A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

La letra escarlata

En la novela La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, ambientada en una comunidad puritana del siglo XVII, Hester Prynne es condenada a llevar en el pecho la letra «A» como castigo por haber cometido adulterio. No hay proceso judicial digno, ni espacio para el arrepentimiento privado. Todo debe ser público, ejemplar, y con escarnio. Su pecado queda marcado no solo en su ropa, sino en la mirada de todos. Es la sociedad entera la que se erige como tribunal. Parece ficción lejana. Pero estamos volviendo ahí.

LA HOGUERA DIGITAL

Hoy, con las redes sociales como patíbulo, la cultura de la cancelación funciona como ese mismo mecanismo. No se necesita juez ni ley, basta con que una turba digital señale, exija disculpas, destruya reputaciones, y dicte castigos sociales o laborales. Lo mismo da que el “pecado” haya ocurrido hace diez años o que haya sido un error o una opinión impopular. No hay redención posible. El castigo es eterno.

Lo que antes era confesión, hoy es “cancelación”; lo que antes era el perdón, hoy es “reeducación obligatoria”; y lo que antes era la verdad, hoy es una narrativa impuesta por una minoría ruidosa que se erige en dueña de la moral pública.

UN APARATO DE PODER

En México, este fenómeno no es del todo espontáneo ni caótico. Lejos de tratarse de reacciones ciudadanas orgánicas, muchas veces son los seguidores del régimen actual quienes actúan de manera sincronizada para instalar narrativas, desacreditar adversarios, y destruir toda voz crítica. No solo se cancela al “incómodo” en redes: se le exhibe en las mañaneras, se le investiga, se le persigue. La estructura oficial de poder se ha apropiado de la cultura de la cancelación como una herramienta de control político.

Los simpatizantes de la 4T han convertido la polarización en estrategia y la indignación selectiva en método. Si un adversario expresa una postura contraria al discurso oficial, inmediatamente se movilizan legiones de cuentas, algunas reales y muchas automatizadas, para lincharlo digitalmente. No se debate: se cancela. No se argumenta: se difama. Y si se puede, se elimina del espacio público.

VOLVER AL TRIBALISMO

Hemos vuelto al tribalismo moral. El individuo ya no importa; importa el grupo al que pertenece. Si no comulgas con la doctrina dominante, si cuestionas un dogma progresista o simplemente mantienes una postura conservadora, te marcan con la nueva letra escarlata: racista, machista, fascista, transfóbico… el adjetivo cambia, pero la lógica es la misma.

El nuevo puritanismo no se basa en la virtud, sino en la sospecha permanente. Se desconfía del éxito, del talento, de la diferencia. La corrección política ya no es un marco para la convivencia, sino una ideología sofocante que vigila cada palabra, cada chiste, cada recuerdo.

Así como Hester fue —a su modo— más libre que sus jueces, porque aceptó su humanidad sin rendirse a la hipocresía colectiva, también nosotros deberíamos tener el valor de resistir esta nueva forma de inquisición. La libertad no consiste en agradar a todos ni en seguir consignas de moda. La verdadera libertad es pensar con claridad, hablar con honestidad y vivir sin miedo a disentir.

No se trata de buscar la confrontación, sino de no ceder al chantaje. Porque una sociedad donde todos callan por miedo a ser quemados en la hoguera digital, termina siendo una sociedad esclava.

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