A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Pemex: crónica de una quiebra anunciada

En sus mejores años, Pemex fue sinónimo de soberanía, riqueza y orgullo nacional. Hoy es sinónimo de deuda, pérdidas y lastre presupuestal. Lo que alguna vez fue la palanca del desarrollo de México se ha convertido en un barril sin fondo al que el gobierno sigue echando dinero… y gasolina. La quiebra técnica de Pemex no es fruto del destino ni de enemigos externos: es la consecuencia directa de una gestión política, ideológica y financieramente irresponsable.

PRODUCCIÓN EN CAÍDA LIBRE Y DEUDA AL ALZA

Lejos quedaron los tiempos del millón y medio de barriles diarios en Cantarell. Hoy Pemex produce apenas la mitad y, para colmo, apostó todo a campos maduros y a la extracción superficial, ignorando las oportunidades en aguas profundas o asociaciones estratégicas. Su deuda supera los 100 mil millones de dólares, siendo la petrolera más endeudada del mundo. Pero en lugar de corregir, el gobierno optó por tapar el hoyo con recursos fiscales… y propaganda.

REFINAR PÉRDIDAS: DOS BOCAS Y LA OBSESIÓN IDEOLÓGICA

En lugar de apostar por la rentabilidad y la eficiencia, la actual administración decidió revivir el sueño estatista: frenar la inversión privada, subsidiar las gasolinas y construir Dos Bocas, esa refinería faraónica que iba a costar 8 mil millones de dólares y ya supera los 20 mil… sin refinar un solo litro. Mientras tanto, las viejas refinerías siguen quemando dinero y contaminando. El resultado: Pemex pierde en refinación más de lo que gana en producción.

LA BURBUJA SINDICAL Y LA CORRUPCIÓN SISTÉMICA

Si Pemex fuera una empresa privada, hace años habría quebrado o se habría reestructurado. Pero aquí sigue, sostenida por los contribuyentes y atrapada en una red de corrupción interna, contratos inflados, y un sindicato que sigue operando como feudo intocable. La narrativa oficial prefiere culpar a “los neoliberales” antes que al compadrazgo, la ineficiencia y las prácticas heredadas.

PEMEX CONTRA EL MUNDO

Mientras el mundo avanza hacia energías limpias, Pemex sigue aferrado al modelo fósil. Los mercados castigan su deuda, las calificadoras la degradan y los inversionistas huyen. Pero eso no importa: el gobierno sigue apostando todo al petróleo, como si estuviéramos en 1970. Los cambios regulatorios para proteger el “monopolio patriótico” solo han agravado la desconfianza interna y externa.

¿SALVACIÓN O OCASO?

¿Hay solución? Tal vez. Pero pasa por reconocer la realidad, reabrir Pemex al capital privado, dejar de usarlo como botín político y modernizarlo bajo criterios empresariales, no ideológicos. Mientras eso no ocurra, la historia de Pemex seguirá siendo la de un gigante que camina directo al abismo… y nos lleva a todos detrás.

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