Tiempo perdido
Deberíamos enseñar al menos nociones de economía desde la educación primaria y secundaria en nuestro país. Países más desarrollados como Finlandia, Noruega o Alemania lo hacen. Nos ahorraríamos décadas de infeliz existencia producto del subdesarrollo al que están condenados los países donde los tomadores de decisiones en la política y el gobierno no tienen ni la más remota idea de sus propios errores en aras de mejorar la calidad de vida de sus gobernados, más ahora ante la evolución de las herramientas tecnológicas y los mercados globales.
De la riqueza a la miseria: el precio de las malas decisiones
No es casualidad que, alejados de esos principios básicos, haya países fracasados y destinados a la miseria. Cuba, Venezuela y, hasta hace poco, Argentina son buenos ejemplos en América Latina de cómo pasar de ser alguna vez países en vías de desarrollo y potencialmente ricos a llegar a un grado de miseria donde el gobierno tiene que dar de comer a la población para su supervivencia. En Cuba existen las libretas de racionamiento con porciones mínimas de arroz, frijoles, aceite, café y algo de jabón o pasta de dientes en cantidades limitadas; hablar de carne ya es un lujo. Por ende, es altísimo el porcentaje de población en la más absoluta desnutrición. En Argentina hay comedores comunitarios que surgieron en la década de 1980 como una respuesta a la crisis social y económica. En la actualidad se estima que hay más de 34,000 comedores comunitarios en Argentina subvencionados por el Estado.
Tiempos esplendorosos
Precisamente, Cuba, Venezuela y Argentina tuvieron tiempos esplendorosos de una riqueza por encima del promedio en América Latina. Cuba, antes de la revolución, ya tenía el mayor promedio de médicos y maestros por habitante. Por ello ya era el país con las menores tasas de desnutrición y el mayor índice de alfabetismo. No es cierto, como presumen ahora para justificar a la dictadura, que sea un logro —el único, quizás— de la revolución. En la Cuba de los años 50, antes de Fidel Castro, la economía florecía a pasos agigantados. Tenía, por ejemplo, el mayor número de radiodifusoras y salas de cine en América Latina. En 1928, Cuba tenía ya 61 emisoras de radio y 43 de ellas en La Habana.
También el mayor número de vehículos (uno por cada 38 habitantes), algunos que ahora sobreviven como vestigios, y la mayor infraestructura hotelera. Exportaba caña de azúcar y carne. En 1954 había una vaca por cada habitante. El primer sistema de alumbrado público en todo Iberoamérica, incluyendo España, se instaló en Cuba. También el primer sistema de telefonía pública con discado directo. Poseía el mayor número de vías férreas por kilómetro cuadrado del mundo y ocupaba el número 29 entre las mayores economías del mundo.
El millonario de América
Venezuela era el “millonario de América” con una tasa de crecimiento superior al 4%. La llamaban la Venezuela Saudita. Entre los años 70 y 80, el promedio de vida de los venezolanos estuvo muy por encima del de los latinoamericanos. Incluso en los primeros años de Hugo Chávez, y gracias a los precios del petróleo, se mantuvo el crecimiento económico hasta que llegó la crisis de los precios del petróleo. Argentina tuvo su momento de gloria. Llegó a ser una de las mayores economías del mundo y su desarrollo fue notable.
Todo iba bien hasta que llegaron los gobiernos socialistas que estatizaron la economía, expropiaron las industrias y destruyeron el libre comercio. Afianzados en el poder, pasaron a ser dictaduras hereditarias, con el pueblo comiendo de sus cada vez más escasas dádivas. De acuerdo con el Índice de Desarrollo Humano, Argentina ocupa el lugar número 48, Venezuela el 119 y Cuba el número 85.
¿Dictadura o desarrollo? Cuando el autoritarismo económico funciona
En contraste, el Chile de Pinochet —que también fue una dictadura— se convirtió en una economía pudiente, con el país con el menor número de pobres en toda América Latina, con una tasa menor al 10%. Singapur, con una férrea dictadura, pasó en 25 años a ser el país con mayor ingreso per cápita del mundo, incluso por encima de los países europeos. Hong Kong y Corea del Sur —a diferencia de la del norte— también son potencias exportadoras y con un desarrollo impresionante.
¿En qué radica la diferencia? No precisamente en que sean o no países democráticos, lo cual sería lo deseable, sino principalmente en el modelo económico. Cuanta más intervención del Estado en la economía, mayor fracaso económico. Cuanta más libertad comercial, mayor desarrollo. Se trata de una evidencia empírica para lo cual no se necesita más que ver las estadísticas. Y a pesar de ello, hay fervientes seguidores de la panacea socialista cuyo principio es un Estado rector que monopoliza y termina por corromper la actividad económica.
La Justicia social injusta
La redistribución de la riqueza como premisa de la justicia social. El gasto público deficitario (gastar más que los ingresos) para cubrir esas necesidades. La deuda pública ante la vorágine del ogro filantrópico en que se convierte el Estado, que crece y se multiplica a costas de los impuestos cada vez mayores que desincentivan la inversión. Las empresas paraestatales con eternas pérdidas (Pemex, CFE, Mexicana o el Tren Maya). La imposición arancelaria al comercio internacional y el escaso intercambio de bienes en una economía global cada vez más integrada.
China: cuando el capitalismo rescata a una dictadura
El mejor ejemplo de que el modelo económico funciona es China, que pasó de ser una dictadura autoritaria a una capitalista y hoy es el país con mayor crecimiento y desarrollo económico del mundo. Y es en ese contexto que observamos cómo México, después del mal llamado neoliberalismo que potencializó a nuestro país y nos convirtió en la duodécima economía del mundo, va en retroceso. Llegaron al gobierno personas ideologizadas y convencidas de que la pobreza se combate con la redistribución de la riqueza en vez de la proliferación de empresas, y esa película ya la vimos y padecimos con los gobiernos populistas de Echeverría y López Portillo.
De reversa
Podríamos ser aún una de las primeras economías del mundo, pero no sucederá si las cosas siguen como van. Seguimos aumentando el gasto en programas sociales, gastando para ello más que lo ingresamos endeudando a las generaciones futuras, dejamos de construir infraestructura que sirva por otras que no han servido, la deuda se ha incrementado considerablemente (dos billones en 2024), estamos fijando precios torciendo la oferta y demanda del mercado y aumentamos el salario como si no fuera a impactar en los consumidores finales. Son los principios básicos para destruir una economía o la respuesta a la gran pregunta del porqué fracasan los países.