Frivolidades
Mientras miles se enfrascan en discusiones en redes como reflejo de lo que la polarización que vive el país, millones de personas viven el día a día haciendo sus mayores esfuerzos para salir adelante en sus labores, negocios o actividades. La radio, la televisión y la prensa escrita se nutren de información que se viraliza con sorprendente velocidad. De un de repente cualquier cosa que incite al morbo se convierte en la noticia del día.
Los jóvenes Millennials se la pasan compartiendo selfies y contándole a una comunidad en ocasiones muy extensa todas sus actividades o sus ocurrencias. Se da por llamar influencers a aquellos que a través de diversas plataformas captan el interés de personas que se vuelven afines a los emisores de información. Y uno que se dedica a estas cosas de escribir y analizar sobre el acontecer cotidiano en la vida política del país, por ratos olvida que la información corre a través de un torrente de múltiples y muy diversas fuentes informativas. Para un país de 130 millones resulta ínfima la cantidad de personas que ven programas de análisis político. Los fines de semana, esos sí, se disparan impresionantemente las notas deportivas.
En medio de todo ese barullo resalta el presidente que en sus mañaneras habla un promedio de entre hora y media y hasta dos. En un escenario controlado, se explaya y no falta el día en que diga alguna frase que amerite toda una discusión que puede durar horas o días. Lo único que supera esas tendencias es él mismo, que de vuelta sale con alguna otra cosa que amerite sepultar a la anterior. Y por supuesto se ha desarrollado un público sumamente crítico que no estaba acostumbrado a que desde la presidencia se dijeran todos los días tantas cosas. A la vez quienes son parte de la ola de la 4T, responden enfurecidos a la más mínima provocación.
Cualquier frivolidad es objeto de enfrascadas discusiones. Recientemente el presidente subió un video mientras viajaba a encontrarse con la condoleciente familia LeBaron. Dijo que se la había ponchado una llanta, la cual aparecía en la escena, y aprovechó para hablar del paisaje. De inmediato llovieron las críticas. Yo pienso que más nos vale irnos familiarizando con eso. No faltarán los memes o aquellos que imaginan conspiraciones de la derecha reaccionaria y alienígena como si se tratara de los expedientes secretos X.
Lo que realmente debería preocuparnos pasa a un segundo plano. Las estadísticas, los indicadores económicos no son halagadores y el gobierno lo sabe. Algo deberían estar haciendo más que generar una mayor recaudación a partir de exprimir a los contribuyentes con leyes fiscales cada vez más abusivas. Se trata de una fórmula sencilla pero que le cuesta mucho trabajo asumir al presidente. Contra toda la retórica a la que nos acostumbró cuando era el más férreo candidato opositor, hoy tiene la difícil responsabilidad de gobernar.
En efecto, la macroeconomía muestra indicadores positivos. Se vale reprocharle que no baje la gasolina como lo ofreció en campaña, pero ya se dio cuenta que no es tan fácil. Que el ingreso por esos recursos es importante y no se puede prescindir de ello con tanta ligereza. La clave está en recuperar la confianza en los inversionistas, en las pequeñas y medianas empresas que generan el 70% del empleo en todo el país. Se tiene que convencer de ello para modificar sus posturas y decisiones con un sentido más pragmático, por neoliberal que parezca.
Se ha autoimpuesto metas que más que objetivos parecen buenos deseos. Se apresuró a decir que a partir de enero la atención médica y las medicinas serían gratuitas. En menos de dos días la realidad le representó un serio revés. Tiene tiempo para hacer las cosas. Se trata de que no le gane la prisa y no se deje llevar por impulsos. Es lo que le conviene y por ende a todos los que esperamos que enderece el rumbo de la economía. Así de fácil. Así de complicado.