Decolonizar chiapas… ¿de qué exactamente?
En tiempos recientes ha cobrado fuerza un discurso que propone “decolonizar” los territorios indígenas, devolverles su soberanía cultural y política, y erradicar todo vestigio de lo que llaman la “opresión colonial”. En Chiapas, esta idea ha calado hondo en ciertas élites académicas, activistas y funcionarios, que la repiten sin matices, como si se tratara de una consigna sagrada. Pero vale la pena detenernos a pensar: ¿qué significa realmente “decolonizar” Chiapas? ¿Y de qué habría que “liberarlo”?
EL MITO DEL BUEN SALVAJE
La consigna suena justa, liberadora, progresista. Pero al rascar un poco más allá del eslogan, nos topamos con una narrativa simplista que borra siglos de historia compleja y reduce el pasado a un enfrentamiento entre buenos y malos. Según esta visión, los pueblos originarios eran libres, armónicos, sostenibles, felices… el mito del buen salvaje, hasta que llegaron los españoles y todo se vino abajo. La colonización, en este relato, no dejó más que ruinas, sometimiento y despojo. Y la solución sería extirpar toda huella hispánica, devolver la tierra y la cultura a su estado “original”, como si ello fuera posible.
LA IDENTIDAD MESTIZA DE CHIAPAS
Pero Chiapas —como todo México— no es una suma de pueblos puros esperando ser redimidos, sino una realidad mestiza, híbrida, viva. Decolonizar, entendido como borrar la huella española, sería borrar también lo que Chiapas es. Sería negar sus catedrales, sus idiomas mixtos, sus tradiciones sincréticas, su cocina mestiza, su vida cotidiana, donde lo indígena y lo hispano se entrelazan en cada acto, cada fiesta, cada símbolo.
SAN CRISTÓBAL Y EL TESTIMONIO DEL ENCUENTRO
En San Cristóbal de Las Casas, por ejemplo, el zócalo y la iglesia barroca, las calles empedradas y los mercados indígenas coexisten como reflejo de esta fusión. No hay un “nosotros” puro y un “ellos” opresor. Hay siglos de convivencia, conflicto, negociación, evangelización y aprendizaje mutuo. Hay sincretismo. Y hay una identidad que no se deja atrapar por moldes ideológicos.
EL RIESGO DE LA NEGACIÓN CULTURAL
Pretender que Chiapas se libere de su pasado colonial es, en realidad, un acto de negación cultural. Es desconocer que los pueblos tzotziles y tzeltales, por ejemplo, han hecho del cristianismo una fe profundamente suya, entrelazada con su cosmovisión ancestral. Es olvidar que las lenguas indígenas han sobrevivido, en gran parte, gracias a su transcripción con caracteres latinos y a la protección brindada por instituciones heredadas del periodo virreinal. Es ignorar que las formas de organización comunitaria —cargos, mayordomías, asambleas— no son previas a la Conquista, sino adaptaciones profundas de estructuras traídas por los frailes.
LA TRAMPA DE SIMPLIFICAR LO INDÍGENA
Decolonizar Chiapas implica también otro riesgo: esencializar lo indígena. Esencializar significa reducir la identidad o las características de un grupo, cultura o persona a una “esencia” fija, inmutable y única. Suponer que existe una forma “auténtica” de ser tzeltal, chol o tojolabal, y que todo lo demás —la ciudad, la modernidad, la escuela, la medicina científica, incluso el español— es contaminante. Así se congela la identidad en un pasado idealizado y se les niega a los pueblos la posibilidad de cambio, de autonomía real, de mestizaje voluntario.
Y lo que si está suceciendo sin que nadie haga nada es que hoy, en muchas comunidades tzotziles, tzeltales, choles o tojolabales, es común escuchar música norteña, bandas, corridos tumbados o narcocorridos en fiestas, bodas y ferias. Si de “contaminar” hablamos, este fenómeno refleja la fragilidad para mutar a expresiones populares que no son suyas. Lo mismo ocurre con el consumo masivo de productos como la Coca-Cola, que ha adquirido incluso un significado ritual en algunas ceremonias tradicionales, sobre todo en San Juan Chamula, donde se usa como ofrenda o bebida ceremonial.
LA VERDADERA COLONIZACIÓN IDEOLÓGICA
La verdadera colonización contemporánea no es la española, ya ida, sino la ideológica. Esa que victimiza a los pueblos indígenas mientras los instrumentaliza como bandera política. Que los presenta como reservas morales, pero no les permite ser actores de su propio destino. Que los nombra, pero no los escucha. Que los defiende con palabras extranjeras: “decolonialidad”, “interculturalidad crítica”, “epistemologías del sur”… términos acuñados en universidades anglosajonas, no por los pueblos chiapanecos.
RESPETAR LA MEZCLA, COMPRENDER LA HISTORIA
Chiapas no necesita que lo liberen de su historia. Necesita que se le comprenda en su complejidad. Que se respete su mestizaje. Que se reconozca que su identidad no es el rescoldo de un paraíso perdido, sino la creación continua de una cultura múltiple. Ni el fraile ni el chamán pueden reclamar la totalidad del espíritu chiapaneco. Porque este se forjó en el cruce, en la tensión, en la mezcla. Y en esa mezcla está su riqueza.
LA VICTORIA DE CHIAPAS: SU IDENTIDAD VIVA
Decolonizar Chiapas, en el mejor de los casos, solo tendría sentido si significara devolverle al pueblo su identidad entretejida. Pero eso no se logra con discursos vacíos ni con culpabilizaciones históricas. Se logra con respeto, con educación de calidad, con oportunidades reales, con seguridad jurídica y, sobre todo, con la convicción de que su historia —con todo y sus cicatrices— es también fuente de dignidad.
Chiapas no es un territorio ocupado. Es una tierra mestiza que ha hecho del encuentro su forma de existir. Y eso no es una derrota. Es, quizá, su mayor victoria.
EL DISPARATE DE CAMBIAR EL ESCUDO
En esta misma lógica de desconocer la historia, se pretende ahora cambiar el escudo de Chiapas para borrar sus símbolos virreinales, como si la identidad se dictara desde un decreto. Quieren eliminar el emblema que durante siglos ha representado la unión de sus pueblos y la raíz hispánica de su tradición, bajo el argumento de que “ofende” a los indígenas. ¿De verdad creen que un escudo es la causa de sus problemas? La historia no se borra ni se reescribe con talonarios legislativos. Cambiar el escudo no “descoloniza” nada; apenas revela la superficialidad de un discurso que prefiere cambiar símbolos antes que enfrentar las verdaderas causas de la desigualdad. Chiapas merece respeto a su historia, no un revisionismo vacío dictado por la moda ideológica.