Rock, identidad y resistencia cultural
Hace unos días se inauguró en Zinacantán la edición número 30 del Bats’i Fest 2025, con la exposición Saberes y Oficios tradicionales. El título suena prometedor: un homenaje al conocimiento ancestral, a la memoria de las manos artesanas tsotsiles, a la herencia textil que ha hecho del municipio un referente cultural. Pero el festival, curiosamente, tiene como plato fuerte conciertos de rock y fusiones musicales que, aunque atractivas para un público joven, abren la pregunta incómoda: ¿es coherente hablar de identidad y resistencia cultural con un fondo sonoro ajeno a esa tradición?
ENTRE EL ESCENARIO Y EL TELAR
El rock nació en un contexto sociocultural muy distinto: la posguerra estadounidense, la rebeldía juvenil de los años 50 y 60, las guitarras eléctricas y las letras en inglés. No tiene nada de malo disfrutarlo —la música no reconoce fronteras—, pero usarlo como estandarte de una lucha por la preservación de la identidad indígena parece, al menos, contradictorio. Mientras en un extremo del festival se exhiben huipiles y técnicas de bordado que han sobrevivido siglos, en el otro suenan guitarras eléctricas y baterías que poco o nada tienen que ver con la cosmovisión tsotsil.
LA MODA DE LO «FUSIONADO»
Estamos en tiempos donde es evidente la “fusión cultural”. La gastronomía se reinventa mezclando ingredientes de continentes distintos; la moda combina bordados indígenas con tenis de marca; y la música intercambia marimbas por sintetizadores. El problema no es la innovación, sino cuando esta se presenta como “resistencia cultural” sin un verdadero vínculo con el patrimonio que dice defender. Un festival así corre el riesgo de ser más un escaparate para la corrección política que una auténtica reivindicación de lo propio.
IDENTIDAD O ESPECTÁCULO
La identidad cultural se fortalece cuando las comunidades dictan el guion, no cuando se les impone un formato. La resistencia cultural no se mide por la cantidad de público o decibeles, sino por la capacidad de mantener vivas las prácticas, lenguas y creencias que han pasado de generación en generación. Un telar, una ceremonia, una lengua materna tienen más poder como acto de resistencia e identidad que cualquier banda de rock, por famosa que sea.
ENTRE LA MODERNIDAD, LA COHERENCIA Y LA POLÍTICA
Y aquí la paradoja más grande: el mismo gobierno que se hace presente en este tipo de eventos, para la foto y el discurso, es el que habla de “descolonizar”, convierte al Jamachulel en bandera oficial y busca cambiar el escudo de Chiapas en nombre de una supuesta reparación histórica. Una narrativa que pretende romper con los símbolos “impuestos” por la historia colonial… mientras se abraza con entusiasmo a una corriente musical que tampoco es propia, ni originaria, ni milenaria.
Si de verdad se tratara de coherencia, la “fusión cultural” no podría justificar la influencia anglosajona y, al mismo tiempo, denostar o borrar la huella hispana. Porque entonces no es fusión, es menú a la carta: se acoge lo que conviene y se cancela lo que incomoda. Y como postre de este banquete cultural, mientras en Zinacantán se habla de resistencia al ritmo del rock, las ferias de pueblo ya sirven narcocorridos como plato principal. Un maridaje perfecto para brindar por la identidad… con la copa llena de incoherencia.