La heroica clase media
Todavía los economistas no terminan de ponerse de acuerdo respecto de lo que es la clase media. Lo cierto es que se mide, más que por ecuaciones matemáticas, bajo criterios de bienestar y acceso a ciertos bienes y servicios. Tampoco se ponen de acuerdo respecto de la pobreza que ahora se clasifica también en extrema pobreza.
La pobreza en México creció dos puntos porcentuales entre 2018 y 2020 hasta el 43.9% de la población según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), organismo que mide el indicador. De acuerdo a este organismo el número de mexicanos en situación de pobreza pasó de 51.9 millones a 55.7 millones. Además, el porcentaje de la población en pobreza extrema también se incrementó al pasar de 7% a 8.5% en el mismo lapso. El número de personas en esa situación alcanzó los 10.8 millones en 2020.
Si partimos de ese dato quiere decir que de 129 millones de habitantes que tiene nuestro país, más de la mitad estarían perteneciendo a la llamada clase media. Por otra parte, la concentración de la riqueza se reduce a un 2% en lo que sería el gran capital. Esta situación varía de estado a estado. Es decir que, si nos remitimos a los niveles de ingreso también tendríamos que considerar los niveles de gasto. De ahí que no es lo mismo ser de «clase media» en Chiapas que en Nuevo León. El más rico de nuestros ricos en Chiapas se queda chiquito con los ricos de Jalisco, la CDMX o Nuevo León. Pero igual hay cinturones de miseria en las grandes ciudades mientras que los pobres de Chiapas en la zona rural viven de la economía de traspatio y los apoyos sociales que durante más de dos décadas los mantienen paradójicamente en situación de pobreza.
En Chiapas pertenecer a la burocracia o el magisterio y tener un empleo de base, es suficiente para acceder a créditos. Unos 30 mil millones de pesos se destinan a educación, pero ocupamos invariablemente el último lugar en todas las evaluaciones. Otro criterio que no se considera, es la ausencia de una política de población que ha provocado el crecimiento exponencial de los más pobres, lo cual se ha convertido en un modo de vida para seguir accediendo a los beneficios asistenciales.
En efecto, esa clase media aspiracional a la que se refiere el presidente no es tan mala como la pinta. Son los que día a día se parten el lomo para abrir el changarro y sufren para poder pagar sus quincenas, la renta, la colegiatura, el crédito de un vehículo y el pago de seguros. Son también los que en su mayoría pagan impuestos y aún en la economía informal generan empleos. Es un error suponer que el gobierno genera empleos, eso depende más de las políticas públicas que del gasto gubernamental.
Y hay que decir que no fueron precisamente los pobres los que le dieron el triunfo en las urnas a este gobierno. Fue precisamente esa clase media aspiracional harta de la corrupción, los moches, las mordidas, pero sobre todo son los que observan cómo se acumula riqueza sin el mayor esfuerzo al amparo del poder en turno en absoluta impunidad. Muchos de ellos votaron pensando que eso se acabaría y hoy no solo están decepcionados sino cargando a cuestas todo el peso de la crisis económica. Para ellos no ha habido apoyo ni planes de reactivación como sucede en la mayoría de los países a partir de la pandemia. Se tienen que rascar con las uñas y muchos han perdido el patrimonio de toda una vida a consecuencia de la inamovilidad económica a que los han condenado las restricciones sanitarias.
La clase media es la que ha encarado la crisis con todas sus consecuencias mientras que no cesa el acoso fiscal y la necesidad del gobierno de tener más dinero para las obras de relumbrón y sus programas asistenciales que le han generado una enorme clientela electoral que piensa que ya les hizo por fin justicia la revolución. El problema es que el asistencialismo no genera empleos sino dependencia y las arcas del gobierno no son un barril sin fondo. Los ahorros derivados de la austeridad cuatroteísta no son nada al lado del despilfarro que han provocado los caprichos gubernamentales como la cancelación del NAIM y la falta de inversión producto de la incertidumbre en el sector empresarial.
Paradójicamente será la clase media, los más golpeados, los que recuperaran a medias el crecimiento económico del país al final del sexenio. Se la van a jugar porque ya saben que el gobierno no los va sacar del atolladero. Son ellos, somos nosotros, los que heroicamente sacaremos adelante, aún en condiciones de supervivencia a nuestro país. No hay de otra…