A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Contra la nostalgia reaccionaria

Ahora resulta que hay que sentirse culpable porque San Cristóbal se ha convertido en el principal destino turístico de Chiapas. Que debemos lamentarnos porque hay cafés donde antes hubo silencio, pizzerías donde hubo panaderías, y terrazas donde algún día colgó un farol rojo. Vuelven, como cada tanto, las voces que advierten que el alma de la ciudad está siendo vendida al mejor postor. Que la gentrificación, esa palabra comodín que suena a lucha social pero en realidad encubre mucho prejuicio, está acabando con la esencia de un lugar que —según ellos— debería vivir congelado en el tiempo.

LOS SILENCIOS SOSPECHOSOS

No se quejaron, sin embargo, cuando la ciudad creció de forma caótica en la zona norte, producto de invasiones toleradas por motivos políticos. No dijeron nada cuando el comercio informal se adueñó del espacio público, cuando las banquetas se volvieron intransitables y las calles, mercados ambulantes. No alzaron la voz cuando los ríos se convirtieron en drenajes a cielo abierto, ni cuando los humedales fueron invadidos sin ningún rubor. Tampoco se indignaron por el enredo de cables de la CFE que afean el cielo o por el tráfico que asfixia la movilidad. Pero hoy, cuando una casa colonial se convierte en restaurante o una familia renta su propiedad para vivir de ello, entonces sí: gritan que se perdió la ciudad.

UN ARGUMENTO FÁCIL, UN ERROR DE FONDO

El argumento es simple, pero tramposo: todo lo nuevo es artificial, todo lo extranjero es amenaza, todo lo moderno, el gourmet, es superficial. Quieren que San Cristóbal siga siendo un “pueblo mágico” sin aceptar que la magia también se transforma. Pretenden que la identidad se conserve intacta como un altar, sin comprender que la cultura está viva y, por tanto, cambia, se adapta, se mezcla. El desarrollo no es despojo, y el turismo no es pecado.

EMPRENDER NO ES PECADO

Muchos de los cafés, librerías, terrazas o tiendas de diseño no son propiedad de extranjeros adinerados como quieren hacer creer, sino de coletos emprendedores que vieron una oportunidad para vivir mejor. Muchos sancristobalenses, antes empobrecidos, hoy pueden vivir dignamente de las rentas de sus casas. ¿Eso también es “perder el alma”? ¿Desde cuándo emprender, mejorar o transformar el espacio urbano es motivo de reproche?

IDENTIDAD SIN AISLAMIENTO

Claro que hay que cuidar la identidad. Pero no desde el resentimiento o la nostalgia paralizante. Defender lo nuestro no implica cerrarse al mundo, sino asegurarse de que convivan el tachilgüil y el ramen, el pan compuesto y el croissant, la sopa de pan y el pad thai. La verdadera tragedia sería que San Cristóbal no aspirara a más. Que se conformara con mirarse en el espejo empañado de su pasado, en vez de pulir el cristal para ver el futuro con claridad.

LA JOYA DE LA CORONA

San Cristóbal no es Val’Quirico. Pero tampoco está condenada a ser una ciudad museo, vacía de dinamismo y oportunidades. ¿Queremos competir con Mérida, Oaxaca o Guanajuato? Entonces hay que elevar la conversación. Apostar por la infraestructura, el orden urbano, la restauración ambiental y el turismo cultural bien pensado. No volver al discurso maniqueo de “los de siempre contra los que vienen”.

LA VERDADERA RAZÓN DETRÁS DE LA CRÍTICA

Lo que hay detrás de esta crítica a la gentrificación es, muchas veces, una añoranza de una ciudad que nunca fue del todo idílica. Una visión conservadora disfrazada de progresismo. Una resistencia al cambio que, si no se entiende, se convierte en estorbo. La ciudad no se vende: se transforma. Y quien no lo entienda, terminará escribiendo elegías mientras otros construyen posibilidades.

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