Humedales y ríos de San Cristóbal
San Cristóbal de Las Casas no solo se asienta sobre un valle hermoso; se asienta sobre un equilibrio frágil, vivo, palpitante. Ese equilibrio son sus humedales. Y aunque no los veamos desde la ventana o el coche, ese tapiz de agua y vegetación es lo que nos da de beber. Así de literal.
LA CIUDAD QUE BEBE DEL VALLE
Hoy se calcula que el 70 % del agua que usamos en esta ciudad proviene de allí: de los manantiales, humedales y ojos de agua que recorren el Valle de Jovel. También funcionan como esponjas naturales: absorben el exceso de lluvia, regulan el clima, sostienen la biodiversidad y alimentan los mantos freáticos. Pero a cambio de todo eso, ¿qué hemos hecho por ellos?
La respuesta es tan clara como el agua que estamos perdiendo: rellenarlos, cercarlos, usarlos como canchas de fútbol o botaderos de basura, como ocurrió en el humedal de La Kisst. Solo cuando los pozos comenzaron a secarse, cuando el pasto se volvió polvo y las lluvias dejaron de ser insuficientes, algunos empezaron a preguntarse qué habíamos hecho mal.
UN RESPIRO TEMPORAL
La sequía de este año fue un aviso dramático: el nivel de los humedales cayó hasta límites críticos. Afortunadamente, las lluvias recientes les dieron un respiro, y hoy se habla de una recuperación del 90 %. Pero que nadie se engañe: no hay ecosistema que resista indefinidamente la necedad humana.
Lo más revelador es que en cuanto dejamos de estorbar, la naturaleza vuelve. Algunos ciudadanos conscientes han logrado recuperar parte de los humedales con acciones mínimas pero valientes: impedir que lo sigan usando como basurero, colocar letreros, cuidarlo como se cuida lo que se ama. Hoy, el retorno de sapos y culebras no es una amenaza, es un milagro discreto: la vida se regenera si le damos oportunidad.
CONTAMINACIÓN, OMISIÓN Y ENFERMEDAD
A todo esto se suma otro drama menos visible, pero igualmente urgente: la contaminación de los ríos que cruzan la ciudad, convertidos en drenajes a cielo abierto por la falta de plantas de tratamiento eficientes. El Fogótico, que alguna vez fue orgullo y paisaje, hoy es testigo de nuestro abandono. Y como si eso no bastara, San Cristóbal sigue sin un relleno sanitario funcional, con montañas de basura cuyos lixiviados terminan filtrándose al subsuelo o incendiándose a cielo abierto.
La escasez de agua potable ha empujado a miles de familias a consumir bebidas endulzadas como sustituto cotidiano. Por eso es que somos los campeones a nivel en el consumo per capita de refresco con el consecuente incremento de la diabetes, una de las principales causas de muerte entre las comunidades. El resultado está a la vista: altos índices de obesidad y desnutrición, incluso en comunidades indígenas que antes vivían con lo justo pero sano. Es una ironía amarga: en una tierra de agua, bebemos veneno embotellado.
UN QUINTO CENTENARIO CON DEBERES PENDIENTES
Todo esto ocurre mientras nos preparamos para celebrar los 500 años de la fundación de San Cristóbal. Medio milenio de historia merece algo más que actos protocolarios y placas conmemorativas. Merece un compromiso real con el entorno que ha sostenido a esta ciudad por siglos. Porque no hay celebración auténtica si llegamos al quinto centenario sin agua en los manantiales, sin río que cantar, sin humedales que respirar.
LA DECISIÓN ES NUESTRA
La amenaza no ha desaparecido. Sigue habiendo una urbanización salvaje, decisiones políticas negligentes y una falta de conciencia colectiva sobre lo esencial. Porque los humedales no son ornamento ni estorbo para el desarrollo: son el desarrollo mismo, en su forma más pura y necesaria.
Hay ciudades que sueñan con tener el agua que nosotros aún tenemos. Pero si no cambiamos la lógica del saqueo por la del cuidado, seremos la última generación en ver brotar el agua de la tierra. Y entonces ya no habrá a quién culpar, más que a nosotros mismos.