La cultura como campo de batalla
En el siglo XX, Antonio Gramsci, escritor, filosofo y miembro del partido comunista, encarcelado por el régimen fascista italiano, entendió mejor que nadie por qué las revoluciones comunistas fracasaban en Occidente. A diferencia de Rusia, donde el zarismo había colapsado dejando un vacío de poder, en Europa occidental la estructura cultural, religiosa y educativa impedía que el marxismo echara raíces profundas. Fue entonces cuando Gramsci dio con su tesis más poderosa: para conquistar el poder, no basta con tomar el Estado, hay que tomar la cultura.
A esa estrategia la llamó “hegemonía cultural”: el dominio de una visión del mundo que se presenta como sentido común, como verdad indiscutible. Y esa hegemonía se construye desde las aulas, los medios, el lenguaje y las instituciones intelectuales. El objetivo no era adoctrinar desde arriba con propaganda burda, sino sembrar ideas, emociones y marcos de interpretación que hicieran ver al adversario como el enemigo del pueblo, del progreso y de la moral.
Hoy, muchas izquierdas del mundo han hecho suyas esas lecciones. Ya no necesitan convencer con datos ni resultados, les basta con dominar el relato. Redefinen el lenguaje —“justicia social”, “violencia simbólica”, “discursos de odio”— para cercar el pensamiento y relativizar la discusión. Acusan al disidente, a quien está fuera de su órbita, de ser retrógrada, clasista o fascista. No se discuten ideas, se cancelan. La verdad no importa: lo que importa es quién tiene el micrófono, el aula, el foro, la tribuna, la mañanera, los medios mainstream, la narrativa.
EDUCACIÓN Y CULTURA: ARMAS DE OCUPACIÓN
La educación pública ha dejado de ser una herramienta de movilidad y pensamiento crítico. Se ha convertido en un campo de adoctrinamiento donde la historia se reconfigura, se deconstruye, se utililiza a conveniencia, se narra en clave de opresores y oprimidos, y la identidad nacional se disuelve en etiquetas ideológicas. El maestro ya no enseña a pensar, sino a repetir consignas. El estudiante no razona, memoriza. Y si cuestiona el dogma, se le señala.
EL ARTE COMO TRINCHERA IDEOLÓGICA
El arte, por su parte, ha sido instrumentalizado. Se financian proyectos que celebran el resentimiento, el revisionismo maniqueo y el culto a lo marginal, mientras se margina todo lo que huela a clasicismo, tradición o legado occidental. El artista no crea belleza, cumple una misión: subvertir. Esa subversión es una forma de expresión que busca cuestionar, alterar o desestabilizar los valores, normas, estructuras o símbolos establecidos en una sociedad, especialmente aquellos relacionados con el poder, la moral, la cultura dominante o las instituciones tradicionales. En lugar de buscar la belleza, la armonía o la trascendencia —como lo hacía el arte clásico— el arte subversivo apunta muchas veces a incomodar, provocar o confrontar el status quo. Es una estrategia estética, pero también ideológica, en la que el artista se posiciona como agente de ruptura, no de conservación.
Significa que muchos artistas ya no se enfocan en crear obras que transmitan los valores clásicos del arte, sino en cuestionar, provocar y descomponer símbolos tradicionales, especialmente los asociados al legado occidental: la religión, la familia, la historia, el orden, la estética clásica, etc. En ese sentido: El arte ya no busca conmover, sino incomodar. No busca lo sublime, sino lo “transgresor”. Ya no es un refugio espiritual, sino un espacio de “resistencia”.
Y como la belleza en sus canones tradicionales se considera un concepto “burgués” o “excluyente” o “clasista”, muchos artistas creen que su rol no es elevar, sino “romper”: con el canon, con el gusto, con la moral tradicional. Por eso se premian obras conceptuales, provocadoras o grotescas, que no requieren técnica ni evocan belleza, pero sí enuncian una postura política.
LA GUERRA ES POR EL ALMA DE OCCIDENTE
Esto no es accidental. Es el guión gramsciano en acción. Quien controla la cultura, controla la moral pública. Quien educa a los niños, modela a los ciudadanos. Quien impone las palabras, determina los límites del pensamiento. Los libros de texto impulsados por la 4t buscan transformar la educación en un proyecto ideológico de corte anticolonial y anticapitalista, desdibujando las disciplinas tradicionales y promoviendo una narrativa crítica del pasado mexicano centrada en la opresión y la resistencia popular. Sustituyen el conocimiento científico y meritocrático por saberes comunitarios y enfoques colectivos, con la intención de convertir a maestros y alumnos en “agentes de cambio” social. Lejos de ser neutrales, estos materiales se conciben como herramientas de lucha cultural y política contra los valores del liberalismo occidental.
LOS HECHOS FRENTE AL RELATO
En este contexto, los hechos pierden peso frente al relato. Poco importa que las naciones más prósperas hayan apostado por la educación científica, el mérito y la libertad individual; lo que se impone es una narrativa que exalta la victimización histórica, la lucha de clases y la redención a través del Estado. La verdad empírica es sustituida por una verdad emocional y militante, donde lo importante no es qué funciona, sino quién tiene el «monopolio moral» del sufrimiento. Así, la educación deja de formar ciudadanos libres y pensantes para formar soldados de una causa.
La derecha —en su versión liberal— ha llegado tarde a esta guerra. Creyó que bastaba con tener la razón económica, la eficiencia administrativa o el respaldo de las urnas. No entendió que estaba perdiendo el pulso de la sociedad: la educación, el cine, las series, los premios literarios, las universidades, las ONGs, las redes sociales. Todo ese entramado fue ocupado por una izquierda que dejó atrás la lucha de clases para abrazar la lucha por el relato.
QUIEN CONTROLA EL PENSAMIENTO, CONTROLA LA REALIDAD
Hoy más que nunca, la advertencia gramsciana resuena: “Tomen la cultura, tomen la educación y habrán ganado la batalla”. Y así ha sido. Pero también puede ser el principio de una contraofensiva. Porque si la cultura ha sido el campo de batalla, también puede ser el lugar donde empiece la reconquista. Como advertía Orwell, quien controla el lenguaje, controla el pensamiento. Y quien controla el pensamiento, controla la realidad.