A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Memento mori

El frustrado ataque al Capitolio contra la intentona de Donald Trump por sabotear la votación de los colegios electorales será un episodio recordado por las consecuencias de elegir un liderazgo populista y autócrata. La fortaleza de las instituciones democráticas se impuso contra una turba de manifestantes enardecidos por los llamados sediciosos e irresponsables del aún presidente de los Estados Unidos.

Cinco personas perdieron la vida inútilmente, porque a pesar de que entraron hasta sus oficinas, los legisladores fueron evacuados para reanudar su sesión liderados por el vicepresidente Mike Pence que, respetando la Constitución, mandó por un tubo al deschavetado presidente que intentó perpetuarse desconociendo la voluntad mayoritaria de los norteamericanos. Ahora se discute la posibilidad de destituirlo a unos días de que se de el relevo en la Casa Blanca. Tengamos por seguro que de cualquier manera será sancionado ya despojado de la investidura presidencial. Lo sucedido fue grave y debe sentarse un precedente para que cosas así no vuelvan a suceder.

La historia nos deja lecciones del desafortunado final de muchos dictadores como Saddam Hussein, que terminó sentenciado la horca o Maumar El Gadafi asesinado a pedradas cuando intentaba huir escondiéndose cual vil bandolero. Mussolini (al que le pusieron Benito en honor a Juárez según el lapsus del presidente Obrador) asesinado y colgado de los pies junto a su esposa con una crueldad equiparable al odio que se granjeó entre los italianos hartos de una guerra inútil por los sueños de un fascista émulo de Hitler.

Eso sucede cuando se abusa de la popularidad y permanecer en el poder se convierte en una obsesión. Lo brasileños que llevaron a Lula al poder, años después clamaban en su contra. Pinochet quedó degradado cuando un grupo de generales decidió acatar la resolución de un apretado referéndum. Pasó sus últimos años vilipendiado y perseguido legalmente por los crímenes cometidos durante su dictadura. El Zar de Rusia murió asesinado junto con toda su familia. Solo Castro logró librarse de un destino similar con un astuto relevo sabedor de que su larga edad le tenía los días contados. Los tiranos de ahora deben poner sus barbas a remojar. Recordar aquella máxima romana Mementus Mori «recuerda que morirás».

Cegados por el fanatismo los seguidores de López Obrador no se dan cuenta que lo pueden encaminar a la ignominia. Cada día que pasa se confirma que el presidente está decidido a mandar al diablo a las instituciones como sucede ahora con el INAI, Instituto Nacional de Acceso a la Información, el INEGI o el Banco de México. Son casi las últimas, para poder concentrar en sus manos todo el poder en ese afán de transformar al país cuando en realidad lo está llevando a la ruina.

No podíamos estar peor ahora que la pandemia esta totalmente fuera de control y las cifras de contagios y muertos se ha disparado mucho más allá de las cifras oficiales que de por si son alarmantes. México está agobiado por la crisis económica y la inseguridad. Las directrices de la 4t son apéndices de un aparato que pretende llevar a cabo una elección de estado, un fraude patriótico, para mantener el control del bastión en la cámara de diputados.

 Lo están haciendo con absoluto descaro con operadores a sueldo del gobierno en todo el país. La secretaria del bienestar, es la que administra esa dependencia clientelar. Y en medio de la debacle del país, las complicidades de quienes repiten una y otra vez la retórica demagógica que, a falta de resultados, quiere mantener la esperanza fincada en que algún día las cosas mejorarán en nuestro país. No hay manera de justificar el desastre. Del pueblo consciente depende el futuro que puede postrar a una o más generaciones de mexicanos. Es lo que se juega en el próximo proceso electoral. Ni más, ni menos.

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