Industria agrícola, una necesidad
En 2004, tres hermanos ecuatorianos —David, Daniel y Alfredo Bermeo— fundaron una pequeña empresa familiar con una visión clara: ofrecer productos naturales, saludables y sostenibles, provenientes de las bondades de la biodiversidad latinoamericana. Así nació Nature’s Heart, una marca que hoy se encuentra en supermercados y tiendas de productos saludables en más de 30 países. El trayecto entre ese inicio modesto y su expansión internacional ofrece lecciones valiosas, particularmente para estados como Chiapas, con potencial agrícola aún sin aprovechar del todo.
Nature’s Heart comenzó procesando productos locales como infusiones, nueces y superfoods, pero su crecimiento se cimentó en una decisión clave: involucrar directamente a pequeños productores como socios estratégicos, no como simples proveedores. Implementaron un modelo de comercio justo, capacitaron a comunidades rurales en prácticas agrícolas sustentables y crearon cadenas de suministro cortas, donde los márgenes no se diluían entre intermediarios. Con ello aseguraron calidad, trazabilidad y, sobre todo, compromiso.
La inclusión de productores fue progresiva pero efectiva. En Ecuador y Colombia, por ejemplo, se integraron más de 3,000 agricultores, organizados en cooperativas, quienes no solo vendían su producto, sino que también participaban en procesos de valor agregado, como el secado, empaque y distribución. Esto generó empleos, fortaleció economías locales y elevó los ingresos rurales. El éxito de Nature’s Heart no es una casualidad, sino el resultado de visión, ética y una cadena de valor construida con inteligencia.
Y AQUÍ ES DONDE ENTRA CHIAPAS
Nuestro estado es uno de los mayores productores de mango del país, con más de 10 mil productores concentrados principalmente en la región del Soconusco. Cada año, Chiapas cosecha aproximadamente 300 mil toneladas de mango, pero la gran mayoría se vende a intermediarios a precios bajos, sujetos a la volatilidad del mercado y a las exigencias de los compradores mayoristas. En temporadas de sobreoferta, los precios se desploman, y muchos productores apenas logran recuperar lo invertido.
¿Por qué no pensar en una iniciativa que transforme esa realidad? El mango chiapaneco tiene un sabor único y condiciones de cultivo excepcionales. Podría convertirse en un producto premium, con identidad propia, listo para exportación o para conquistar el mercado nacional en nuevas presentaciones: deshidratado sin azúcares añadidos, en polvo para smoothies, mermeladas orgánicas, barras energéticas, mezclas funcionales con cacao o nuez local. La clave está en agregar valor y construir marca.
Repetir la experiencia de Nature’s Heart implicaría articular esfuerzos entre productores, emprendedores, universidades, centros de investigación y gobierno. Pero también cambiar la mentalidad: no basta con sembrar y cosechar, hay que transformar, innovar y contar historias. Porque el consumidor actual no solo compra un producto, compra su origen, su ética, su impacto.
La tierra ya nos dio el don de la abundancia. Ahora nos toca imaginar el futuro y tener el valor de cultivarlo. Desde el corazón de los Andes, Nature’s Heart abrió una brecha. Desde el corazón del trópico chiapaneco, podemos seguirla.
A propósito de mi publicación sobre el mango ataulfo y el origen de su denominación, como parte del texto se abrió una discusión alegando que el descubridor del mango fue el ingeniero Cano, lo cual enriqueció el debate. Más allá de eso, lo verdaderamente urgente es abordar el problema del desperdicio en temporada alta y la falta de valor agregado. Se trata de darle valor agregado, como en el caso exitoso aquí expuesto.
Ya me contaron que en la época del gobernador Albores existió ese propósito por parte de la autoridad, pero al parecer los productores se durmieron en sus laureles, mostrando desinterés por hacerlo. Parece que el problema entonces es cultural, y si lo transpolamos a otros sectores, sucede lo mismo. Aunque hay que reconocer que existen casos de éxito, como pasó con el atún Marina Azul, una empresa chiapaneca que además genera cientos de empleos. Algo similar sucede con los invernaderos de rosas en los Altos de Chiapas, que ya encontraron cadenas de producción y tienen toda una industria que coloca su producción más allá de Chiapas.
En el caso del jitomate, hay unos 2 mil 600 productores chiapanecos de las regiones Meseta Comiteca Tojolabal, Frailesca, Valle Zoque, Istmo-Costa y Sierra Mariscal; estableciéndose alrededor de mil 100 hectáreas de superficie sembrada y una producción de aproximadamente 37 mil 500 toneladas. El tomate chiapaneco, sin duda alguna, es un producto que tiene alta demanda por parte de la sociedad, y Chiapas es uno de los estados que más produce. Pero uno de los problemas que afecta directamente a los productores es la falta de mercado o la variación del precio del producto. Nos encontramos, de nueva cuenta, ante la falta de industrialización para poder darle valor agregado y evitar las variaciones de precio sujetas a la oferta y la demanda en el mercado, quedando los productores siempre en desventaja frente a los intermediarios.
En pocas palabras, seguimos siendo productores de materias primas que, a falta de valor agregado, limitan los ingresos en el campo chiapaneco. Y se supone que la Secretaría de Agricultura cuenta con apoyos y capacitación técnica, aunque no se conocen en realidad casos tan exitosos como los descritos al inicio del texto. Es casi seguro que en Chiapas exista el capital humano para emprender este tipo de iniciativas, pero lo que no se ve —o no se sabe— es si existe voluntad suficiente para lograrlo.