México en el banquillo: el juicio del Mayo y los sobornos del poder
La escena no ocurrió en un tribunal mexicano, sino en una corte de Nueva York. Allá, donde las instituciones no se doblan ante los intereses del poder político ni se alquilan a conveniencia del gobernante en turno. Fue ahí donde Ismael “El Mayo” Zambada, capo de capos, decidió hablar. Y lo que dijo sacudió más que una sentencia: reconoció décadas de sobornos a funcionarios civiles y militares de alto nivel en México, incluyendo políticos del oficialismo.
La fiscal Pam Bondi no tuvo que exagerar. Bastó con exponer lo que el propio acusado declaró: que su carrera delictiva fue posible gracias a la complicidad estructural del Estado mexicano. Así, el banquillo no fue solo para él, sino para toda una clase política que, por acción u omisión, permitió que el narcotráfico creciera hasta convertirse en el verdadero árbitro de la seguridad y la política nacional.
EL PACTO INCONFESABLE
Durante años, el mito de que la guerra contra el narco se libraba entre “buenos y malos” se desmorona en cada juicio en Estados Unidos. Allá se ventilan nombres, rutas, montos y pactos que en México apenas se susurran. Lo que reveló el Mayo no es novedad para nadie que viva en este país y sepa cómo funciona el poder. Lo grave es que el mundo entero lo escucha y anota.
Sobornos a mandos militares que se supone debían combatirlo. Maletines para gobernadores que juraban defender la ley. Dinero para políticos que hoy ondean la bandera de la moral pública. La historia reciente de México, más que una lucha contra el crimen, parece el guion de un acuerdo tácito y cada vez más evidente.
LA DOBLE MORAL OFICIALISTA
Lo que incomoda al régimen actual es que muchos de esos nombres no pertenecen solo al pasado priista o panista, sino también al presente oficialista. La 4T, que presume tener autoridad moral para señalar traidores, guarda silencio ante el eco de las cortes extranjeras. En el púlpito mañanero se atreven a acusar de “traición a la patria” a una senadora opositora, mientras callan cuando la patria es traicionada en dólares contantes y sonantes.
La moral selectiva es el recurso favorito de los gobiernos autoritarios: linchar al adversario, absolver al cómplice. Y si el juicio al Mayo incomoda, es porque retrata con crudeza lo que siempre se ha sabido: que el narco no es un enemigo del Estado, sino un socio incómodo que nunca deja de cobrar factura.
EL JUICIO QUE NO TENDRÁ LUGAR AQUÍ
El verdadero escándalo no es lo que dijo Zambada, sino que lo haya tenido que decir allá. En México, ningún tribunal se habría atrevido a juzgar, menos aún a sentenciar. Aquí, los expedientes se guardan bajo llave, las fiscalías se someten al poder y los jueces se doblan bajo la amenaza o la tentación.
Por eso duele y avergüenza que sea en un tribunal extranjero donde se ventilen nuestras miserias nacionales. Porque mientras allá se exhiben las redes de corrupción que sostienen al crimen, aquí se gastan millones en propaganda para convencernos de que vivimos la “cuarta transformación”.
UN PAÍS REHÉN
El juicio al Mayo no es solo un episodio judicial: es un retrato de la nación que somos. Un país rehén de su propia clase política, incapaz de combatir el crimen porque lo lleva tatuado en la nómina. El narco no conquistó México con balas, sino con billetes. Y ese pacto inconfesable ha permitido que hoy la violencia sea el pan de cada día y la impunidad, el aire que respiramos.
La paradoja es brutal: en los discursos oficiales se habla de soberanía, dignidad y defensa de la patria. Pero la verdadera pérdida de soberanía no está en lo que se diga en Washington, sino en lo que ocurre cada vez que un político, un militar o un funcionario se vende al mejor postor. El juicio en Nueva York nos recordó esa verdad incómoda: México no necesita enemigos externos, ya tiene suficientes traidores en casa.
EL LABERINTO DEL PODER
Cada minuto que pasa, la clase política gobernante demuestra que está embadurnada y atrapada en un laberinto del que no quiere ni puede salir. Nos hacen creer que vivimos bajo un Estado de derecho, cuando lo dejamos atrás hace mucho tiempo. En México, la ley se aplica con saña contra los adversarios, mientras a los aliados se les otorga patente de corso e impunidad.