Temporada de zopilotes
Mi padre me decía, “si quieres hacer política, lee, prepárate, estudia a los griegos, la historia de Roma, la historia de México…”. Entendí desde entonces que la política es un asunto que hay que tomarse muy en serio, que formarse es fundamental y no basta con vivir quejándonos o tener el deseo de participar en la toma de decisiones públicas. Nos vivimos quejando de nuestra clase política cuando resulta que ella emana de la misma sociedad. Que, si están en el poder, es por nuestra indiferencia por los asuntos públicos, por nuestra displicencia e incluso concupiscencia.
Nuestro retroceso, nuestra subcultura, nuestra falta de desarrollo, es consecuencia de nuestros tomadores de decisiones. Y no es por falta de oposición, ellos también tienen lo suyo. Algunos valientes que no dejan de ser improvisados, que no harían las cosas mejor que lo flamígeramente critican. En el caso nuestro, el de Chiapas, la evidencia es patética. No hay contrapesos, sino simples franquicias, para competir y obtener migajas del poder. Patiños de la tragicomedia. La resistencia la conforman grupos de presión que luchan por sus propios intereses.
El ascenso de nuestros políticos aldeanos no es producto del mérito. Es consecuencia de coyunturas que los hicieron pasar de asistentes a insignes representantes políticos. Destacados turiferarios cuya virtud es la zalamería, el sombrero ajeno, a todas luces evidente. Temerosos por incapaces e ignaros, solo suben a tribuna para leer discursos elaborados por asesores que piensan por ellos. Ninguno destaca por sus dotes oratorias, por su capacidad de debate. Son a lo sumo, eficaces vocingleros del griterío que caracteriza a nuestra arena pública. Los que lo destacan, que los hay, son garbanzos de a libra, raras avis, excepciones que contrastan con el circo en que han convertido a la máxima tribuna del país. Los tartufos se agazapan para obstruir a todo que pueda obnubilarlos.
En el país de la Rosa de Guadalupe, basta con la burda propaganda. Por contratar a influencers, inserciones y publicidad. Dinero para crear la ficción de la popularidad. Somos tan torpes que, en vez de cuestionarlos, asentimos y los dejamos seguir en el poder. Su prosperidad mal habida se convierte en la ruta del aspiracionísmo a seguir. Las nuevas generaciones aspiran a escalar sin importar el medio. La falta de ideales y la carencia escrúpulos es la tónica. Se afilian a partidos sin conocer su doctrina. La ideología es el poder por el poder, de ahí las consecuencias. Tenemos lo que merecemos.
Ahora que se aproximan las nuevas elecciones, surgen espontáneos que creen merecer. Arribistas jugando a la lotería de la política montados como rémoras. Nada proponen, su palabrería es hueca, carente de contenido. El pueblo es la presa, ellos los buitres. Nadie está discutiendo cómo enfrentar nuestros grandes problemas. Vaya, ni siquiera son capaces de identificarlos.
Los datos revelan nuestro drama. Gastamos 3 de cada 10 pesos en educación, pero ocupamos el último lugar en las evaluaciones del Coneval. Nuestra población crece al doble de la media nacional, particularmente en los estados más pobres. Tenemos el 33% del agua del país, pero ocupamos el primer lugar en enfermedades gastrointestinales, por la contaminación del agua. La diabetes es una de las principales causas de muerte, pero somos los principales consumidores de refrescos a nivel mundial. La anarquía en la dispersión poblacional hace imposible satisfacer las necesidades más básicas. No hay dinero que alcance para atender la salud y la educación. La movilidad social es nula. Recibimos dádivas a cambio de votos.
Las nuevas generaciones se han vuelto escépticas a la política y no sin razón. Nuestros talentos se frustran. No acceden a la movilidad social a menos que hagan trampas. Por eso emigran en busca de mejores oportunidades. No hemos sabido brindarles mejores destinos para que sean ellos los que transformen y nos hagan evolucionar social y económicamente. Saben cómo pero no encuentran por dónde. Les hemos cerrado el camino. En sus manos está el presente y el futuro. Nos corresponde ceder la estafeta. A ello hay que abocarnos, pero el tiempo se agota. Urge despertar.