Se han cumplido 7 meses desde el fatídico 7 de octubre cuando milicias de Hamás penetraron en territorio de Israel y asesinaron a mil 200 personas en el ataque más violento y mortífero desde el surgimiento de ese país en 1948. Buscando eliminar a ese grupo terrorista, la represalia militar ha dejado a su paso una enorme estela de destrucción, muerte y sobrevivencia en condiciones extremas de gazatíes.
La capacidad de resistencia y resiliencia de la población palestina es sorprendente. La falta de alimentos, agua, gasolina, energía eléctrica y suministros indispensables para los centros de salud que aun funcionan y el bloqueo a la ayuda humanitaria, han convertido a ese pedazo de tierra en una auténtica pesadilla para cualquier ser humano. Cuando comenzaron las hostilidades, el ejército israelí dio un ultimátum para el desplazamiento forzado de un millón y medio de habitantes del norte del enclave. Enseguida arrasó con la ciudad de Gaza en su avance y arrinconó a la población al sur.
En los campos de refugiados de Yabalia, Jan Yunis y Rafah ya no pueden mantenerse a salvo los civiles palestinos. Incluso los centros de atención y ayuda de la URNWA, la agencia de Naciones Unidas encargada de asistirlos ha sido objeto de intensos ataques a su personal, a sus instalaciones e incluso ha sido acusada de mantener en su plantilla a miembros de Hamás.
Las familias palestinas están, literal, a salto de mata. Se calcula que de los 1.2 millones de personas refugiadas en Rafah (la mitad niñas y niños) han salido ya 450 mil tras la orden de evacuación. Ahora mismo ya no hay lugar seguro o infraestructura en pie a donde puedan moverse en el devastado territorio.
Gaza es una prisión a cielo abierto. La guerra parece encaminada a asfixiar a su población, provocar un éxodo masivo a Jordania y Egipto y mantener a un número que pueda ser controlada. El Estado hebreo se mantiene hostil e infranqueable al respecto; si ni siquiera permite la entrada de ayuda humanitaria, resulta difícil pensar en la reconstrucción del estrecho territorio de 365 kilómetros cuadrados por parte de la comunidad internacional. La realidad es que no hay futuro.
Mientras tanto, Israel se encuentra más aislada porque su belicismo ha sumado cada vez más rechazo, aunque su poder económico mantenga amplias complicidades. Los familiares de los rehenes en poder de Hamás exigen la dimisión de Netanyahu. Por su parte Biden ha dicho que si la incursión Israelí a Rafah no cuenta con un plan para proteger a la población civil, no brindará su apoyo. Ante el inmovilismo de Occidente, la ola de protestas en las Universidades de Estados Unidos se ha extendido a campus de Europa.
La Organización Mundial de la Salud reporta que son más de 35 mil las personas asesinadas por los bombardeos de Israel (60% son mujeres y niños). No obstante, el país agresor acusa manipulación de las cifras señalando que “no son exactasy no reflejan la realidad sobre el terreno».
Pero la realidad se impone. Francotiradores israelíes disparando a niñas y niños, el odio de los colonos, los hombres y jóvenes palestinos desnudados y llevados a campos de detención para torturarlos, son hechos atroces. Un pueblo entero que está siendo vejado y masacrado a los ojos del mundo entero no puede mantenernos indiferentes. El Estado israelí ha pasado de ser víctima a ser opresor y hoy nos preguntamos ¿quién puede parar esta masacre?