Sálvese quien pueda
Como si se tratara de una película de ciencia ficción, la humanidad entera enfrenta la inusitada propagación de un virus que se contagia con impresionante celeridad. A pesar de los avances científicos estamos siendo rebasados en nuestra capacidad de respuesta y no hay medida más eficaz que el aislamiento. La interconectividad aérea y el flujo de millones de personas alrededor del mundo provocó que el virus pasara rápidamente de un país a otro. La reacción ha sido tardía y hoy están pagando las consecuencias por no tomar las medidas preventivas necesarias aplicando los protocolos de sanidad. La Organización Mundial de la Salud ha sido rebasada porque los países más poderosos están actuando por su propia cuenta y riesgo, cerrando sus fronteras, aislando a su población y dejando a los demás a merced de su propio destino.
La información fluye constantemente pero hay confusión y miedo entre las personas. Buscan afanosamente fuentes confiables para tomar las decisiones correctas dada la magnitud del problema. Yo hubiese imaginado una conferencia virtual entre los líderes del mundo para definir acciones concretas y coordinadas, un comunicado conjunto, pero no. No se sabe con precisión si los mejores científicos y laboratorios del mundo trabajan en una cura para la humanidad. Los sistemas de sanidad de los países más desarrollados están siendo incapaces para atender a la población. De los demás ni hablar. Ni siquiera las estadísticas son confiables.
Trump decidió unilateralmente cancelar los vuelos procedentes de Europa. En medio de su campaña por la reelección, capitaliza las circunstancias. Estados Unidos no es ya ese país que lidera y salva al mundo contra las invasiones alienígenas. Corea del Sur enfrenta con éxito el problema. Realizó más de 200 mil pruebas para identificar a la población afectada y redujo la taza de mortalidad a menos del 1% al dar atención oportuna. Los chinos reaccionaron autoritaria pero eficazmente aislando a su población. Construyeron en diez días un hospital en Wuhan con más de mil camas. La curva de infectados comienza a declinar cuando en otras partes el brote apenas es incipiente. De más de 80 mil afectados, fallecieron unos 3 mil. No hay un antiviral. Solo se atienden complicaciones como la neumonía con auxilio de aparatos respiratorios. La mayoría de los contagiados no tiene más que esperar en aislamiento a que pase el periodo de incubación y a que su sistema inmune reaccione positivamente. No hay de otra. La cifra de morbilidad varía por país.
A México llega en un mal momento. Hay crispación en la sociedad. El tema se ha politizado. El gobierno trata de aplazar las medidas restrictivas sabedor de que nuestra economía no atraviesa por un buen momento. Los efectos de la 4t han sido devastadores. El manejo de la economía provocó la baja del crecimiento de 2.0% a 0.1%. En medio de protestas sociales y la caída de popularidad del presidente el gobierno se agazapa con teorías conspiracionístas. Culpa a los conservadores -es decir a sus críticos- de apostar al desastre viral como si tuvieran vocación autómata. «… es hasta lamentable que quieran que nos infectemos» dice el presidente.
El gobierno reacciona acosado. No asume el liderazgo ante la crisis. Debería encabezar una mesa de trabajo permanente con los gobiernos estatales, las instituciones y la iniciativa privada. Ante la desidia varías universidades suspendieron las clases presenciales. Empresas privadas promueven el home office o trabajo en casa. Se suspenden eventos masivos, pero no todos. Se realiza el festival Vive Latino concentrando a miles en el zócalo. Estamos en fase 1 dicen. Mientras los italianos claman diciendo a otros países que no se confíen.
El Subsecretario de Salud carga sobre sus hombros toda la responsabilidad. Informa a la población, promueve acciones para evitar la propagación del virus porque sabe que nuestro sistema de salud no se dará abasto. Pero en este México surrealista el presidente se placea repartiendo apapachos haciendo todo lo contraindicado. Es como aquel enfermo al que sugieren reposo y se va a la calle. Y el problema es que nuestro Tlatoani influye entre los gobernados. Una cosa es no propagar el miedo y otra, contener la enfermedad. Más valdría equivocarse por actuar que por no hacer nada.