A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

El error que desertifica Chiapas

El peor error no es la falta de fertilizante, sino creer que regalarlo resuelve algo. No se trata de crear plantas de producción ni de llenar bodegas como si fueran logros administrativos. El objetivo debe ser claro: regenerar los suelos, nutrir el campo y devolverle a la tierra lo que durante décadas le hemos quitado con prácticas agrícolas empobrecedoras, especialmente el abuso de fertilizantes nitrogenados como el sulfato de amonio.

En Chiapas, el programa Fertilizantes para el Bienestar ha alcanzado dimensiones sin precedente. Tan solo en 2025, se entregaron 103 400 toneladas de fertilizante a 344 700 productores, para cubrir una superficie equivalente de 344 700 hectáreas, a través de 91 Centros de Distribución de Agricultura (CEDA). El programa arrancó oficialmente el 1 de mayo de este año. En años anteriores, ya se había reportado la distribución de más de 92 000 toneladas, cubriendo 307 699 hectáreas en 124 municipios del estado. A simple vista, podría parecer un éxito. Pero el problema está en el modelo, no en la escala.

AMONIO: EL VENENO INVISIBLE

Está científicamente comprobado que el uso excesivo de fertilizantes nitrogenados, como el sulfato de amonio, acidifica el suelo, destruye su estructura orgánica, reduce su capacidad de retención de agua y elimina la microbiota benéfica que permite la regeneración natural. Lejos de enriquecer la tierra, la desertifica.

La FAO ha advertido que en países con climas tropicales, donde el suelo es más frágil, el abuso de fertilizantes químicos genera salinización, compactación y pérdida acelerada de carbono orgánico. El Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (IFPRI) ha documentado cómo este fenómeno afecta la seguridad alimentaria a largo plazo, pues reduce la resiliencia del suelo ante plagas, sequías y sobreexplotación.

DEL CLIENTELISMO A LA AGROECOLOGÍA

Regalar fertilizante no combate la pobreza, la reproduce. Porque crea dependencia estructural y cancela los incentivos para aprender, mejorar y producir con autonomía. Los agricultores se convierten en beneficiarios cautivos, no en sujetos productivos. El verdadero apoyo al campo chiapaneco no pasa por toneladas de urea o amonio, sino por programas de regeneración del suelo, que incluyan capacitación en composta, lombricomposta, biofertilizantes, rotación de cultivos y cobertura vegetal.

El compostaje transforma residuos orgánicos —incluso humanos y urbanos— en nutrientes vivos. La biofertilización permite reactivar los ciclos naturales del suelo con el uso de microorganismos benéficos. Ambos métodos son sostenibles, de bajo costo y adaptables a pequeña escala.

Ejemplos sobran: Ecuador ha logrado integrar residuos de los mercados en un modelo nacional de compostaje rural. Brasil promueve desde su Ministerio de Agricultura el uso de bioinsumos con incentivos económicos. India ha demostrado con el modelo “Zero Budget Natural Farming” que es posible aumentar la productividad sin fertilizantes químicos, usando estiércol fermentado, cultivos intercalados y cobertura vegetal permanente.

TUXTLA: UN EJEMPLO QUE GERMINA

En Tuxtla Gutiérrez ya se está escribiendo una historia distinta. Gracias a la visión y persistencia del ingeniero Juan Carlos Coutiño, se ha impulsado un programa de tratamiento de residuos sólidos urbanos para convertirlos en composta de alta calidad. Este modelo no solo representa una alternativa viable a los fertilizantes químicos, sino que conecta el manejo de desechos con la regeneración agrícola. La capital del estado está demostrando que sí es posible cerrar el ciclo entre consumo urbano y producción rural, generando beneficios ambientales, sociales y productivos. Es un modelo que merece replicarse en todo el estado.

EL BOSQUE QUE NUNCA CRECIÓ

A este modelo fallido se suma otro despropósito: el programa Sembrando Vida. Lo que fue anunciado como una revolución verde terminó, en muchos casos, siendo un simulacro. Sembrar por sembrar, sin planes de manejo forestal, sin seguimiento técnico ni presupuesto para asegurar la sobrevivencia de los árboles, es otra forma de despilfarrar recursos públicos y crear falsas expectativas.

En Chiapas, donde el programa tiene una de las mayores coberturas del país, las hectáreas que supuestamente fueron reforestadas hoy lucen desoladas. Muchos árboles murieron por falta de cuidados, otros jamás se sembraron, y los viveros creados para sostener el programa acabaron abandonados. Se pagó por sembrar, no por reforestar. Se contrató mano de obra temporal, no se formaron campesinos forestales. Y lo más grave: se taló selva original para sembrar especies comerciales que ni siquiera pertenecen al ecosistema local, lo cual contradice el principio de restauración ecológica.

Se han documentado múltiples irregularidades: duplicación de padrones, simulación de siembras, y una lógica clientelar más que agroforestal. El resultado es desolador. Lejos de recuperar la cobertura vegetal, se aceleró su pérdida. Un fracaso más que prueba que las políticas públicas sin visión técnica, sin compromiso real y sin rendición de cuentas no transforman nada: solo maquillan.

EL SUELO TAMBIÉN TIENE DIGNIDAD

Es hora de pasar del asistencialismo tóxico a la transformación real. Chiapas no necesita más costales apilados ni más discursos sobre autosuficiencia, sino un cambio de visión. Necesita menos centralismo y más conocimiento local. Menos discursos y más ciencia. Menos amonio y más vida en el suelo. La tierra tiene memoria. Y cuando se agota, no perdona. La estamos matando lentamente, y lo peor es que lo hacemos en nombre del “apoyo”. Urge rectificar, porque ningún gobierno que regala pobreza puede presumir de estar transformando nada.

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