El efecto Chimoltrufia
El discurso de Joe Biden durante su toma de protesta como presidente de los Estados Unidos no podía ser más oportuno en una nación confrontada por la polarización extrema propulsada por Donald Trump. Las instituciones del vecino país resistieron ante el embate golpista de un presidente que desde muchos meses antes de la elección anticipaba un presunto fraude electoral.
Las encuestas no favorecían a Trump y apostó por la victimización. Como consecuencia hubo una inédita participación electoral que arrojó como resultado seis millones de votos de ventaja a favor de Biden. El presidente demócrata ganó la elección por partida doble con el voto del colegio electoral. Las denuncias del presunto fraude, fueron irregularidades irrelevantes propias de modelo electoral que ya resulta obsoleto, pero no atribuibles a una operación electoral con ese propósito. Todas resueltas, una por una, por las instancias correspondientes con las que poco a poco se fue esclareciendo el triunfo inobjetable de los demócratas.
Pero volviendo al discurso cabe destacar el mensaje que Biden ofreció a su país. Sabe que recibe un país dividido y ofreció gobernar para todos, particularmente para los que no votaron por él. Tiene claro que su tarea es reconciliar y no imponer una visión unilateral sustentada solo en el voto que le dio la mayoría. En pocas palabras se convirtió en automático en un estadista que alcanza a dimensionar que la gobernabilidad no se logra aplastando a los opositores por el solo hecho de alcanzar una mayoría. 70 millones de norteamericanos votaron por Trump lo cual es una cifra nada subestimable.
Contrario a lo que sucede en los Estados Unidos, tenemos en México a un presidente que pretende ignorar a millones de mexicanos que no votaron por él. Atrás quedó aquel discurso de concordia la noche en que sus opositores se apresuraron a felicitarlo en una actitud civilizada y democrática. Muy pronto tomó decisiones, aún sin ser presidente, como la cancelación del NAIM que le valieron un sinnúmero de críticas. A pesar de ello arrancó con un 80% de aprobación y hubo disposición en el congreso por parte de la oposición en apoyar con sus enmiendas a la Guardia Nacional.
Todo ese ánimo de consenso se fue desvaneciendo en la medida en que, irritado, comenzó a fustigar a sus críticos tanto de la oposición, la prensa, el sector empresarial y otros muchos actores como la marcha plural contra la violencia hacia las mujeres, los padres de niños con cáncer, el movimiento de FRENA, las guarderías infantiles o los líderes campesinos a los que suplantó con un ejército de simpatizantes de Morena, los llamados Siervos de la Nación, que organizan el padrón de beneficiarios, lo que, a todas luces, permite prever toda una elección de estado a cargo del erario.
Lo que sorprende ahora es lo que sus fieles, cegados y fanáticos seguidores siguen apoyando. Apenas hace unos meses festinaban la aprehensión del General Cienfuegos y ahora no saben que hacer para justificar su exoneración. Lo mismo pasó con Lozoya, la cereza del pastel de la corrupción en México, que no pisó ni por asomo la cárcel y duerme plácidamente libre de todo mal.
Lo más patético es ver como, iracundos, hace cuatro años, acusaron a Peña Nieto de vendepatrias por recibir a Donald Trump cuando apenas era candidato. Lo crucificaron con toda clase de adjetivos y ahora lloran por la derrota del más racista y ofensivo presidente, en contra de los mexicanos, que haya tenido Estados Unidos. Se volvieron trumpistas. Al vaivén que les toca el líder de su rebaño, como dicen una cosa dicen otra. Es lo que se conoce como el efecto Chimoltrufia.