Congruencia
Hace ya algunos años invité a participar a un joven de mi generación a entrar a la política. Se la pasaba quejándose de contribuir con los impuestos de su negocio para que los políticos se los robaran o por ejemplo viaticaran y viajaran en primera clase a costillas del erario público. Para él, eran unos parásitos, por decir lo menos. Había egresado de una buena universidad y pertenecía a una generación con una visión empresarial. Yo le explicaba que para que esa realidad cambiara era necesario participar activamente y no ser un simple espectador resignado a que la forma de hacer política en nuestro país, y sobre todo en nuestro estado, era consecuencia de la fatalidad. Y aunque en lo profesional nos iba muy bien, estábamos obligados a aportar y modificar esa realidad.
Intenté lo mismo con varios amigos de mi generación y formamos un nutrido grupo ideológicamente plural, pero decidido a contribuir sin más interés que el de aportar a mejorar las prácticas y la toma de decisiones políticas. Los partidos ya eran franquicias desde entonces, secuestradas por sus burócratas. Por eso, al poco tiempo cada uno tomó diferentes rumbos y muchos de ellos han destacado en lo profesional, lo empresarial y en liderazgos en organizaciones de la sociedad civil. El que se quedó atorado en la política fui yo, a pesar que prosperaba desde muy joven, en lo profesional y en lo económico.
Ese amigo del que les cuento, por fin participó en política y no le fue nada mal, aunque muy pronto olvidó todo lo que, desde fuera de la política, reprochaba. Se volvió dócil y acomodaticio al poder con una celeridad asombrosa. No dudaba en volar en primera clase con boletos pagados.
No es por supuesto, un caso único, resulta ser de lo más común en nuestro medio, aunque ahora se ha vuelto mucho peor. Ya no hay ideologías ni principios. Los partidos son solo medios para alcanzar el poder y la política se hace a partir de acercarse a quienes lo detentan para cubrirlos de loas, encontrarles de la nada virtudes innatas y servirles incondicionalmente a cambio de provechos económicos o políticos. Los elogios duran, eso sí, lo que dura el poder.
Con una sociedad advenediza, de nada sirve criticar el clientelismo de quienes lucran con las necesidades y la ignorancia de la gente. Tan lamentable eso, como tan execrable el que quienes gozan de ciertas comodidades, independencia económica y debieran actuar como ciudadanía responsable, son igualmente corifeos del poder. Tienen suficiente, pero les hace falta más. El dinero no basta porque también el poder es seductor. No les importa que nuestro bello estado se degrade cada vez más ante nuestra indiferencia.
En lo personal, he decidido cerrar un ciclo y concentrarme en lo que sé hacer en lo profesional. Participé hace 17 años en una elección (antes en otras) y lo volví a hacer recientemente. Pude confirmar que el voto razonado es una minoría o que incluso siendo así, se acomoda a las conveniencias y lo peor, quien quiera entrar en política realmente necesita mucho dinero para «invertir» como si se tratara de un negocio que ha de dejar buenos dividendos. Ese es el circulo vicioso que corrompe a la política y a la sociedad.
Las elecciones ya pasaron y ahora toca contribuir desde la ciudadanía y en mi caso también desde las propuestas, las ideas, el análisis y la reflexión, con un granito de arena a ese desierto que es la ciudadanía. Es a los jóvenes de esta generación a quienes corresponde seguir intentando construir civismo, porque es desde la sociedad de donde provienen los políticos. A los adultos nos corresponde educar con valores y principios. La política no es asunto de iluminados ni de profetas, tampoco de héroes. Es vocación de servir y nada más. Y es que aún eso, por elemental que parezca, nos resulta muy complicado. Y vale finalmente decir que, a pesar de todo, existe gente honesta en la política y en el servicio público, con vocación de servir y eso no tiene color, partido, ni ideología. No todo está podrido.
De mantener el continuismo de las políticas públicas enfocadas a aminorar la pobreza sin impulsar el desarrollo económico para la generación de empleos, cada vez será más lo que necesitamos para subsistir en condiciones de supervivencia y menos lo que aportamos en generación de riqueza, ingresos tributarios y creación de empleos. No se trata de eliminar de tajo los apoyos sociales sino de que quienes lo reciban tengan la alternativa de obtener trabajos mejor remunerados y eso no está sucediendo.
Sino modificamos nuestra manera de concebir el desarrollo social y económico para potencializar nuestras capacidades y áreas de oportunidad, seguiremos condenados a vivir en la pobreza, misma que en vez de reducirse se ha multiplicado a lo largo de dos décadas desde que se detonaron los programas asistenciales. Seguiremos exportando mano de obra barata mientras que los talentos buscarán migrar en busca de empleadores que les ofrezcan mayor remuneración. Este año las remesas lograrán metas históricas en nuestro país y en Chiapas. Apuntan a duplicarse en relación al último año. Si solo dependemos del apoyo de la federación y no potencializamos nuestras capacidades, no habrá desarrollo social, político ni económico. No es nada halagador el futuro ahora que el destino nos ha alcanzado.