A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

La derrota del populismo

Al momento de escribir estas líneas, el presidente López Obrador habría sido uno de los pocos mandatarios del mundo en no reconocer aún la victoria Joe Biden como el virtual presidente electo de los Estados Unidos. Apenas alcanzó a decir que por «prudencia» esperaría el anuncio «oficial» y el resolutivo de los litigios presentados por Donald Trump, mismos que por cierto han sido declarados como improcedentes en un país donde los jueces actúan con absoluta independencia respecto de las presiones políticas.

Se trata de la votación más copiosa en la historia de los Estados Unidos. Joe Biden ha ganado por más de 4 millones con un total de 74 millones contra 70 de Trump. Pero allá no se gana así. Hillary Clinton obtuvo 1.5 millones por arriba de Trump y aún así perdió por el sistema de elecciones en los EU, donde al ganar un estado, aun por una mínima diferencia, todos los votos del colegio electoral equivalentes a censos poblacionales se apuntan a favor del candidato ganador.

El singular sistema de votación por correo, más ahora por la pandemia, permitió que 100 millones de estadounidenses votaran desde antes del día de la elección mientras unos 44 millones lo hicieran el mismo día de las elecciones. Allá no existe la cultura de la desconfianza como en México donde un costoso sistema electoral tiene un sinfín de candados para garantizar la transparencia y la legalidad de las votaciones. Eso no quieren decir que se hayan erradicado la compra de votos y el uso de programas sociales, pero en cuanto al desarrollo del proceso electoral se trata, existen herramientas como el PREP como en muy pocos países del mundo.

En los EU la cosa es diferente y por eso se crea un impasse en el conteo de votos y no se tiene certidumbre hasta que alguno de los candidatos alcanza la cifra mágica de los 270 votos acumulados por estados ganados. A partir de ahí ya se puede proclamar el triunfo y el resto del conteo eso para culminar y determinar la cifra total. En este caso Biden llegó a los 290 contra 214 de Donald Trump.

Biden espero prudentemente hasta superar la barrera que le daba el triunfo para proclamarse ganador como siempre ha sucedido en una de las democracias modernas más antiguas del mundo. A partir de ese momento el denso clima electoral pasó del suspenso a la celebración y miles de ciudadanos norteamericanos salieron a las calles a festejarlo. Trump sin embargo se negó a reconocer su derrota. Es una irresponsabilidad absoluta en un país que durante las elecciones pone a temblar hasta las bolsas de valores del mundo. Peor aún en un clima de crispación racial y fuertemente dividido por los discursos pendencieros de un presidente populista y autócrata que ya había advertido desde antes que no reconocería su derrota.

El mundo entero celebra que la nación más poderosa del mundo ya no este dirigida por un presidente que miente, amenaza y lanza diatribas al por mayor contra sus críticos y otras naciones del orbe. Hasta Nicolás Maduro felicitó a Biden, pero nuestro presidente no. Peor aún, miles de los todavía creyentes de la 4t sienten la derrota de Donald Trump como propia. Basta con leer sus mensajes furibundos. Y es que en el fondo saben que la derrota de Trump es una gran derrota del populismo como una forma de gobierno que amenaza a las democracias del mundo pero que tanto les complace.

Hay una enorme similitud en los rasgos característicos de los demagogos que llegan al poder por la vía democrática y luego las dinamitan por dentro para convertirlas en dictaduras de facto. Son nacionalistas y proteccionistas. Asumen encarnar la voluntad del pueblo. Dividen a la sociedad con discursos de odio. No toleran la crítica y desprecian a la ley cuando esta les impide imponer su santa voluntad.

En pocas palabras, la derrota de Trump es una derrota para López Obrador. Por eso su actitud. Sabe que puede tener efectos colaterales en México para las próximas elecciones. Que amenazan su singular pero similar estilo de gobernar en su versión tropical. Para México es un alivio porque se restaurará la diplomacia y la buena vecindad. Para nuestro autócrata es un fracaso porque representa el principio del fin de la epidemia populista que amenaza al mundo.

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