Amnesia colectiva: El arte de olvidar lo imperdonable
En México, el tiempo político se mide en escándalos. Uno tras otro, como olas que golpean la costa, pero que nunca dejan marca. La memoria colectiva parece diseñada para resetearse cada semana, como si al mexicano promedio le costara recordar qué pasó ayer con la misma facilidad con la que se traga el nuevo escándalo de hoy. No es casualidad. Es la base de la estrategia de la autodenominada Cuarta Transformación: saturar el debate público con distractores, enemigos imaginarios y relatos épicos de un pasado ya reescrito a conveniencia, mientras las verdaderas tragedias y omisiones quedan sepultadas en el archivo muerto de la indignación pasajera.
¿Quién recuerda ya el fracaso del INSABI, la promesa de gasolina a 10 pesos o la cancelación del aeropuerto de Texcoco que costó más de 300 mil millones de pesos? ¿O la tragedia de la Línea 12, que costó vidas y no provocó ninguna renuncia de alto nivel? ¿O el escándalo monumental de Segalmex, con más de 15 mil millones de pesos desaparecidos—una cifra que equivale al presupuesto de varios estados?
Todo ha sido sepultado bajo toneladas de mañaneras, memes, tiktoks y giras donde se repiten los mismos discursos como mantras diseñados para adormecer conciencias.
ESCÁNDALOS QUE NO ESCANDALIZAN
Pocas democracias podrían resistir el cúmulo de errores, excesos y corruptelas que se han acumulado durante este sexenio. Pero México, tristemente, no es una democracia plena, sino un experimento de manipulación emocional donde el gobernante actúa como chamán mediático, y el pueblo como feligrés anestesiado.
Los casos se multiplican. Basta recordar los contratos directos adjudicados sin licitación, que superan ya el billón de pesos. O la opacidad en las obras insignia como el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, cuyas modificaciones presupuestales y sobrecostos escapan a cualquier lógica de transparencia. La Auditoría Superior de la Federación ha señalado irregularidades sistemáticas, pero todo queda en el olvido, barrido por el siguiente tema en turno. Tampoco hay que olvidar las universidades públicas “patito” que recibieron millones sin supervisión adecuada. O la compra de medicamentos a empresas fantasmas, lo que derivó en una escasez criminal para niños con cáncer y pacientes crónicos.
Y como si la corrupción no bastara, se suma un ataque sistemático a los contrapesos institucionales. La desaparición de fideicomisos, el vaciamiento del INAI, la colonización del INE y la captura de la CNDH son parte de una estrategia deliberada: desmantelar los órganos autónomos que fueron diseñados precisamente para prevenir los abusos del poder. La independencia institucional se ha vuelto un estorbo para un régimen que no admite vigilancia ni crítica.
EL SHOW DE CADA MAÑANA
La clave está en el timing. Cada vez que un escándalo amenaza con romper la narrativa oficial, se enciende la maquinaria del espectáculo. Aparece un nuevo “complot” de la derecha, se revive algún agravio histórico, se ataca a la UNAM, a la Corte, a los medios “fifís”. Se inventan enemigos: los jueces, los periodistas, la sociedad civil, la clase media. El propósito es que la atención nunca se fije en el gobierno, sino en el conflicto permanente contra el adversario útil del día.
UN PUEBLO SIN MEMORIA
Pero no se puede culpar solo al gobierno. La sociedad también tiene su cuota de responsabilidad. El problema no es solo que el poder mienta, sino que buena parte de los ciudadanos ya no espera que diga la verdad. Muchos prefieren seguir aferrados a la narrativa del “antes estábamos peor”, como si eso bastara para justificar lo injustificable.
La desmemoria se ha convertido en cultura política. Y eso tiene consecuencias: mientras los escándalos se olvidan, los daños se acumulan. La militarización avanza, la economía se estanca, los servicios públicos colapsan, y la polarización social crece. La gran tragedia no es solo lo que ha hecho este gobierno, sino lo que ha logrado que olvidemos.
Es el llamado “síndrome de la rana hervida”: si una rana se lanza a una olla con agua hirviendo, salta de inmediato para salvarse; pero si se la coloca en agua tibia que se calienta gradualmente, no percibe el peligro y muere cocida sin reaccionar. Así ocurre con la ciudadanía cuando la degradación democrática y el abuso del poder se imponen poco a poco, sin sobresaltos. La gente se acostumbra al deterioro institucional, a la mentira sistemática, al escándalo sin consecuencias, hasta que ya es demasiado tarde para saltar.
RESISTIR ES RECORDAR
En tiempos de manipulación sistemática, recordar se vuelve un acto de resistencia. No hay democracia posible si no hay memoria. No se puede exigir rendición de cuentas si todo se borra con un “se va investigar”, un “Calderón tuvo la culpa” o un “es culpa del pasado”.
La Cuarta Transformación no es una época de cambios, sino una maquinaria de distracción permanente. Y mientras el país juega a olvidar, los responsables siguen haciendo de las suyas, sabiendo que la próxima semana habrá otro escándalo que cubrirá al anterior… y que nadie exigirá cuentas, porque ya estaremos hablando de otra cosa.