El modito
Me dice una ferviente admiradora del presidente que sus críticos lo único que buscan es cualquier pretexto para atacarlo. Y es que sí; no gustan sus «moditos», palabra que él mismo empleó para referirse a los empresarios que ante la falta de apoyo del gobierno federal buscaron fondearse con el Banco Interamericano de Desarrollo para dar liquidez a las empresas. No le están generando un problema al país, sino por el contrario, buscando una alternativa de solución ante la actitud asumida por un señor que no entiende de economía.
Ya ven que a nuestro primer contestatario le encanta ese lenguaje coloquial que tan buena comunicación le genera entre las masas. La oclocracia se regodea empoderada porque el imperatore sacrifica bestias y gladiadores en el coliseo. Inclina su pulgar para que la turba lo sofoque con sus alaridos. Uno pensaría que no es propio de un país con una antigua civilización y que se encuentra entre las 20 primeras economías del mundo. Un país que ha tenido mandatarios como Don Benito Juárez que hacía gala de una elegante prosa que le valió la gloria universal como a ningún otro de nuestros próceres. Incluso Vicente Guerrero, de quien se sabía era analfabeto, pero no escaso de valentía y liderazgo. Al él se le adjudica la frase de la «La patria es primero» que hoy engalana el salón de sesiones del senado. Su intercambio epistolar con Iturbide, no refleja un tinte soez, ni demérito, sino prolijidad.
Lázaro Cárdenas que al igual que López Portillo nunca tuvieron el propósito original de expropiar la industria petrolera de manos extranjeras ni tampoco la banca privada; tampoco se caracterizaron por un lenguaje florido. Salvo, por aquella ocasión en que el segundo, ofreció «defender al peso como un perro». Después sobrevino la debacle económica con las devaluaciones más grandes de la historia. Don Francisco I. Madero era todo un caballero con provinciana aristocracia. Se expresaba con respeto y elegancia. Jamás insultó al mandatario a quien llamaba «Don Porfirio». Su único desliz político, dicen sus críticos, fue ser poco enérgico en sus decisiones en los momentos críticos. Su vocación fue quizás martirológica. Toleró a Victoriano Huerta a pesar de que su hermano Gustavo le advirtió de su traición. Pagó cara su osadía.
Don Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor, más conocido como Miguel Hidalgo; hablaba latín, francés e italiano además de tres lenguas indígenas. Entre sus lecturas favoritas los clásicos universales, Jean de La Fontaine, Moliere, el dramaturgo Racine, Cicerón y Demóstenes. Don José María Morelos y Pavón fue autor de el documento fundacional más importante de México, Los Sentimientos de la Nación. Su texto preclaro, sobrio, es origen e identidad de nuestra patria. Nunca, ninguno, pasó a la historia por un chistorete o un bullo. Este presidente al que tanto le ocupa y le preocupa, ser estatua y estar en los libros de historia, puede correr el riesgo de ser recordado por sus frívolas singularidades.
Más allá del «modito» que al principio era objeto de mofa (Cállate chachalaca) lo que ocupa y preocupa es el modo de gobernar. Detrás de todos los epítetos y adjetivos con que califica a la prensa crítica, a los empresarios, a las clases medias y a todo aquel -salvo Javier Alatorre- que disienta o lo contradiga, se encubre la identidad de un personaje que no alcanza a dimensionar el tamaño de responsabilidad histórica. No quiere y no puede. No asimila que se le echó a perder la fiesta en que iba a repartir fritangas y vender boletos para la rifa de un avión entre sus fieles. No digiere que el petróleo dejará de ser el cuerno de la abundancia y que revivir el cadáver de Pemex no tiene razón de ser. No puede decir que ejerce de su derecho de réplica cuando cotidianamente fustiga la libertad de expresión. No puede autoproclamarse demócrata cuando acapara y dispone de las arcas públicas a su antojo, cuando descalifica al INE o llama moralmente derrotados a sus opositores, cuando ignora las voces que desde Morena proponen alternativas.
El modo aplauso o el modo avión, son los que le acomodan. Para eso son buenos los bufones de la Corte, los neoescribidores enquistados en las nóminas, los diletantes improvisados de la administración pública o Donald Trump que descubrió al mejor de sus aliados, el velador que le cuida la frontera sur y le recibe a los repatriados para dejarlos a su suerte. Como en los viejos tiempos, el modo que más le acomoda es: «lo que usted diga, señor presidente». No es cierto que hemos domado al virus que hoy nos agobia. Domaron a los directivos médicos para llamar neumonía atípica a los casos de Covid. Domaron a los empresarios con leyes fiscales draconianas. No hay una luz al final del túnel. La tormenta apenas comienza y no tenemos paraguas…