Debut y despedida
Escuchar las mañaneras del presidente se ha vuelto un suplicio, un ejercicio de flagelación. Para sus leales seguidores un ejercicio de autocomplacencia. Una misa donde la variante ocasional son algunos anuncios que por supuesto afectan la vida pública nacional. Ya no sabe uno con que sorpresa u ocurrencia nos va salir el presidente lo que por supuesto da material para toda una serie de replicas y comentarios. Es bien sabido, como él afirma, que «su pecho no es bodega» y que dice lo que siente, lo que se le ocurre. De la misma manera cuando no quiere contestar o comprometerse revira diciendo que él «es dueño de su silencio». Así que ni para donde hacerse.
Esa costumbre ha sido característica de algunos regímenes donde el orador hace un ejercicio de catarsis con su pueblo. Fueron célebres las peroratas de Adolfo Hitler y en décadas más recientes Fidel Castro que podía ininterrumpidamente hablar hasta ocho horas en la Plaza de la Revolución. Su fiel discípulo Hugo Chávez echó a andar su propia canal de televisión «Aló Presidente» donde emulaba tal ejercicio ante un séquito de espectadores que aplaudían a rabiar sus insultos contra el imperialismo yanqui, el enemigo favorito, al que endilgaba todas las desgracias de América Latina.
Atrás quedaron las promesas de campaña del ahora presidente. En su último informe adujo haber cumplido con 94 de sus 100 compromisos, así que tan tan, este cuento se acabó. Los pendientes más importantes quedarán en el tintero. Son herencia de los gobiernos neoliberales, de Felipe Calderón, de los expresidentes, sus villanos favoritos. Y es que las cifras oficiales nomás no le alcanzan al presidente. Nos tendremos que acostumbrar a vivir en un clima de violencia e inseguridad. La promesa de crecimiento del 6%, la redujo a 4%, luego a 2%, pero antes de la pandemia ya rondaba por debajo de cero.
El Covid fue el tiro de gracia, el golpe de mala suerte que marcará su sexenio. Casado con sus ideas, no hubo manera de impulsar un programa de rescate económico para las pequeñas y medianas empresas del país a pesar de que son las que principalmente aportan al gasto público. Pemex el estandarte del nacionalismo rancio están en quiebra. Dejó de ser el cuerno de la abundancia. Dio al traste con la única posibilidad de rescate que representaba la inversión privada. Ahora es un barril sin fondo que no tiene llenadera.
Toda su política de austeridad se redujo a romper la piñata del aparato gubernamental el cual ha desmantelado sistemáticamente para el reparto de dádivas. Ni siquiera eso se va poder sostener porque la recaudación se vino abajo. No hay presupuesto que aguante sino se genera riqueza. Nunca entendió la simbiosis entre el impulso al mercado y el consecuente fortalecimiento de las finanzas públicas. Terminó aliado a los grandes capitales a los que tanto aborrecía.
La continuidad del tratado comercial con los Estados Unidos fue una exigencia de nuestro vecino del norte. Por supuesto que en condiciones aún más favorables para ellos. De no ser por el enorme motor de la primera economía del mundo la situación del país sería insostenible. México no tendría divisas a no ser por sus exportaciones y su mano de obra barata. El incremento en el envío de remesas anunciadas como un logro solo confirman aún más nuestra dependencia económica. Las proyecciones de crecimiento apuntan a recuperar apenas, para el 2026, ya concluido este gobierno, los niveles en que se vino sosteniendo durante los años del mal afamado neoliberalismo. El sexenio se terminó.
Si acaso habrá cumplido la promesa de concluir sus megaproyectos. En eso invirtió todos los ahorros del país y se los acabó. Para una economía como la mexicana que su ubicada en el 13avo lugar, esos proyectos no representan nada comparados con las obras de infraestructura con que cuentan la mayoría de los países desarrollados. Lejos están de ser la panacea que catapulte a México al añorado primer mundo. Si acaso su legado será haber dejado un país más pobre y desigual que el que se encontró. Y no, no será el acabar con la corrupción que se la vive jugando al gato y al ratón. Que le ha puesto una trampa comenzando por los de casa. Dieciocho años preparando su debut, cuatro para soportar su amarga despedida.