¿Hacia dónde va la Iglesia?
La Iglesia católica se encuentra en una encrucijada. No es la primera vez, pero sí una de las más complejas y decisivas. A lo largo de los siglos ha sobrevivido a persecuciones, cismas, revoluciones, guerras mundiales y a sus propias crisis internas. Hoy, sin embargo, la amenaza es más difusa, más sutil, pero quizá más letal: el progresismo ideológico que busca disolver sus dogmas en nombre de una modernidad líquida, y la expansión silenciosa —pero firme— del islamismo y las sectas evangélicas en América Latina.
EL DILEMA DEL PRÓXIMO PAPA
La pregunta sobre si la Iglesia necesita un Papa progresista o conservador está mal planteada. No se trata de elegir entre dos etiquetas políticas, sino de discernir si se necesita un líder que acomode la fe al mundo o que recuerde al mundo su necesidad de fe. Un Papa no es un gerente de imagen ni un influencer pontificio. Es el custodio de una verdad que, si es eterna, no puede reescribirse cada década para ajustarse al termómetro sociocultural.
LOS NOMBRES DEL CÓNCLAVE
Hoy, nombres como el cardenal Robert Sarah, africano, firme defensor de la liturgia tradicional y crítico del relativismo occidental, representan una esperanza para quienes creen que la Iglesia debe reafirmar sus raíces en lugar de adaptarse al vaivén de la corrección política. Otros, como Matteo Zuppi o incluso el argentino Víctor Fernández, suenan como continuadores de la línea “pastoral” de Francisco, con guiños a una apertura doctrinal que algunos interpretan como tibieza frente a la verdad revelada. El próximo cónclave no será sólo un ejercicio eclesiástico; será un combate entre dos visiones de mundo.
FIELES QUE SE ALEJAN
El catolicismo, mientras tanto, retrocede. No sólo en Europa, donde la secularización ha convertido las catedrales en museos y los altares en escenografía turística, sino también en Hispanoamérica, donde fue durante siglos el alma cultural. Hoy las sectas evangélicas —muchas de corte neopentecostal, otras disfrazadas de autoayuda— le arrebatan millones de fieles al catolicismo. El neopentecostalismo suele predicar la llamada «teología de la prosperidad», que sostiene que la fe verdadera y las donaciones económicas a la iglesia serán recompensadas por Dios con salud, éxito y riqueza. Las reuniones son muy dinámicas: escenarios modernos, música, oraciones en voz alta, testimonios de “milagros” y predicaciones apasionadas que apelan fuertemente a la emoción. Cada pastor erige su iglesia como si se tratara de una franquicia en donde los diezmos fluyen a manos llenas. No es un simple fenómeno religioso, sino una mutación cultural profunda.
LA IGLESIA EVANGELIZADA
En Europa y los Estados Unidos no solo hay una crísis de población con una disminución de la natalidad y al envejecimiento poblacional que advierten de un declive demográfico. Por ende, el decrecimiento poblacional de los católicos ya no es sólo estadística: es un síntoma de anemia espiritual. La Iglesia, por décadas, se encerró en discusiones teológicas autorreferenciales y perdió capacidad de interlocución con la cultura. En lugar de evangelizar al mundo, terminó siendo evangelizada por él. El resultado es una generación de fieles desorientados en proceso de extinción, una jerarquía temerosa del escándalo mediático y una institución atrapada entre el pasado y un futuro que no entiende.
¿UNA IGLESIA PATRIARCAL?
Desde las trincheras ideológicas también se le exige hoy a la Iglesia que «despatriarcalice» su estructura. Se la acusa de ser una institución cimentada en el poder masculino, jerárquica y excluyente de la voz femenina. Se le exige abrir el sacerdocio a las mujeres, adaptar el lenguaje litúrgico, revisar su moral sexual e incluso pedir perdón por haber influido durante siglos en la construcción de una sociedad “heteronormativa”. Pero lo que está en juego no es la equidad de roles, sino la esencia misma de la Iglesia como portadora de una tradición teológica basada en símbolos, jerarquías y misterios que trascienden la moda ideológica del momento.
LAS NUEVAS HEREJÍAS
A todo esto se suma el embate cultural del islamismo radical, que ha ocupado vacíos espirituales en Europa con una audacia que la Iglesia ya no se atreve a ejercer, y el progresismo “woke”, que desmantela sistemáticamente los valores sobre los que se construyó la civilización cristiana occidental: la familia, la libertad de conciencia, la distinción entre el bien y el mal. Paradójicamente, hoy se persigue más severamente a quien predica el catecismo que a quien promueve la ideología de género en las escuelas.
FARO O ECO
Frente a ese escenario, urge una Iglesia que no pida perdón por existir, sino que recuerde al mundo por qué existió durante dos mil años. Que no se diluya para ser aceptada, sino que sea firme para ser respetada. La cultura occidental, sin su raíz cristiana, está condenada a la confusión y al nihilismo. Y el catolicismo, sin coraje espiritual, está condenado a la irrelevancia.
El próximo Papa no sólo deberá administrar una curia, sino decidir si la Iglesia será un faro o un eco.