A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

La alianza o se acabó

Una editorial reciente de la periodista y politóloga Beatriz Pages, hace eco del clamor ciudadano a los partidos de la oposición en el sentido de que, más allá de sus diferencias ideológicas, intereses partidistas o aspiraciones personales por legítimas que sean, existe un imperativo mayor que es el de impedir que se consagre una dictadura en nuestro país.

Para quien piense que hablar de una dictadura es una exageración, baste decir que Amlo y su maltrecho partido no se andan con rodeos, no quieren un país plural sino afianzar una hegemonía absoluta. Lo harán desde el poder del estado. No conciben otra manera de gobernar. Amlo es hijo del antiguo régimen presidencialista, bisnieto y tataranieto de los caudillos desde Hidalgo y Santanna hasta Lázaro Cárdenas. Aspira a ser su «alteza serenísima» y Tata Amlo al mismo tiempo. Es quizás el mayor demagogo de nuestra historia.

Demagogia

Y hay quien se pregunta en qué radica esa magia que lobotomiza a las masas, que lo mantiene con un aceptable nivel de popularidad a pesar del desastre sanitario, económico y de seguridad. Acude como los populistas de antes y ahora, a los sentimientos, las emociones Y los prejuicios. Se le llama demagogia a la inteligencia emocional que no tienen nada de inteligente, porque si lo fuera no caminaría al suicidio colectivo como las ratas tras la flauta de Hamelin o los indios Chiapas al despeñadero.

No tiene ninguna virtud ser demagogo. Es un golpe de suerte por que la democracia tolera estos especímenes raros que luego la dinamitan por dentro. Es también una catarsis que exorciza y libera al pueblo de sus propios demonios. Tampoco es la clase de líder que surge ocasionalmente en la historia. Estamos rodeados de ellos. Son virus que pululan entre la sociedad. Perfectos farsantes, merolicos, embusteros e histriones, en ocasiones reflejo de nuestra frivolidad e indiferencia. No son causa sino efecto.

Ofertas incumplidas

Ofrecieron la panacea, el crecimiento económico al 6%, los servicios de salud como en Dinamarca y acabar con la inseguridad del país (disque atendiendo las causas). Nada de eso ha sucedido. A cambio han despilfarrado los recursos públicos. Apuestan todo al asistencialismo. Al pan y circo. A la incumplida promesa de erradicar la corrupción. Para eso se jugarán el resto del patrimonio nacional. No hay más para futuras elecciones. Dado ese paso habrán consolidado su control absoluto. Al grito de sálvese quien pueda huirán los capitales, se empobrecerá más el país. Habrán logrado su propósito de domesticar a la turbamulta. No habrá marcha atrás, lo pagarán una o dos generaciones hasta que el anciano y venerable líder de la cuarta escriba sus memorias.

Mayoría en el Congreso

Si no lo entendemos así, habremos de lamentarlo. Por eso no estoy de acuerdo con quienes andan de saltimbanquis buscando cualquier partido para ganar las presidencias municipales comenzando por Tuxtla, sin priorizar el mayor reto que es arrebatarle la mayoría a Morena en el Congreso Federal. Su ambición es primero. Su ego los obnubila. No forman parte de un diálogo sino de un monólogo. Se alquilan al mejor postor sin importar de qué lado de la historia quieren estar. No tocan ni con un pétalo al inmaculado.  El líder religioso del apartheid sudafricano, Desmond Tutu decía «Si eres neutral en las situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor».

Madurez

Confiemos entonces en que los partidos de oposición tengan la madurez y la altura de miras para construir las alianzas que sean necesarias. Que los aspirantes a cargos de elección dejen de lado sus ambiciones y mezquindades. Que se privilegie la unidad en torno a un objetivo común. Que se definan con claridad de que lado quieren estar. Yo lo tengo claro. Desde hace rato afino la puntería desde la trinchera de las ideas y la crítica.

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