Wokismo: ¿Libertad o Nueva Censura?
En los últimos años, el término “wokismo” se ha convertido en una bandera de lucha para ciertos sectores progresistas, especialmente en países como Estados Unidos, Canadá, México, Argentina y varias naciones de Europa Occidental. En su esencia, el wokismo surgió como una reivindicación legítima contra las injusticias sociales, la discriminación racial y las desigualdades de género. Ahora se ha convertido en una pandemia que amenaza los valores de las civilización occidental. Ha mutado en una corriente que amenaza los mismos valores que dice proteger: la libertad individual y la diversidad de pensamiento.
El wokismo se presenta como un faro de progreso, aunque en la práctica, sus excesos están generando una sociedad cada vez más polarizada y controlada, donde el disenso se castiga con la cancelación, el linchamiento más primitivo donde el Estado asume un rol intervencionista que bordea el autoritarismo.
CENSURA DISFRAZADA DE INCLUSIÓN
El wokismo ha propiciado políticas de corrección política extrema, que buscan garantizar que nadie se sienta ofendido, pero a costa de sacrificar la libertad de expresión. Es la famosa generación de cristal. Autores y hasta profesores universitarios han sido despedidos por emitir opiniones que contradicen la narrativa dominante. Decir que solo existen solo dos sexos, hombre y mujer, ya es un agravio social, un anatema, para las minorías LGTB que reaccionan enfurecidas contra cualquier infractor de ese nuevo evangelio. Obras literarias clásicas, películas, series o viejos programas de televisión son censuradas o retiradas por contener términos considerados ofensivos, incluso cuando reflejan contextos históricos.
Lo paradójico es que, en su afán por evitar la intolerancia y el respeto a la diversidad que es en sí mismo un acto de libertad individual, el wokismo termina cayendo en una forma moderna de censura contra quienes tan solo opinan diferente y se niegan a este tipo de imposiciones que trasgreden la libertad de los demás. Aquellos que se atreven a cuestionar sus dogmas son etiquetados como intolerantes, racistas, homofóbicos o transfóbicos, lo que genera temor a expresar opiniones contrarias.
INTERVENCIONISMO ESTATAL Y MORAL
La influencia del wokismo ha derivado en la promulgación de leyes que regulan desde el lenguaje hasta el comportamiento en espacios públicos y privados. En países como Canadá, se han aprobado normas que obligan a usar ciertos pronombres para referirse a las personas transgénero, con sanciones legales para quienes se nieguen. Lo que en principio parece un avance hacia el respeto, en realidad es la imposición estatal de una moral única, donde el individuo pierde el derecho a decidir cómo se expresa.
Este intervencionismo llega incluso al ámbito educativo, donde los programas escolares imponen visiones ideológicas que padres y docentes por lo regular no siempre comparten. La educación se transforma en un campo de batalla ideológico, y el Estado se erige como árbitro de lo que es correcto pensar. Los padres no deben educar sino el estado, como si viviéramos aquella predicción de Orwell sobre el futuro de una sociedad autómata.
LA PARADOJA DE LA DIVERSIDAD
Otra contradicción evidente es que el wokismo pregona la diversidad, pero solo acepta aquella que se ajusta a sus parámetros. Las minorías que no se alinean con su discurso son ignoradas o acusadas de traicionar su propia identidad. Así, por ejemplo, mujeres feministas que cuestionan ciertos aspectos de las políticas transgénero son acusadas de “transfobia”, mientras que miembros de comunidades negras o latinas que defienden posturas conservadoras son tildados de “aliados del opresor”.
Esta visión reduccionista fragmenta a la sociedad y refuerza estereotipos, en lugar de combatirlos. Las personas dejan de ser individuos con pensamientos diversos y se convierten en representantes de colectivos que deben seguir una línea ideológica establecida y basada en una narrativa que reproducen cual loros como aquello del heteropatriarcado heteronormativo y de paso blanco al que de plano hay que exterminar.
EL TEMOR COMO HERRAMIENTA
El wokismo ha generado una cultura del miedo, donde el error no tiene cabida. Una publicación antigua en redes sociales, un comentario fuera de lugar o una opinión pueden destruir carreras y reputaciones. Esto ha dado lugar a una especie de “puritanismo moderno”, donde todos deben demostrar constantemente su virtud y adhesión a las causas del momento.
El resultado es una sociedad paralizada por el temor al escrutinio público, donde la verdadera diversidad, que incluye el derecho a equivocarse y cambiar de opinión, se ve sofocada.
¿HACIA DÓNDE VAMOS?
El debate sobre el wokismo no debe reducirse a una lucha entre progresistas y conservadores. La pregunta central es si queremos una sociedad donde el Estado y las élites culturales dicten lo que podemos decir, pensar y sentir, o si apostamos por una libertad que reconozca tanto el derecho a la igualdad como el derecho al disenso.
Las luchas por la justicia social son necesarias, pero deben ir acompañadas de la defensa de los principios democráticos que garantizan la libertad individual. La inclusión no puede lograrse a costa de imponer una nueva ortodoxia inquisitorial. Quizá la verdadera revolución sea aprender a convivir en el desacuerdo, en lugar de buscar imponer una verdad única. Cuando la libertad se sacrifica en nombre del progreso, el resultado no es justicia, sino una nueva forma de opresión.