A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Entre la dignidad y la patraña

Lamento profundamente que en medio de la farsa de elección judicial que estamos presenciando se encuentren atrapadas personas serias, con trayectoria, con principios, con una vida profesional y respetable dentro del poder judicial. Algunos de ellos los conozco. Los respeto, me duele verlos participando en algo que, a todas luces, carece de legitimidad. Y sé que no lo hacen por ambición, sino porque han dedicado su vida a la carrera judicial.

LA TRAMPA

Han sido arrastrados a competir en una elección que no es tal. Una pantomima disfrazada de ejercicio democrático que en realidad ha sido diseñada para validar lo que ya estaba decidido desde la cúpula de un partido que ha hecho de las courrencias su doctrina. Una elección tan confusa y opaca de la que ni siquiera los ciudadanos medianamente informados pudieron comprender sus reglas, sus implicaciones o su propósito. Y eso, en cualquier sistema republicano que se respete, es el primer síntoma de una trampa.

Ellos —los jueces y magistrados con carrera, con años de servicio y un profundo respeto por la ley— compiten en aparente igualdad con aspirantes que no son iguales. Porque esta no es una contienda entre pares, sino entre méritos y militancia, entre el respeto a la ley y la política. Entre justicia y consigna. Y si ganan los primeros, será a pesar del sistema, no gracias a él.

LA PATRAÑA

El dilema, entonces, no es menor: participar en una elección amañada significa, aunque sea de forma involuntaria, prestarse a la validación de una patraña. Contribuir a que se simule pluralidad donde solo hay alineamiento, que se aparente independencia donde ya existe subordinación. Y lo que está en juego no es una plaza ni un cargo: es la credibilidad entera del poder judicial.

Este experimento, con sus reglas cambiantes, su propaganda oficialista y su trasfondo político, va a terminar por minar lo poco que queda de confianza institucional. Porque el mensaje que se manda es claro: quien no se arrodille ante el régimen, no tiene futuro. Y Morena, cada vez más, se parece menos a un partido político y más a una guarida de rufianes que se reparten el poder como si fuera botín de guerra. No buscan transformar al país, sino capturar al Estado.

La justicia debe ser ciega, pero no estúpida. Y quienes creen en ella —jueces, magistrados, ciudadanos— deben alzar la voz antes de que sea demasiado tarde. Muchos lo hicieron en su momento pero al régimen la valió un sorbete. Porque cuando se normaliza la simulación, lo que sigue es la rendición. Y cuando el poder judicial se arrodilla, todo lo demás cae detrás.

Por eso, aunque deseo con sinceridad que los hombres y mujeres honestos que provienen del sistema judicial logren abrirse paso en este lodazal, no puedo dejar de advertir que su victoria sería parcial, casi testimonial. Porque la estructura misma de esta elección está podrida desde su diseño. Y ningún resultado puede lavar el pecado original de un proceso que nace viciado.

Al final, nos quedamos con un sabor amargo: ver a personas dignas batallando en un juego indigno. Y preguntarnos si la justicia, como la conocimos, está dando sus últimos pasos antes de ser absorbida por la maquinaria del poder. Una maquinaria que ya no distingue entre el partido y el Estado, entre el discurso y la amenaza, entre la ley y la consigna.

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