Mactumactzá: Alma máter de la revolución callejera
Uno tiene la tonta idea de que las normales rurales forman maestros. Pero no, amigo lector, en Mactumactzá se forman cuadros. De esos que no distinguen entre un gis y un encendedor, pero sí entre un autobús nuevo y uno con el clutch tronado. Ahí, la vocación no se mide en horas frente al grupo, sino frente a una barricada.
Desde el primer semestre, los aspirantes son iniciados en el noble arte del despojo. No hablamos de Marx, hablamos de OXXO: cómo vaciar uno sin culpa social. El plan de estudios es claro y revolucionario. Tienen materias como “Lanzamiento de Molotov I” (con práctica en bulevar), “Historia universal del bloqueo” (de Espartaco a la CNTE), y “Derecho de vía y derecho divino”, como Moisés cruzando el Mar Rojo: la clase donde se explica por qué cualquier carretera, camión o caseta pertenece, en realidad, al pueblo… o sea, a ellos.
Especialización en vandalismo y victimismo
Ya para segundo semestre, se intensifica la práctica. “Secuestro de camiones: teoría y ética popular” (por ética entiéndase que si el chofer coopera, se le invita una torta), “Taller de incendios controlados (por nadie)” y un seminario clave: “Cómo justificar lo injustificable con consignas heredadas”. Aquí todo se vale: que si el Estado opresor, que si los mártires del pasado, que si los tamales están fríos. Cualquier razón es buena para prenderle fuego al mobiliario urbano.
El magisterio incendiario: la CNTE al poder
Y por si algo faltara, ahí están los maestros de la CNTE, brillante generación de expertos en asonadas y motines, tomas de casetas, bloqueos carreteros, pintas a establecimientos comerciales, quemas y saqueos de oficinas públicas. Esa grandiosa generación que tiene en sus manos nada menos que a los niños y a los jóvenes… esos que son el futuro de esta próspera y ejemplar nación llamada México. Porque si algo hemos hecho bien, es confiarles la educación al ala más beligerante del sindicalismo magisterial. ¡Vivan a los mentores!
Peticiones sin pizarrón
Y no, no se equivoque usted pensando que piden mejorar las aulas, los baños o las instalaciones de las escuelas rurales. Esas minucias no están en el pliego petitorio. Lo que exigen —y con enjundia— son aumentos salariales automáticos, plazas sin examen, becas vitalicias, intocabilidad gremial y, de ser posible, que el Congreso sesione bajo sus órdenes. Que se deroguen todas las leyes que les incomodan, que se reescriba la Constitución si es necesario, todo en nombre de una supuesta justicia social que misteriosamente siempre les beneficia a ellos.
Una noble causa… siempre que no los evalúen
Eso sí: evaluaciones, ni soñarlo. Están casados con modelos pedagógicos de hace cinco décadas y se niegan rotundamente a que alguien les revise el cuaderno. Lo suyo no es educar, es resistir… pero resistir con goce, con canonjía, con fuero sindical y con fuero moral. Se ha consolidado una nueva burguesía: la del magisterio militante. Aquella que alguna vez fue un gremio honorable y respetado, hoy se ha convertido en el brazo incendiario del chantaje presupuestal.
Ni clases, ni maestros… ni futuro
Mientras tanto, los niños siguen sin clases, las escuelas sin maestros, y el futuro… sin esperanza.
Pero eso sí: la lucha sigue.