió una llama de ilusión y esperanza que trascendió las fronteras y persiste como ejemplo de valor, fuertes convicciones y congruencia política.