La izquierda caviar
En la política mexicana hay personajes que han hecho carrera desde la trinchera del pueblo, enarbolando la bandera de la austeridad, la justicia social y la moral republicana. Han señalado con dedo flamígero los excesos del neoliberalismo, la corrupción de las élites y los privilegios de la clase política. Sin embargo, al llegar al poder, muchos de ellos no solo han replicado las mismas prácticas que tanto criticaron, sino que las han llevado a un nuevo nivel de cinismo. Es la doble moral de la llamada “izquierda caviar”.
Este término, acuñado originalmente en Europa para describir a intelectuales y políticos de izquierda que viven con comodidades burguesas mientras proclaman amor por el proletariado, tiene hoy aplicación puntual en México. Aquí también hay quienes se visten con ropaje popular para acceder al poder, pero al instalarse en él, olvidan por completo las causas que decían defender.
Un caso emblemático es el de Gerardo Fernández Noroña, eterno provocador de la política nacional. Su discurso, incendiario y aparentemente combativo, ha encontrado eco entre sectores inconformes con el sistema. Pero detrás del lenguaje revolucionario, Noroña ha sido un beneficiario del mismo sistema que denuncia: ha vivido del erario durante años, se ha paseado por hoteles de lujo y no ha tenido empacho en gozar de las mieles del poder. El personaje que vocifera en redes sociales y presume no tener guardaespaldas, en realidad representa lo más rancio de esa izquierda que se indigna para la tribuna, pero negocia en privado su permanencia en el presupuesto.
Y qué decir de los hijos del presidente. La llamada Cuarta Transformación ha hecho del combate a la corrupción su emblema, pero los escándalos de opacidad y favoritismo que han rodeado a los hijos de Andrés Manuel López Obrador contradicen abiertamente ese discurso. Contratos millonarios, tráfico de influencias y estilos de vida que distan mucho del “no mentir, no robar, no traicionar”.
En vez de marcar una diferencia con el pasado, parecen replicar el viejo patrón del “hijo del presidente” intocable y privilegiado, sólo que ahora disfrazado con retórica progresista.
La incongruencia entre discurso y práctica no es solo anecdótica: es peligrosa. Porque erosiona la confianza ciudadana, porque siembra decepción entre quienes creyeron en un cambio real, y porque desprestigia a las verdaderas causas sociales que necesitan representantes genuinos. La izquierda caviar no sólo es hipócrita: es un lastre para un proyecto que se asume transformador.
Mientras tanto, los verdaderos luchadores sociales, los activistas que trabajan en comunidades, los ciudadanos que día a día enfrentan las consecuencias de un sistema injusto, quedan marginados. No tienen reflectores ni cargos ni contratos. Y por supuesto, no aparecen en la foto de los discursos grandilocuentes ni en las listas plurinominales.
Es hora de desenmascarar a esos falsos redentores que han convertido la política en una simulación mientras se compran marcas Louis Vuitton. El pueblo, ese al que tanto invocan, merece algo mejor que demagogos que predican con un micrófono mientras pactan con los mismos intereses de siempre. Merece coherencia, merece verdad, merece dignidad.
Y también merece memoria. Porque si algo ha demostrado la historia reciente de México, es que la corrupción no tiene ideología. Lo que cambia es el relato con el que se pretende justificar. Y en eso, la izquierda caviar se ha vuelto maestra.
El término “izquierda caviar” (gauche caviar, en francés) fue acuñado en Francia en la década de 1980, como una expresión crítica hacia ciertos sectores de la izquierda que, pese a proclamarse defensores del socialismo o del pueblo, vivían con lujos y privilegios propios de las élites.
Se le atribuye comúnmente al escritor y periodista Jean-François Revel, quien lo popularizó para describir a intelectuales y políticos socialistas parisinos que frecuentaban cenas elegantes y círculos de alta sociedad, mientras defendían causas progresistas desde la comodidad del privilegio. También fue usada para referirse a personajes del Partido Socialista Francés, especialmente durante el auge de figuras como François Mitterrand.
Desde entonces, el término se ha globalizado y adaptado en distintos países —como limousine liberals en EE.UU. o boliburguesía en Venezuela— para señalar la incongruencia entre discurso ideológico y estilo de vida. En México, el fenómeno ha cobrado fuerza con el ascenso de una nueva clase política que critica los privilegios… hasta que los obtiene.