Legitimidad
Después de aciagos días vuelvo a conectar mis ideas y opiniones sobre el acontecer político en nuestro país. La vida sigue. Observo el desapego a la legalidad con que se conduce el primer mandatario del país, el obligado a guardar y hacer guardar la constitución como juramento primordial. Un proceso electoral adelantado con la ansiedad de asegurar un sucesor que guarde el “legado” de ese mazacote que es la llamada 4ta transformación. Orientar todo el presupuesto para priorizar la “redistribución de la riqueza” en programas sociales que desincentivan la capacidad creativa y las aspiraciones de millones de mexicanos en vez de enfocar la política pública a la generación de empleos mejor remunerados para impulsar la movilidad social. Todo dirigido a construir una base social con fines políticos para asegurar la perpetuidad de quienes hoy ostentan el poder.
En ese sentido se alinea la sucesión gubernamental. Se trata de garantizar continuidad sin mejorar o cuestionar qué ha fallado, que ha funcionado y que no. Para ello se ha montado un circo donde todos bailan al son de la transformación. Cuidado con aquel que se salga del guión. Mientras se recorre el país y la pregunta es como para qué, si parece que ya todo está decidido a favor de una aspirante, si el país está plagado de publicidad y por ello de inequidad en la presunta contienda. Consecuencia de ello es que la favorita encabeza las encuestas. No hay casualidades. Y a sabiendas de que los dados están cargados habrá complicidades. Y eso que genuinamente los simpatizantes de unos y otros aspirantes son reales.
Apuestan a sacarse la rifa. Se están creyendo que es de verdad. Que una palabra del presidente bastará para sanar sus almas. Y frente a ello lo demás es pan comido. El cobijo del “mejor presidente de la historia de México” es una marea donde se puede nadar de muertito, pero no es así. No basta la legitimidad del monarca para imponer a su heredero con la potestad del pueblo.
Y de repente resulta que cuando la cena estaba lista, aparece el negrito en el arroz. La oposición que no tenía nada que perder apuesta a socializar una decisión que siempre ha sido cupular. No les queda de otra. Es eso o la extinción. Y parece que les salió bien el tiro. Una “outsider”, la señora “X”, produce un efecto inesperado. Logra permear entre quienes veían con resignación que no había manera de competir.
No solo se enfrenta al presidente y su irracional popularidad, sino al aparato de estado, a los gobernadores metidos como operadores, al narco financiando o intimidando, a un ejército de miles de “siervos de la transformación” pagados desde el erario público para operar identificar, movilizar y garantizar el voto de los dependientes sociales de la dádiva gubernamental; a un INE apocado, a jueces acosados por la descalificación sistemática, a medios de comunicación y periodistas bajo asedio. No es fácil, pero tampoco imposible. El electorado puede subrepticiamente responder, avasallar y cambiar del destino de manifiesto. No hay que subestimarlo.
Entre quienes suponen, “haiga sido como haiga sido”, que Morena va a ganar. Se les puede aparecer el coco. Ya no va pasar lo que en el 2018. El electorado estaba hastiado de la clase política gobernante. Apostaron a dinamitarla con un personaje transgresor. No soportaban la frivolidad ni la impunidad. Creyeron que la inseguridad había llegado a límites insospechados, que no podíamos estar peor y miren ahora como estamos. Cuando parece que no hay ni pa donde hacerse, que todos son iguales o peores, puede surgir una renovada esperanza.
Por más que el presidente esté metido en la elección, no es él al que van a elegir los mexicanos. Nunca las segundas partes fueron buenas. En la elección del 21 la oposición en su conjunto obtuvo 23 contra 21 millones de votos del gobierno y sus aliados. En el referéndum votaron 15 de los 30 millones que había votado en el 18. La oposición ofrece cambio, ellos continuidad. El dólar baja de precio, pero no los productos de la canasta básica. El aumento al salario contrasta con el costo de la vida. La inseguridad y la violencia son el pan de cada día. No basta con atender las causas sino los efectos. El electorado contrasta ineludiblemente entre los boxeadores que están arriba del ring. No en la esquina dirigiendo la batuta.
No solo se trata de ello sino de la supervivencia de la democracia y de las libertades. No se trata de proyectos. El reto es salvaguardar los contrapesos al ejercicio omnímodo del poder concentrado en una sola persona. Se trata quitarse la máscara y observar que el rey va desnudo, no ataviado de prendas que solo los que se asumen inteligentes creen ver. Se trata de legitimidad, no solo de asaltar el poder.