El alma cristiana de Occidente
En plena efervescencia por la sucesión papal y contrario a la discreción sepulcral que caracteriza al Vaticano en torno al cónclave que definirá al futuro pontífice, se barajan y apuestan posibles sucesores. Y es que, todavía hasta este mes, el papa Francisco terminó de nombrar a un total de 108 de los 133 cardenales con derecho a voto. De ahí que la balanza podría inclinarse hacia un papa “progresista”, en la misma línea de Francisco, y además con un origen que represente equilibradamente a Europa (37%), Asia (18.5%), África y América del Sur (13.9% cada una), América del Norte (12.9%) y Oceanía (3.7%).
¿UN PAPA AFRICANO?
Me tocó escuchar en la televisión francesa una entrevista al cardenal Robert Sarah, y llamó poderosamente mi atención por una postura con la que coincido: entender el cristianismo más que como religión, como el origen de la cultura occidental, hoy seriamente amenazada. “Europa es cristiana. Está en su naturaleza”, ha recordado el cardenal Robert Sarah, una de las voces más lúcidas y valientes dentro del clero contemporáneo. Nacido en Guinea, Sarah no habla como extranjero, sino como heredero y deudor de una civilización que, desde Jerusalén, pasando por Atenas y Roma, modeló el rostro del mundo libre. Su llamado no es nostálgico, es urgente: re-cristianizar Europa. No con cruzadas ni dogmas impuestos, sino devolviéndole el alma que le dio forma. El alma que está siendo desfigurada a pasos acelerados.
INVASIÓN
No exageramos al decir que hoy Europa vive una invasión. No solo migratoria —que plantea retos sociales, políticos y de seguridad—, sino también una invasión cultural y religiosa que cuestiona abiertamente los valores fundacionales del continente. Los templos vacíos, los altares convertidos en salas de concierto o en atracciones turísticas guiadas, y la indiferencia espiritual son apenas síntomas de una renuncia más profunda: Europa ha dejado de creer en sí misma.
DEOLOGÍA SIN DIOS
En su lugar, se abren paso ideologías que repudian todo lo que huela a herencia cristiana: la familia, la verdad objetiva, la dignidad humana como centro, y no como construcción ideológica. Bajo la bandera de lo “progresista”, se impone una nueva fe sin trascendencia: la del wokismo. Una doctrina sin Dios pero con dogmas; sin liturgia pero con inquisidores; sin evangelios pero con herejes que deben ser cancelados.
El fenómeno woke ha colonizado el lenguaje, las aulas, las leyes, y hasta las catedrales, donde ahora importa más la inclusión que la verdad. Un moralismo hueco sustituye a la ética cristiana. La piedad es reemplazada por la victimización, y la redención, por el castigo ejemplar al “opresor” de turno. No importa si se trata de un santo, un filósofo o un padre de familia: todo es sospechoso si no se ajusta a la nueva ortodoxia erigida en la sacra inquisición. Los colectivos son ahora los modernos Torquemadas.
Pero, como advierte Sarah, Europa no está condenada a esta decadencia. Hay cimientos. Hay historia. Hay belleza. Las catedrales aún se alzan, aunque silenciosas. Los libros de Pascal, de San Agustín, de Santo Tomás siguen ahí, esperando ser leídos no como piezas de museo, sino como faros que pueden guiar una nueva travesía espiritual.
RECRISTIANIZAR: RESTAURAR LA CIVILIZACIÓN, NO RETROCEDER
La re-cristianización no es un capricho clerical ni una añoranza reaccionaria. Es una necesidad civilizatoria. No se trata de imponer, sino de recordar. De volver a enseñar que los derechos humanos no brotaron de un comité de Naciones Unidas, sino de una visión cristiana del hombre como imagen de Dios. Que la compasión, la libertad, la razón y la ciencia fueron cultivadas en monasterios, universidades medievales y púlpitos.
Y no se trata solo de Europa. México, América Latina entera, ha sido también injertada en esa tradición. Quien se burla del cristianismo y aplaude su decadencia no solo patea el altar donde fue bautizado, sino el cimiento mismo de su libertad. Creer que podemos sobrevivir sin fe es no entender que lo que está en juego no es solo una religión, sino la continuidad de una civilización.
ANTES DE QUE LAS CAMPANAS DEJEN DE SONAR
Lo que Sarah nos recuerda con su testimonio no es solo que debemos defender lo que queda, sino que aún hay tiempo de reconstruir. El humo del incienso puede volver a elevarse. Pero para ello hace falta valor. Hace falta fe. Y hace falta la convicción de que no hay futuro posible sin raíces. Europa cristiana no es un oxímoron, es una realidad. Pero lo será solo si hay quienes se atrevan a proclamarlo antes de que las campanas dejen de sonar…