Verborrea fascista
El presidente Obrador ha armado una tremenda bravata por lo que considera una violación a su libertad de expresión. No acepta que el INE apelando a una expresa prohibición constitucional lo llame a suspender las famosas mañaneras. Temeroso y falto de carácter, Lorenzo Córdova, lo conmina a evitar tratar temas electorales cuando todos sabemos que está en campaña permanente fustigando a sus críticos y descalificando a la oposición a la que ha endilgado toda una serie de epítetos desde su arribo al poder.
Amlo olvida que, durante sus campañas, se la pasó criticando a los presidentes en turno a la menor provocación o señalamiento que pudiera, según él, incidir en los procesos electorales. Le dijo «cállate chachalaca» a Vicente Fox, frase que se volvió célebre y de la que derivó una legislación a modo para evitar que en lo futuro los presidentes se abstuvieran de opinar salvo en los excepcionales casos de temas relacionados a la salud y protección civil de la población.
Resulta ahora que ese precepto constitucional ya no le acomoda al inquilino de palacio y no está dispuesto a acatarla. De pronto ha dicho que interpondrá un recurso legal para evitar esa prohibición. Juré usted que, como pasó con la consulta, la Corte la hará un traje a la medida. El hecho es que no dejaremos de ver la omnipresencia del presidente que se comporta como jefe de Morena y sus partidos satélites y es el principal ariete en contra de la oposición. No es el jefe de estado, sino la figura central sin la cual la cuarta transformación no tiene razón de existir.
Todos los estudios de opinión reflejan una merma considerable entre las preferencias por Morena y la popularidad del presidente. De ahí que quiera transmutarla con esa incontinencia verbal que lo caracteriza y que es muy propia de los líderes fascistas y dictatoriales. La similitud biográfica en las infancias de Adolfo Hitler, Benito Mussolini o Hugo Chávez es interesante. Al igual que Fidel Castro todos estos personajes hablaban durante horas a sus auditorios. Castro acostumbraba discursos de hasta ocho horas en la plaza de la revolución. Hitler, Chávez y Mussolini fueron creciendo entre sus adeptos con sus encendidas letanías cargadas de una fuerza emotiva que estimulaba el odio y lucraba con el resentimiento. Acaparar todo el espectro informativo, ser noticia todos los días, ser como el sol del sistema planetario, el centro del universo, es lo que provoca ese efecto somnífero entre las masas que asimilan este tipo de líderes políticos a un pastor y guía espiritual.
El país no podría estar peor. En dos años caímos en una recesión económica previa a la pandemia. Ahora nos encontramos en una zona de guerra. El «pueblo» es capaz de autoinmolarse por defender al profeta que les ofrece la tierra prometida. No hay manera de frenar al demagogo. Nos vienen tiempos calamitosos. El único dique es arrebatarles la mayoría en el congreso. Y si así fuera no dude que viviremos una experiencia como la sucedida en el capitolio. Con un presidente acusando fraude y poniendo en riesgo la frágil estabilidad institucional de nuestro país.