Gentrificación: el nuevo enemigo
Lo que ocurrió en la colonia Condesa de la CDMX el pasado 4 de julio no fue una manifestación ciudadana espontánea, sino un acto deliverado, promovido y amplificado por colectivos ideológicos que encontraron en el fenómeno de la gentrificación un nuevo chivo expiatorio para sostener su narrativa de opresores y oprimidos. Bajo el disfraz de defensa del espacio público y los derechos de los residentes, lo que vimos fue vandalismo disfrazado de justicia social y es darse un tiro en el pie.
UN FENÓMENO GLOBAL
La gentrificación no es una invención del neoliberalismo ni una táctica del imperialismo moderno. Es un proceso que ocurre en prácticamente todas las grandes urbes del mundo. Consiste, esencialmente, en el reordenamiento urbano cuando zonas antes degradadas se revitalizan, atrayendo nuevos habitantes con mayor poder adquisitivo.
Y aunque algunos grupos pretendan presentarlo como “despojo”, la realidad es mucho más amplia. Hay miles de personas que se beneficiaron de este cambio: vecinos que vendieron sus propiedades a precios impensables gracias al aumento de la plusvalía, familias que ahora viven de sus rentas y que jamás se quejaron de “desplazamiento”, comercios que prosperaron, calles que ganaron seguridad, oferta cultural y vida nocturna. Decir que fue una tragedia colectiva es una simplificación ideológica que desconoce lo que realmente ocurre.
AGITACIÓN COORDINADA Y NARRATIVA IMPORTADA
Los colectivos que convocaron la marcha lo hicieron con tiempo, logística y presencia en redes sociales. No eran vecinos genuinamente preocupados por el alza en la renta. Eran activistas con consignas recicladas de otras latitudes. Al margen de la crítica al modelo urbano, aparecieron banderas palestinas, frases decoloniales y ataques verbales a turistas. ¿Qué relación tiene eso con la vivienda en CDMX? Ninguna. Pero sirve al guion: dividir a la sociedad, exacerbar resentimientos, y culpar al “extranjero blanco privilegiado”.
Este tipo de discursos importados —idénticos a los que se ven en ciertos barrios de San Francisco, Berlín, Madrid o Barcelona— no analizan contextos, sólo tropicalizan una plantilla ideológica a la que ellos mismos acusan de antiinmigrante y racista. Lo irónico es que quienes hoy se manifiestan contra los extranjeros en México, no miden las consecuencias internacionales de su postura.
UN BOOMERANG CONTRA MIGRANTES MEXICANOS
Los actos vandálicos contra negocios, viviendas, de violencia genofoba contra turistas y nómadas digitales —algunos de ellos documentados en videos virales— no sólo dañan la imagen de la Ciudad de México como un destino seguro y cosmopolita. También abonan a una narrativa peligrosa en el extranjero: la de que los mexicanos rechazan a los migrantes, discriminan al “otro” y no saben convivir con la diversidad. ¿Qué mensaje crees que toma de eso el votante medio estadounidense cuando ve mexicanos agrediendo a estadounidenses en su propio país?
Esta estrategia perversa podría tener un efecto boomerang: endurecer aún más la política migratoria de Estados Unidos hacia nuestros connacionales. No sería la primera vez que la demagogia interna le pega directamente a quienes más trabajan y más aportan fuera del país. Paradójicamente, los colectivos que dicen luchar contra el despojo aunque nunca fueron residentes y que provienen de otras zonas de la CDMX que controla Morena, son los que provocan más rechazo a los propios migrantes mexicanos.
POLARIZACIÓN SOLAPADA DESDE EL PODER
Lo más grave no es que existan estos colectivos radicales sino que cuenten con la tolerancia y hasta con el guiño del gobierno. La 4T ha jugado, desde el inicio, a sembrar la polarización entre clases, regiones, generaciones y ahora también entre nacionalidades. La narrativa del “pueblo bueno” contra los “ricos neoliberales” se recicla en cada oportunidad, aunque no encaje con la realidad.
En lugar de gobernar para todos, han optado por alentar la fractura, azuzar el resentimiento y ofrecer culpables convenientes. Hoy son los turistas. Ayer fueron los empresarios. Mañana serán los propios ciudadanos que se atrevan a disentir. Esa es la lógica de los regímenes populistas: crear enemigos para justificar su permanencia. Y mientras tanto, lo único que se gentrifica… es la democracia.