Nostalgia y degradación
Dicen por ahí que todo tiempo pasado fue mejor. Los jóvenes se burlan porque piensan que las generaciones que los precedimos vivimos atrapados en el pasado y no evolucionamos. Es la razón por la que no los entendemos. No asumimos —según ellos— que vivimos en un mundo diferente. Nos resistimos a aceptar las nuevas ideas producto de la evolución del pensamiento.
INFANCIA
Nosotros jugábamos a las canicas, salíamos a las calles a montar bicicleta; cualquier espacio era suficiente para colocar dos piedras y convertirlas en una portería de fútbol. Bebíamos agua de río y nadie se enfermaba. Un grito bastaba para regresar a casa. Raúl Astor nos mandaba a la cama igual que a Topo Gigio. Tom y Jerry, Piolín, los Picapiedra, Popeye, Speedy González y el Correcaminos eran nuestras blancas caricaturas. No teníamos idea de las drogas ni de que alguien fuera víctima de acoso o violencia intrafamiliar. A lo mucho, bastaban unos puñetazos para dirimir algún conflicto. Nos daban fiado en la tiendita de la esquina. El paletero y los vendedores de raspados esperaban pacientes a la salida de la escuela. Los maestros eran respetados, admirados y apreciados. A lo mucho, hacíamos alguna travesura, nunca faltaba. Hacer una plana y repetir 100 veces una receta correctiva eran suficientes para disciplinar. Fueron otros tiempos, sin duda.
LA INFLUENCIA CULTURAL DE OCCIDENTE
Después de la posguerra, en un mundo polarizado por la lucha ideológica entre el socialismo y la evolución del capitalismo moderno, la influencia cultural de Occidente fue impresionante. Hollywood se convirtió en la plataforma mundial junto con la industria de la música y personajes como Elvis Presley y, tiempo después, Michael Jackson y Madonna, quienes tuvieron gran impacto en las formas de convivencia social, la moda y la comida rápida.
En México, la Época de Oro del cine marcó un antes y un después en la industria cultural del país. Durante décadas, el cine mexicano se consolidó como un referente en toda Latinoamérica y España, con películas que no solo entretenían, sino que también transmitían los valores, tradiciones y costumbres del pueblo mexicano. Fue una etapa donde el arte cinematográfico se convirtió en una expresión de identidad nacional, con figuras como Pedro Infante, Jorge Negrete y Dolores del Río, quienes trascendieron fronteras.
LA MÚSICA Y LA TELEVISIÓN: EL PODER DE LA CULTURA
Esta influencia no se limitó al cine; la música también encontró en esta época un canal para expandirse, con los boleros y el mariachi conquistando escenarios internacionales y dejando una huella imborrable en la memoria colectiva. De la misma manera, la televisión mexicana, con sus telenovelas, logró traspasar las barreras del idioma y la cultura, alcanzando audiencias en Asia, Europa del Este y el Medio Oriente.
EL DETERIORO
En la actualidad, el panorama cultural ha cambiado radicalmente. La esencia artística que alguna vez proyectó el cine y la música mexicana ha sido desplazada por nuevos géneros que promueven una visión distorsionada de la realidad, glorificando el narcotráfico, la violencia y una sexualidad que raya en la vulgaridad. Los valores que antes se exaltaban en la industria del cine han sido reemplazados por una idea de inclusión que, lejos de enriquecer el tejido social, lo degrada y fragmenta. La cultura popular cedió a la mercantilización de lo efímero, lo frívolo y lo provocativo. La música ha pasado a ser un escaparate de excesos y banalidad.
La subversión juvenil de hoy ya no es una rebeldía contra el sistema opresor, como lo fue en los 70, sino un subproducto manufacturado por las mismas estructuras de poder que alguna vez rechazaron. Las ideas progresistas, la ideología woke y la llamada «deconstrucción» cultural se han convertido en el nuevo dogma de una juventud que, paradójicamente, se cree más libre que nunca, pero vive aturdida por los algoritmos que influyen en sus gustos y preferencias.
LA CULTURA DE LA CANCELACIÓN
El discurso de inclusión y equidad, la no discriminación, que en un principio parecía una noble causa, ha derivado en la imposición del pensamiento único, donde la corrección política es la nueva censura y la cultura de la cancelación se erige como juez y verdugo de la opinión pública. Las viejas figuras de autoridad han sido reemplazadas por un tribunal digital inquisitorial que persigue, condena y elimina a quienes se atreven a desafiar el nuevo orden moral, en una especie de oscurantismo medieval.
EL VACÍO DE VALORES
El rechazo a los valores, creencias y costumbres tradicionales ha dejado un vacío que ha sido llenado con una moral relativista donde todo es permitido, excepto disentir. La familia, la religión, la identidad nacional e incluso la biología misma han sido cuestionadas hasta el punto del absurdo. El lenguaje inclusivo es una muestra de la banalidad. En nombre del progreso, se han erosionado los pilares que sostuvieron nuestras sociedades por siglos, reemplazándolos con narrativas que buscan reconstruirlo todo desde la nada.
¿PROGRESO O IMPOSICIÓN? LA NOSTALGIA COMO RESISTENCIA
La nostalgia por el pasado no es simple terquedad o resistencia al cambio; es el reconocimiento de que no todo lo viejo era obsoleto y no todo lo nuevo es necesariamente mejor. Así como el Mayo del 68 desafió el orden establecido de su tiempo, hoy nos encontramos ante una revolución diferente: una que no busca la libertad, sino la homogeneización del pensamiento bajo la bandera del progresismo. Tal vez, en unas décadas, los jóvenes del futuro también miren hacia atrás con incredulidad y se pregunten si esta época de corrección política y fragilidad emocional fue realmente el camino hacia una sociedad más justa o simplemente una nueva forma de opresión disfrazada de virtud.
CONSERVADURISMO ¿ULTRADERECHA?
Por esa razón, el conservadurismo —eso que llaman ultraderecha con afán de estigmatizarlo— está tomando nuevos bríos en los países desarrollados de Occidente y se erige como una forma de resistencia a todos estos cambios que están degradando a la sociedad, comenzando por la célula fundamental: la familia. También aboga por la defensa y el rescate de la identidad, los valores y las tradiciones que se forjaron desde los griegos hasta la actualidad.
LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Ahora, con la revolución de la inteligencia artificial, la automatización y la crisis demográfica, nos encontramos ante un futuro incierto. La tecnología promete una era de eficiencia sin precedentes, pero también amenaza con deshumanizar la vida cotidiana y hacer irrelevante la labor creativa de nuestra especie.
En este contexto, el rescate de los valores tradicionales y la reafirmación de la identidad podrían convertirse en el último bastión ante una modernidad que avanza sin frenos ni contención. Nos dirigimos a un mundo donde la lucha ya no es solo entre ideologías, sino entre la naturaleza humana y su propia creación. La pregunta es si seremos capaces de encontrar el equilibrio o si nos convertiremos en meros engranajes de una maquinaria que ya no reconoce la esencia de las personas como entes individuales y parte de un todo.