A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

¿Territorio o feudo? La doble moral de los defensores “ambientales”

La añorada autopista San Cristóbal–Palenque se ha convertido en el nuevo blanco de los grupos de siempre: ambientalistas de escritorio, ONGs extranjeras y defensores autoproclamados de los pueblos originarios. Según su guion, se trata de otro proyecto “extractivista” que amenaza la selva, los derechos indígenas y el equilibrio ecológico. Pero una mirada crítica revela una cadena de contradicciones e hipocresías que ya no se pueden ocultar.

DEFORESTACIÓN COMUNITARIA: LA TALADORA SILENCIOSA

El discurso ambiental suele omitir un hecho evidente: la deforestación no empezó con la autopista. Desde hace décadas, comunidades campesinas e indígenas han talado miles de hectáreas de selva para abrir paso a la agricultura, la ganadería extensiva, los asentamientos irregulares y hasta el tráfico de madera. Tan solo en la Selva Lacandona, se han perdido más de 100,000 hectáreas de cobertura forestal por actividades humanas, y el ritmo no se detiene. En los Altos de Chiapas, la situación no es distinta: el avance del desmonte, muchas veces dentro de ejidos, ha ido consumiendo lo que queda de bosque y vegetación.

Pero eso no lo mencionan. Esa deforestación, al parecer, no cuenta. Porque proviene de quienes, según ellos, tienen “derecho cultural” a arrasar la selva, mientras el Estado y los inversionistas son siempre los villanos. Es una doble moral grosera: la motosierra es buena si la empuña un comunero, pero es mala si la utiliza un proyecto legalmente autorizado.

DOMINIO Y POSESIÓN: ¿DE QUIÉN ES LA TIERRA?

Otro punto ciego en el relato es el tema de la propiedad. Se habla de “territorio ancestral” como si eso implicara automáticamente un derecho absoluto y exclusivo. Pero ¿dónde están las escrituras? ¿Quién posee el dominio pleno? ¿A nombre de quién se registran esas tierras? En un Estado de derecho, la propiedad no se presume: se acredita. Y si una comunidad es afectada por una obra pública, el procedimiento está claro: se expropia, se valúa y se indemniza. No hay “despojo”, ni “robo”, ni “colonialismo tardío”. Hay legalidad y compensación.

Entonces, ¿cuál es el problema? ¿O acaso el verdadero reclamo no es jurídico, sino ideológico, y se basa en la idea de que el territorio debe quedar inmovilizado para que nada lo toque, ni siquiera el desarrollo?

AISLAMIENTO Y SUBDESARROLLO: LAS CONSECUENCIAS DE BLOQUEAR

Bloquear sistemáticamente estos proyectos es, en realidad, una condena al aislamiento y al atraso. Muchas comunidades chiapanecas viven literalmente encerradas por la geografía y la falta de infraestructura. Esa desconexión impide que lleguen servicios médicos, cualquier inversión, no se diga educación, turismo real o alguna alternativa de desarrollo. Y eso no es dignidad: es marginación provocada.

El resultado es un ciclo perverso: pobreza estructural, dependencia de subsidios, migración forzada y sobre todo, subditos electorales. ¿Quién se beneficia realmente de mantener a estas comunidades sin caminos, sin comunicación y sin futuro? ¿Será que detrás de los discursos de “autonomía” hay una cómoda red de intereses que lucran con la pobreza, disfrazándola de identidad?

CUANDO LA CONECTIVIDAD TRANSFORMA

Hay ejemplos en México donde las carreteras han cambiado la vida de regiones enteras. El libramiento de Oaxaca, por ejemplo, ha mejorado el acceso entre valles y ha impulsado el turismo sin destruir identidad ni ecosistemas. El puente Baluarte, entre Durango y Sinaloa, facilitó el transporte entre el norte del país y el Pacífico, atrayendo inversión y oportunidades.

¿Por qué Chiapas no puede aspirar a lo mismo? ¿Por qué negar a sus pueblos un camino al desarrollo, cuando es precisamente esa conectividad la que podría dar valor a su producción, a su cultura y a su talento?

DESARROLLO O AISLACIONISMO

El dilema no es entre selva y cemento. Es entre una visión realista del desarrollo humano y una ideología que fetichiza la pobreza con tintes románticos. Sí, hay que cuidar el medio ambiente. Sí, hay que respetar los derechos comunitarios. Pero eso no significa congelar el presente y rendirse a la marginación.

La autopista San Cristóbal–Palenque es más que un trazo sobre el mapa. Es un símbolo de lo que Chiapas debe decidir: seguir atrapado entre el miedo y la manipulación o construir, con legalidad y sentido común, una vía hacia el futuro.

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